EL MAESTRO LIENDRE

LA BANDERA ENREDADA

Si nos cargamos las playas rompemos el único motivo, no ya para estar, incluso para volver

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Mi bandera enredaíta en una caña de pescar/ qué playita, qué victoria/ qué país y qué bandera/ alargando su frontera hasta los límites del mar» dejó escrito Aragón cuando aún regalaba coplas memorables que los demás podíamos aprender para destrozar. En aquella reclamaba, para mosquear también a Rilke, eso de que los gaditanos no tienen más patria que una orilla. Pues ni eso les va a quedar. La única grandeza local que pone de acuerdo a los que desprecian y adoran esta tierra, a los que la aborrecen soberbios o a los que la ensalzan hasta la horterada, a los que nacieron y a los que se fueron, a los que vuelven y a los que están de paso, a los que la quieren y a los que la sufren, es que sus playas son un milagro gratuito que resiste cualquier comparación como el titanio. Ese orgullo de arena es de las pocas leyes que, cuando el gaditano cateto viaja, sigue vigente al volver. Ahora, ese templo laico puede estar en riesgo. Los sargentos de la cosa han arriado las banderas azules en monumentos como la Victoria o La Barrosa. Qué ironía, justo cuando la provincia se vuelve azul, las playas dejan de serlo. Desde que se supo de la reparable pérdida, los reproches cruzados han volado como las hostias en Barcelona. Como sucede siempre, cuando ganamos un premio (la enseña dichosa, la que ha ondeado más de 20 años), el galardón es merecido y prestigioso. Eso sí, cuando nos lo niegan, resulta que el jurado está comprado, el reconocimiento era una chapuza y pueden limpiarse lo que quieran con la tela. Nadie asume la responsabilidad. Nadie ha incumplido tarea alguna. Todo es fruto de un complot, de la perversidad de unos intrigantes sin corazón, cubito, pala, garabato ni gargajillos. Por más que leo y escucho, soy incapaz de juzgar si los criterios técnicos seguidos para los análisis que miden la calidad del agua, entre otros parámetros que sirven para dar las banderas, son adecuados, si son fiables.

Como no me aclaro, prefiero verlo desde la ignorancia, desde el criterio antiperiodístico y nada científico de la experiencia personal. Desde ahí, creo que le hemos perdido el respeto a ese parque en el que jugamos desde pequeños, en el que soñamos jugar con los chicos hasta ser mayores, a nuestro único paraíso. Ese en el que, si somos buenos, podremos jugar con los colegas al fútbol una eternidad con el sol atornillado a la pared del fondo justo cuando se mete en el agua. Según la observación particular, sé que el tiempo de las barbacoas pasó porque empezó como una broma improvisada y, como todas las citas festivas en todos los lugares de este país, se ha hinchado. Creo que el Ayuntamiento miente hace años sobre tuberías y vertidos. Pienso que a la Junta le importa poco desprestigiar ese edén de todos si cree desgastar a Teófila (con gran éxito, como se vio el domingo). Sé que los servicios no pueden cerrar a las ocho, que la limpieza es mejorable con más plantilla, que la iluminación es discutible, que ya deberíamos tener un gran recinto para grandes conciertos, que no puede ser un trastero que valga para todo. Sé que aún abundan los guarros entre mis vecinos, que no me gustan los perros en la playa y que a cualquiera que denuncia algo, que reclama conservación se le ridiculiza como hippie-majara y rojo-verde. Sé que es precioso pensar que es nuestro único jardín pero peligroso creer que es nuestra casa. Sé que nuestras playas no están mal pero que es mucho mejor preocuparse antes de que lo estén.

Lo que no sabe nadie es qué hace ahí todavía, en plena playa, el cartel que anuncia la recarga de arena del año pasado. Será una señal de que todo esto también nos da igual.