Sociedad

VERGÜENZA BIOLÓGICA

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Ninguna patria es responsable de los que en determinadas épocas se llaman compatriotas. La crueldad deliberada, que es la más reprobable de las conductas humanas, hasta el punto de ser inhumana, sigue estando vigente en el siglo XXI. Parece que no tenemos remedio. Quizá la muerte de Gadafi no empeore el mundo. El sátrapa asesino ha concluido su terrible mandato, pero lo que sin duda lo pone peor es la manera de ejecutarlo. Ahora está en una nevera para animales, mientras la ONU pide investigar su muerte. Al cadáver del asesino le han dado un tratamiento escalofriante, escupiéndole y retratándole. Todas las personas dignas de ese nombre, aunque festejen su desaparición, deben sentir lo que Valle Inclán llamó «vergüenza biológica». Está claro que cometió un error de diseño, quizá con motivos publicitarios, quien aseguró que el Sumo Hacedor nos hizo a su imagen y semejanza. No es lógico que tuviese tan mal concepto de sí mismo.

A veces eso que llamamos actualidad, que es la musa del periodismo, se convierte en un álbum de escalofríos. ¿Será posible que el padre de los niños de Córdoba, ahora en prisión sin fianza, haya sido el causante de la orfandad de sus hijos? También es extraño que en el linchamiento de Gadafi no estuvieran a su lado ni siquiera sus numerosos sastres para tratar de defenderle o bien de compartir su mala suerte. Le disfrazaban de portero de cine de la Gran Vía de los años sesenta y le sacaban bajo jaima, que es un palio atmosférico, escoltado por ujieres de espinazo flexible.

Un hombre solo no puede meter en un puño a su país. Necesita que le echen muchas manos dispuestas a apretar. ¿Dónde están ahora? Los adictos se hacen invisibles cuando el líder es derrotado. En Libia va a empezar ahora la cacería menor. Se esconden entre los matorrales de la Historia los cómplices. No sé por qué se habla tanto de la soledad del mando. Los dictadores siempre han estado rodeados.