El año más turbulento de Nigeria
La declaración del estado de emergencia no ha detenido la escalada de violencia islamista en la flamante potencia económica africana
Actualizado: GuardarLa puesta de largo corre peligro. Cinco mil agentes de la Policía y el Ejército pretenden blindar una zona de 250 kilómetros cuadrados en el corazón de Nigeria, allí donde, entre los próximos días 7 y 9, el Foro Económico Mundial celebra una cumbre destinada a sancionar al gigante del Golfo de Guinea como la nueva potencia continental. Boko Haram pretende colarse en la fiesta, arruinar el crédito del anfitrión y desvanecerse como acostumbra a hacer tras sus espectaculares golpes. Los dos atentados que ha sufrido la capital en los últimos quince días demuestran esa gran capacidad para golpear impunemente. Pero esa demostración de fuerza también rentabiliza un aniversario aciago. El Gobierno declaró en mayo del 2013 el estado de emergencia en tres territorios del norte. Un año después, el balance apunta al desastre más absoluto.
Un millar de expertos de todo el mundo debatirá durante tres días la viabilidad de aunar desarrollo macroeconómico y aumento de empleo en un continente con una tasa de crecimiento del 5%. Las escuelas y oficinas públicas de Abuja permanecerán cerradas mientras tienen lugar los encuentros, a los que asistirá el primer ministro chino, Li Keqiang. La Administración quiere minimizar riesgos ante la posibilidad de que la organización islamista realice una acción de terrorismo indiscriminado, una práctica que ha llevado a cabo profusamente a lo largo de los últimos doce meses.
La militarización del conflicto, consecuencia de la declaración del Estado de emergencia en Borno, Yobe y Adamawa, no ha conseguido frenar la escalada de violencia que sufre el norte del país desde 2009, cuando los islamistas iniciaron su estrategia de lucha. Al contrario, el último año ha sido testigo de más ataques y una creciente diversificación de sus iniciativas, ajena, al parecer, a las operaciones del Ejército contra los insurrectos y que han provocado un éxodo de población en las zonas remotas del Sahel nigeriano.
Las noticias que trascienden de esa guerra sucia, que el Gobierno intenta velar mediante el control de las comunicaciones, se refieren a los hechos más destacados, como los asaltos a escuelas, iglesias, oficinas públicas, mercados y aldeas, pero lo cierto es que no se trata de hechos puntuales, sino que forman parte de un hostigamiento continuo. Los medios locales se refieren prácticamente a diario a enfrentamientos con las tropas y atentados, tanto masivos como específicos contra funcionarios y políticos. Aunque no ha trascendido fuera del país, Boko Haram cometió el jueves una nueva acción al sur de la ciudad de Maiduguri, el epicentro de su lucha, al atacar a los vehículos de una carretera de acceso. Diez conductores perdieron la vida, víctimas de disparos o degollados.
Brutalidad de ambos bandos
La extrema brutalidad es compartida por terroristas y cuerpos de seguridad. Crear una atmósfera de terror parece el objetivo de los radicales, mediante ataques nocturnos, el empleo del mayor sadismo en los crímenes cometidos y la estrategia de tierra quemada, castigando cualquier iniciativa de autoprotección de las poblaciones afectadas. Ahora bien, la violencia del Ejército no queda atrás. Amnistía Internacional afirma que las fuerzas policiales causan aún más víctimas a través de las masivas ejecuciones extrajudiciales.
La educación occidental está prohibida es la traducción del nombre de la entidad 'yihadista', que reclama la creación de un califato islámico en el norte del país, pero no existe ninguna certeza sobre sus fines últimos, naturaleza de los apoyos internacionales ni la estructura organizativa de un monstruo que tuvo su antecedente en una pequeña comunidad de acólitos del islamismo más radical. Su sorprendente expansión se achaca al reclutamiento de jóvenes marginales en una región deprimida más que al atractivo de su credo religioso. El vídeo difundido por la Red que muestra a una columna de vehículos artillados internándose en una instalación militar demuestra la posesión de grandes recursos bélicos obtenidos gracias a la permeabilidad de las fronteras con Níger y, sobre todo, Camerún. El tráfico de armas procedente de la anárquica República Centroafricana también ha nutrido sus arsenales.
El presidente, Goodluck Jonathan, se decanta por la política del palo y la zanahoria. La primera potencia africana sufre una ola de violencia tan grave que el Ejército ya actúa en 13 de los 36 Estados y la Administración anuncia el incrementar considerablemente sus efectivos y el reforzamiento de las campañas conjuntas con los países vecinos. Pero el régimen también ha intentado infructuosamente dialogar con la banda con el señuelo de posibles medidas de perdón y ha anunciado un plan de desarrollo que favorezca el progreso en las zonas más afectadas por la lucha, que también son las más pobres del país, e impida la radicalización de sus habitantes. Sin embargo, la hostilidad entre el Ejecutivo federal y las autoridades locales, pertenecientes al partido de la oposición, no permite augurar un fácil consenso en esa pretensión. La generalizada corrupción tampoco augura el éxito de cualquier inversión pública.
La conversión de Nigeria en la primera potencia africana a lo largo de un año tan convulso también evidencia las contradicciones de la gran república. La guerra contra Boko Haram no ha constituido un problema sustancial para la mayoría de la opinión pública, ajena al drama que sufre el norte, menos poblado, económicamente deprimido y rural. Tan sólo la extensión de sus actividades al sur, con los atentados de Abuja y el mediático secuestro de las colegialas, ha sacudido la conciencia nacional. Así, la voladura de la estación de autobuses ha puesto de evidencia que el país sufre una amenaza difusa en sus propósitos, pero muy peligrosa, porque, hasta ahora, no se ha vencido ni con el recurso a la mano tendida ni mediante la represión más despiadada.