Imagen de la playa de la Victoria, durante las barbacoas del año pasado. / LA VOZ
LA HOJA ROJA

Barbacoas 'made in' China

Nada es lo que parece. Ya debíamos estar acostumbrados, por lo menos los que crecimos preguntándonos quién cantaba por Milli Vanilli, aquel dúo cuyo mérito consistía en mover la boca de forma impecable mientras sonaba un disco -por aquel entonces sería un vinilo o un casette, ¿no?- y cuyo trasunto hispano se resolvió a favor de la Cantudo acusada por Blanca Villa de utilizar su voz, la caspa es la caspa. Nada es lo que parece, y nos acabamos de enterar que la hermosa Lin Miaoke tiene la voz de un grajo y que por eso la Oda a la Patria con que el universo chino se reco-chineó ante el mundo, fue cantada por la poco agraciada Yang Peyi, que, sin embargo, tiene la voz de un ángel. Un auténtico caso de simbiosis, un ejemplo de injerto. Un prodigio chino, que sin embargo hubiera pasado desapercibido para el mundo occidental, porque sinceramente, no creo que usted hubiera podido distinguir a la hermosa Lin de la poco agraciada Yang, igual que no distingue a la china de la calle Nueva del chino de Sacramento. Pero somos así, y estamos muy globalizados. El representante de la empresa encargada de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos -ese alarde de «somos más» que hizo el gobierno chino, después de mandar al pueblo a vagos y maleantes, después de cerrar fábricas, después de encarcelar a medio Tíbet- confesó que se hizo todo lo posible para que pareciera real, y que por ello algunos de los fuegos artificiales se retransmitieron en diferido, y que por ello algunos de los chinos del fondo eran de pega.

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Nada es lo que parece. Las barbacoas estarán acotadas, por obra y gracia de la Demarcación de Costas y el Ayuntamiento de Cádiz en el espacio comprendido entre los módulos 1 al 6 de la playa Victoria y así nos limpiamos la conciencia de malos pensamientos que nos hagan recordar records guiness y cosas parecidas. Porque hablar de acotación y de los módulos 1 al 6 parece como si redujera las dimensiones de la masacre veraniega. Pues bien, por si alguien todavía no lo sabe, el espacio permitido para hacer barbacoas se extiende desde el cementerio -donde se suponen que van a reproducir el plató de Poltergeist con un parque llamado del Descanso, en el que se recuerde constantemente que no estamos en un parque porque, según sus diseñadores la solería evocan las lápidas de los enterramientos y láminas de agua recuerdan las cuarteladas de los nichos, otro pelotazo, vamos, en Cádiz- hasta la calle Caracolas. Es decir, que si la memoria no me traiciona, las barbacoas se podrán hacer en toda la playa Victoria, no sé para que tienen que hablar de acotaciones, si además este año animan a los caleteros a poner su playa al servicio de nuestra más bajuna expresión cultural.

Nada es lo que parece. Lejos de anunciar los lotes trofeos con que años atrás nos deleitaban los pequeños y medianos comercios de la capital -recuerden, el lote-trofeo incluía por un módico precio la cantidad suficiente de alcohol y de pitraco como para hacer peligrar la integridad física y psíquica de los integrantes de la barbacoa antes de la medianoche-, este año priman las ofertas gastronómicas que bajo el denominador «especial barbacoas» siguen largando el mismo género enmascarado de nombres más refinados como «brocheta de pollo», «costilla de tira» -no de tirar, sino de tira- «cuartos de cordero nacional» o algunas delicatessen para iniciados «gambón nº 4», «almejas marinera» -si alguien me invita a una barbacoa, que lo dudo, que sea a una con almejas a la marinera- o la extravagancia del «bogavante» a nueve euros -imaginen qué clase de bogavante será-, acompañados del tinto de verano a cero noventa y seis el litro y medio. Los mismos perros pero con distinto collar, o con un collar de pega, como los chinos de las Olimpiadas.

Desde que el record Guiness se empezó a convertir en una pesadilla, porque las mudanzas se hacían aprovechando el Trofeo y porque el Carranza había dejado de ser la fiesta con la que se despedía el verano para transformarse en un híbrido entre la Velada de los ángeles y las ferias de pueblo más catetas, las «tradicionales» barbacoas han ido en decadencia, algo que no podemos negar. Después de años de auténticas salvajadas ecológicas el Ayuntamiento dejó de impulsar tan tradicional fiesta -nunca me cansaré de decir que existió un tiempo en el que no se hacían barbacoas, y no era el siglo XIX- y empezó a editar aquellos carteles maravillosos, dignos del Celtiberia Show que Luis Carandell recopiló por la España ultramontana, aquellos carteles que decían «no hagan fuego con las pailas», «no bajen muebles a la playa». Carteles que con el paso de los años han ganado un valor documental digno de estudio. Pero no ha sabido, no ha podido o no ha querido eliminarlas por completo, y eso que este año lo intentó con RENFE, pero le salió rana la historia. Atrás quedaron también cruzadas como la de Regla Valiente o las enérgicas protestas de columnistas varios. Las barbacoas están en la UCI, heridas de muerte, queramos o no queramos, o más bien, porque queremos. A las barbacoas del Trofeo hace tiempo que les salió la hoja roja.

No conozco a nadie que esta noche tenga intención de hacer una barbacoa en la playa, ni siquiera los hijos adolescentes de mis amigas para los que llenarse de arena haciendo un botellón ha perdido todo su atractivo. Nadie conoce a nadie que esté recopilando dinero, como antaño, para atracar un supermercado y comprar a escote lo que le quieran vender. Sin embargo, la playa estará llena de gente -de los pueblos, me dicen- esta noche y mañana abrirán los periódicos con las toneladas de basura que se han recogido.

Nada es lo que parece. Será el efecto oriental. Las barbacoas, como una feria, aunque sea de pega. Anoche, procesiones y mañana, una gira canina en la Victoria, catorce perros, dicen, buscando maneras de conciliar los espacios entre personas y animales. ¿Cómo para ir a la playa estamos!