Tribuna

Gitanos de ida y vuelta

No es un hecho aislado, sino que se enmarca en un fenómeno que recorre toda Europa: el retorno de un racismo y una xenofobia de tales dimensiones que recuerdan lo sucedido en las horas más oscuras de su historia

CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE VALLADOLID Actualizado: Guardar
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La dura política de expulsiones de miles de gitanos rumanos en Francia por parte de Nicolás Sarkozy ha puesto de nuevo sobre la mesa la cuestión gitana. Naturalmente, ni los gitanos ni nadie están por encima de la ley. Ninguna persona puede asentarse de modo temporal donde quiera y como quiera. Por otro lado, nos encontramos con el problema de la migración masiva de gitanos de origen rumano (y de otros países del Este) que en sus económicamente deprimidos países de origen son, a su vez, un grupo en desventaja. A largo plazo, la solución pasa por el desarrollo de los países de origen y, en particular, de sus grupos en desventaja, pero los programas europeos de fomento de la educación, el acceso al empleo y la vivienda, etc. dirigidos a este colectivo mueven cuantiosos fondos pero ni se están gestionando bien, en parte por el grave problema de corrupción e ineficacia administrativa que existe en la Europa del Este, ni están consiguiendo por el momento resultados positivos perceptibles. Así pues, nos enfrentamos a un serio problema. Ahora bien, abordarlo principalmente desde un enfoque sancionador, con prohibiciones, sanciones y expulsiones no es la respuesta.

No me detendré ahora sobre las dudas legales que plantea la expulsión de ciudadanos europeos en otro país de Europa, una expulsión, por cierto, que no responde a la comisión de hechos ilícitos individuales, sino a la etérea invocación del «orden público» (como el si el orden público estuviera por encima de los derechos fundamentales), administrada de modo preventivo y al por mayor. La medida es de dudosa validez y, desde luego, de nula eficacia, porque los gitanos que se expulsan de un lugar (con un procedimiento, eso sí, que engañosamente parece voluntario, a cambio de un poco de dinero), se van a otro país europeo o regresan transcurrido un tiempo. El problema no se resuelve sino que tan sólo se aplaza y desplaza.

Pero esta política de expulsiones, ilegal e ineficaz, sí ofrece un fruto tangible, de carácter electoral. Sarkozy explota a su favor los prejuicios sociales contra los gitanos (extranjeros, además) Al obrar así, no actúa como el 'sheriff' que intenta proteger a alguien de la violencia, sino que se pone a la cabeza de la turbamulta que pretende lincharle. Esto es profundamente injusto porque, desde el poder público más visible y de mayor autoridad en Francia, en vez de garantizar los derechos de todas las personas (no incompatible con la exigencia del cumplimiento de sus deberes -lo contrario sería un paternalismo inaceptable) se lanza un potente mensaje de apertura de la veda de la caza (social y prejuiciosa) del gitano. Y todo ello en el país que hizo de la libertad, la igualdad y la fraternidad sus ideales de vida en común. La libertad de los gitanos rumanos se acepta, pero fuera de Francia, su igualdad con los franceses y otros extranjeros se desconoce porque se les trata como si fueran parias, personas no humanas del todo, y de la fraternidad será mejor no hablar para ahorrarnos el cinismo.

Y lo peor es que esta antipática política de Sarkozy no es un hecho aislado, sino que se enmarca en un fenómeno que recorre toda Europa: el retorno de un racismo y una xenofobia de tales dimensiones que recuerdan lo sucedido en las horas más oscuras de su historia. La situación es muy preocupante en la Europa del Este, pero también en muchos otros lugares. En Italia, por ejemplo, donde Berlusconi ya ha ido marcando el camino a Sarkozy. En Dinamarca, donde un partido xenófobo es la tercera fuerza parlamentaria del país. Episodios de ataques violentos, de discriminaciones, de intolerancia, se relatan en todos los países. La crisis económica ha acelerado un movimiento europeo de defensa, de miedo, de repliegue sobre sí (como ya ocurriera con los autoritarismos tras la crisis del 29). Me preocupa la política de expulsiones de Sarkozy sobre todo como síntoma de una enfermedad más grave. Llamemos a las cosas por su nombre. Esa enfermedad se llama racismo y xenofobia y lo preocupante es que se alienta desde las instituciones públicas (en vez de sanarla), convirtiéndola en socialmente respetable.