EL MAESTRO LIENDRE

Sus puñeteros padres

Durante una escena inicial de Martín Hache -una de las películas con mejores diálogos en castellano de los últimos 5.000 años- el padre, interpretado por ese Federico Luppi cuyas canas brillaron hace poco en El Puerto, le pregunta a Juan Diego Botto: «¿Estás leyendo algo más o prefieres seguir siendo gilipollas?». Pocas fórmulas mejores para hacer entender a una persona joven que, si prefiere no leer, no aprender idiomas, no viajar, no intentar mejorar su vida sexual o no probar a ver si le gusta el flamenco es responsabilidad suya y sólo él asumirá las consecuencias positivas o negativas de la elección. Durante esta semana, la frase parece nueva a la vista del celebérrimo informe PISA que sirve para evaluar la educación que se ofrece en cada país y que ha demostrado que la española, la andaluza sobre todo, está como la torre toscana que le da nombre al estudio: torcida sin remedio posible.

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La ventaja de escribir los domingos es que hay cinco días para aprender de todo lo bueno que se dice antes sobre un asunto y también para escuchar las mayores majaderías que puedan añadirse a un tema. Sobre esta crisis anunciada de la enseñanza se han vertido tantas palabras que resulta difícil ordenarlas y asimilarlas. Sólo hay un elemento común entre todas: la culpa la tiene el otro. Muy español.

Los padres señalan a los profesores, los docentes a los progenitores y las familias a las administraciones, que a su vez piden a los parientes que reflexionen. Al cerrar el círculo, la conclusión es bien simple: la responsabilidad es de todos pero la primera y mayor es la de los padres que, además, forman un gremio que tiene representación en la política (digo yo que diputados y ministros tienen hijos) y en los maestros (vieja palabra a reivindicar) que también cuentan con descendencia. Todos somos hijos y todos esos alumnos asilvestrados tienen padres o tutores, así que vamos a dejar de pensar que sólo se equivocan los demás. La crisis educativa, perceptible en la calle hace una década, es un síntoma de una sociedad española enferma.

Qué buen ejemplo



Para acabar cuanto antes con los paños calientes, vaya por delante que toda generalización es injusta, que existen excepciones brillantes, padres ejemplares y estudiantes maravillosos, que cuentan con las mayores y mejores herramientas que se hayan disfrutado nunca en esta zona. Dicho eso, parece sorprendente que el país que se ha erigido en el mayor consumidor de cocaína del mundo, en el segundo mayor comprador de prostitución del planeta, en el primer productor de telebasura, que ha reinventado el concepto de nuevo rico y que ha obligado a la Fiscalía, desbordada, a pedir auxilio ante tantos casos de corrupción venga a quejarse de la falta de valores, esfuerzos y honestidades varias entre su población de 15 años. Esos niños han crecido entre padres que no han querido renunciar a un minuto de egoísmo, gangrenados por la prisa, que han colocado la billetera y la Visa en los altares, que se ríen de los que tratan de dar ejemplo, de los que ponen empeño. Sus padres son esos que violan normas de tráfico de cuatro en cuatro cuando les llevan al colegio, que se cuelan en la pescadería, que creen que la relación con su jefe pesa más que la calidad de su trabajo, que buscan cualquier atajo en cualquier situación y que han confundido carpe diem con «lo que me dé la gana».

Esa generación de críos ha crecido en un momento en el que España ha experimentado el mayor crecimiento económico de su historia sin leer el manual de instrucciones, sin saber qué hacer con tanto progreso, más que enriquecerse como sea, aunque todos los aparcamientos que se construyen tengan goteras y todos los pisos que se entregan tengan desperfectos. Se trata de cobrar, de mangar rápido. A costa de lo que sea. El fin justifica los medios. Esa sensación -que lo impregna todo, cada día- cala en los críos y el que no corre, vuela. El que lee es un cultureta o un empollón repugnante, un perdedor. Se trata de tener el mejor coche, cuanto antes, aunque no sepamos a dónde ir, aunque no sepamos pronunciar la marca. El sentido de autoridad se fue y el de respeto a las reglas nunca vino. Esos son sus puñeteros padres, su primera referencia. ¿Qué esperaban?

Dejó dicho Fernán Gómez que «ningún país como España desprecia la excelencia». La enseñanza, la necesita para respirar. Si no existe fuera del colegio ¿por qué iba a crecer dentro?

Magisterio de excusas



El colectivo docente siempre aparece como víctima del ya viejo deterioro de la enseñanza. Parece que ellos han llegado en paracaídas y, si bien es cierto que padecen un desprestigio inmerecido o que les vuelven locos con tantos cambios arbitrarios e inservibles de sistema, bien podrían ser los primeros en sacudirse la eterna sarta de excusas. Tienen razón al denunciar lo que les viene «de fuera, de cada casa», pero deben plantearse por qué cualquier licenciado en cualquier rama de Letras y Humanidades, o en lo que sea, sin salida laboral clara acaba siempre en un instituto dando clases sin haber tenido jamás vocación. La enseñanza precisa de un compromiso personal, no como la fontanería, y muchos de los docentes actuales han llegado a su empleo por falta de alternativas, porque la relación sueldo/calidad de vida es menos mala, porque tampoco tenían claro qué hacer. Yo conozco varios casos en mi entorno. Usted, también. «Tengo una carrera inservible, no sé qué hacer. Me presento a oposiciones. Soy profesor». Esos maestros involuntarios, inesperados, se encuentran después con una realidad que no están dispuestos a combatir.

Lo de culpar a internet y la tecnología es, directamente, para partirse la caja de risa. Finlandia, el país con el mejor sistema educativo según el mismo estudio, triplica la tasa de conexión que tiene España. ¿Acaso los niños fineses no tienen ordenador, ni tele, ni tampoco iPod? Será que a esos niños les han enseñado que son herramientas magníficas o perversas según se usen, que en la red se dice cómo fabricar una bomba y hay pederastia, pero también están las obras completas de Góngora, el gol de Van Basten o Centauros del desierto en versión original. Que la tele se enciende y apaga a decisión propia pero igual hay que estar presente para decirlo. A lo mejor, en el país de Nokia saben que se pueden escribir mensajitos SMS con tildes y palabras completas. Las máquinas son según se usen, no tienen voluntad (recordatorio).



Morrillo de Junta



Por último, lo más ridículo: la Junta de Andalucía dice que todo se debe «a un atraso histórico». Qué morro. Los de Manuel Chaves llevan 25 años gobernando (el tiempo en el que Alemania pasó del hambre de posguerra a ser potencia económica mundial, con Adenauer, claro). Los históricos ya son ellos, los dirigentes andaluces, y no pueden echarle la culpa a nadie porque siempre han estado ahí. Ningún estudiante ha conocido otro presidente. Han tenido tiempo de todo, pero no saben. Y no dimiten. Y no dejan paso. No asumen su responsabilidad por tal de seguir como están. Claro que si Chaves suelta, ufano, en la tele que está orgulloso de «haber mandado a sus hijos a estudiar al extranjero», todo queda dicho. Viva la solidaridad. Yo no puedo. ¿Y usted? Pues afíliese a un partido, o construya pisos, y progrese, so tonto, en vez de ponerse a leer esto. Leer no vale para nada. Los críos lo saben. Escribir, sí. Desahoga.