El artista, junto a una de las piezas exhibidas en la Tate. :: REUTERS
Sociedad

El arte del inmigrante constante

El mexicano Gabriel Orozco exhibe en una muestra retrospectiva de la Tate Modern de Londres dos décadas de trabajo creativo

LONDRES. Actualizado: Guardar
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Una mesa de billar ovalada, con una bola roja suspendida del techo sin tocar el tapete verde; un tablero de ajedrez con piezas de caballos avanzando sobre 256 escaques pintados en cuatro diferentes colore; una serie de fotografías con parejas de idénticas motocicletas amarillas; un Citroën DS, el clásico 'tiburón', que ha perdido un tercio de su anchura y luce doblemente aerodinámico... Juego, movimiento, transformación y redes de conexión se combinan en las obras de Gabriel Orozco reunidas en la muestra retrospectiva organizada por la galería Tate Modern de Londres hasta el próximo 25 de abril. «Invento mis propios juegos para comprender mejor el mundo», explica el artista mexicano mientras el hijo, Simón, juega a sus espaldas sentado en el suelo con un teléfono móvil.

La retrospectiva se inauguró en Nueva York hace un año y ha cambiado de forma y contenido al recalar en Basilea, París y ahora Londres. En la Tate, su último y definitivo escenario, Orozco presenta un mundo masculino de juegos y deportes trastocados por intervenciones artísticas en una variedad de técnicas y materiales. «Algunas esculturas tienen un aspecto muy de chicos. Hablan de lo que significa ser varón, del cuerpo en movimiento, del cuerpo actuando en la vida cotidiana», señala su creador. «Pero», puntualiza a continuación, «no hacen referencia al cuerpo como identidad en términos de sexualidad o nacionalidad, sino a los residuos que deja el cuerpo tras perpetras una acción. En mi trabajo exploro la erosión y las consecuencias causadas por un cuerpo que ha modificado el espacio o el entorno».

La idea de un cuerpo en movimiento está directamente conectada con su trayectoria. En la familia de Orozco fluye la sangre artística -su padre y su abuelo eran muralistas- pero fue en su año de formación en Madrid, en 1986, cuando comenzó a forjar una distintiva identidad creativa. En España se vio de pronto como un inmigrante, como un ciudadano de segunda. Se sintió vulnerable pero también descubrió cómo transmitir ese sentimiento en sus obras.

«Me harté de estudiar»

Orozco abandonó entonces el estudio para hacer de la calle -ya sea en Madrid, Nueva York, París, Costa Rica o México, entre otras ciudades donde ha vivido- cantera y objetivo de sus intervenciones escultóricas, fotográficas o pictóricas. Jessica Morgan, comisaria de Tate Modern, le sitúa en la vanguardia de una generación de artistas que están desarrollando «una práctica global de hacer arte». «Me harté del estudio en Madrid. Me disgustaba estar encerrado entre cuatro paredes; me aburría y decidí salir fuera. En la calle, se me despertó el interés de nuevo. Me volqué en la fotografía, en los vehículos, en el movimiento y en la vida urbana», recuerda.

Desde entonces, Orozco está continuo contacto con otras culturas, estableciendo conexiones en su trabajo desde la perspectiva constante del «inmigrante, el extranjero, el otro». «Mi obra no va de estilos, perjuicios, identidad nacional, entretenimiento o espectáculo. Me interesa más desarrollar un sistema de percepción personal que puede transmitirse al público y dar pie a una cadena de comunicación».