MUNDO

Cómo repite

Las elecciones italianas suelen ser épicas para todo el mundo, menos para los italianos, que como diría un moderno se fuman un puro. Berlusconi en Italia es como la canción de Cola-Cao, me refiero a aquella del negrito y el África tropical. Y es que Italia no es un país para jóvenes. En realidad la gerontocracia va más lejos, no es sólo el gobierno de los mayores, sino un síntoma que representa además su carpetovetónica edad. De nuevo, parece, votan por la música de ascensor, el peluquín y el botox, por los zapatos de charol blancos y el canotier sobre una calva impoluta. Tampoco es que la izquierda (ejem) haya tenido mucho que oponer. Votar a Veltroni era como votar a Long Chanei, el hombre de las mil caras. Ha sido Zapatero, Obama... sólo le ha faltado ser él mismo. Por lo tanto, difícil de clasificar.

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Tanta indefinición y tanto cuidado para no parecer un comunista chapado a la antigua que los comunistas de ahora le han hecho ascos y los socialistas de ayer han preferido ir al cine antes que a votar. Ha logrado, en suma, que la gente se enamore de Zapatero y Obama, y le ha ocurrido lo que a Cyrano de Bergerac, que de tanto iluminar a otros le han birlado la chica. Y si es muy triste por el galán, resulta más duro por lo que significa. Berlusconi ha sido por contra luz y guía de sí mismo, atrabiliario, consentido y misógino. Un burlador que animaba a engañar al fisco y a las mujeres ofendidas a casarse con su hijo, que discutió públicamente con su mujer sus infidelidades, que ha toreado a la justicia, dado munición a la extrema derecha, metido a su país en la guerra de Irak. Y llevado a Italia de victoria en victoria hasta la ruina total, transformando la política en un espectáculo bajo el emblema nada edificante del todo vale.

Es lo que hay. En la medida que los pueblos retroceden las políticas populistas avanzan y los histriones reverdecen. Chávez, Ménem, en cierto modo y por su aroma familiar, Sarkozy. Y siempre Berlusconi. Para los suyos, el modelo a seguir, el ritmo que marcan las palpitaciones de sus acelerados corazones en las urnas. Que lo sorprendente se haga carne forma parte de las costumbres italianas, como el desprecio a sus políticos, pero entristece que la indolencia haga presidentes embaucadores. La inestabilidad que prometen las encuestas es algo que también pertenece a la naturaleza de ese ser político, muy cerca de la extrema urbanidad democrática de mi hermano cuando niño y había visitas: «Por favor, mamá, sírveme el primero que querré más». A mi hermano lo enderezaron, como a mí, a tortazo limpio.