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El decálogo del buen mafioso

Un texto confiscado a Lo Piccolo, el gran capo detenido el lunes, revela una lista de mandamientos de Cosa Nostra, rígidos en moral sexual y social

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Los mafiosos, entre ellos, se llaman 'uomini d'onore', hombres de honor. Aunque se maten y sean capaces de las peores atrocidades se consideran parte de una sociedad exclusiva, con unas reglas propias, que les coloca por encima del bien y del mal. Son la 'onorata società', su cosa particular, Cosa Nostra. Incluso se denominan a sí mismos 'cristianos' y la proximidad con lo religioso, en el aspecto más folclórico, no hace más que adornar esta paradoja. El conservadurismo de la sociedad siciliana y la complicidad de muchos hombres de la Iglesia con la Mafia han alimentado este peculiar sistema moral. Por eso no es una sorpresa el descubrimiento de un auténtico decálogo, los diez mandamientos del buen mafioso, entre los papeles de Salvatore Lo Piccolo, el capo detenido el lunes. Sí lo es que estuvieran mecanografiados en un folio bajo el título de 'Derechos y deberes', lo que maman desde niños.

Leyendo la lista puede sorprender la asombrosa ambigüedad, hasta el punto de la mojigatería, de unos tipos que viven de cargarse gente. No ir de bares, no engañar a la mujer... Hay que rascar un poco para comprender que la base de estas reglas es la confianza. En este mundo criminal fiarse del camarada es fundamental para que el invento funcione y sobreviva. Todo lo que implique doblez o falta de disciplina y fidelidad es una amenaza. En el aspecto familiar hay más razones. Una esposa despechada puede ir a la Policía. Por eso no es rara la endogamia, mafiosos que se casan con hermanas o primas de otro, pues ya conocen el percal. Y es normal que un sicario pida permiso al jefe para el matrimonio y que dé el visto bueno a la mujer.

Escuela de valores

Un ejemplo entre mil, por dar un testimonio directo. Hace unos meses en el juicio del 'caso Calvi', sobre la quiebra del Banco Ambrosiano, la P2 y las finanzas vaticanas, el gran capo mafioso Pippo Calò, que declaraba en videoconferencia desde su celda, contaba escandalizado cómo otro capo, Tommaso Buscetta, tuvo la desfachatez de presentarse de visita en su casa con su amante. Todo para argumentar de forma irrebatible que nunca se fió de él y es inimaginable que fueran cómplices de algo. El mismo desprecio demostró por un jefe de la Camorra, pues tenía relaciones con los servicios secretos y tomaba drogas.

Calò, de 76 años, es un capo de la vieja guardia. Últimamente, según escuchas grabadas el año pasado, las familias de EE UU mandan a sus chicos a Sicilia a pasar una temporada para que aprendan valores. Son varios los testimonios de mafiosos sicilianos que vuelven asustados de Nueva York por la ligereza y el exhibicionismo de sus primos americanos, en plan Soprano. En Cosa Nostra la discreción absoluta y decir la verdad son reglas sagradas. Si no, el castigo es la muerte. Es muy fácil cagarla y de ahí el estilo enigmático de las conversaciones entre 'hombres de honor', reflejado en los silencios y gestos de las películas. En la práctica, el precepto se traduce en no mentir. Como contó Buscetta, el primer 'arrepentido' de Cosa Nostra y quien dio al juez Falcone las claves para comprenderla, «el mafioso vive en el terror de ser juzgado». Todos vigilan a todos.

Respetabilidad

El honor es el aura de respetabilidad que tiene cada mafioso, porque obedece y se comporta como se debe. El ritual de iniciación es algo muy serio. Se quema una estampita, generalmente de la Madonna, y se pronuncia un juramento. Lo Piccolo también tenía un papel con la fórmula, similar a otras: «Juro ser fiel a Cosa Nostra. Si traicionara, mis carnes tienen que arder como esta imagen». Como cuenta John Dickie en su estupendo libro sobre la Mafia, que anda ahora por las librerías en español, «el ritual marca su muerte como hombre común y su nacimiento como hombre de honor». Hasta entonces no son nadie. En Cosa Nostra son todo. Sandro Lo Piccolo, hijo del capo, tenía en los bolsillo diez imágenes de santos y crucifijos. Además de la superstición, algo habitual entre mafiosos, quizás iban a servir para iniciar a nuevos cachorros.