Miguel Ramírez Fajardo, ayer mientras recibía el homenaje en la Diputación Provincial. :: MIGUEL GÓMEZ
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«Yo no soy un héroe, los héroes son los que están bajo tierra»

Diputación homenajeó ayer a Miguel Ramírez Fajardo, un soldado republicano que durante la Guerra Civil combatió en varios frentes

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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«Yo no soy un héroe, los héroes son los que están bajo tierra». Así de claro y humilde se expresa Miguel Ramírez sin ser consciente que con este sentimiento contribuye a forjar aún más su leyenda. Una historia apasionante, digna de una superproducción cinematográfica, si no fuera por los tintes dramáticos que esconde. Una vida jalonada por la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Llena de idas y venidas, de dolor y de aventuras. Una existencia de 96 años que ayer la Diputación gaditana quiso homenajear en un acto sencillo y emotivo. Destinada a él y a todos los que fueron víctimas de la represión franquista en la provincia.

Miguel dice no entender de política, se define a si mismo como un ser «apolítico». Pero sabe mucho de libertad. Y lo hace con conocimiento de causa. Su cara, afable y tranquila, se ilumina al describirla: «Cada uno debe poder decir lo que quiera, mostrar su desacuerdo o su opinión sin que nadie lo calle». Una lección sencilla y comprensible aprendida entre las trincheras de España y Europa.

Miguel Ramírez Fajardo nace un tranquilo 5 de septiembre de 1915 en Grazalema. «El pueblo ha cambiado mucho. Antes estaba en muy malas condiciones, no había trabajo y había mucha miseria». Miguel se detiene y sus gafas de cristal de aumento muestran unos ojos llenos de lágrimas. «No puedo evitar emocionarme, son muchos años». En concreto 86 años desde que abandonó el valle encajonado por montañas buscando trabajo en un cortijo del Castor.

Sin embargo, su historia de cine comienza cuando contaba con 21 años. Militante de la CNT, al comienzo del golpe de Estado del 1936, se alista en la 31 Brigada Mixta y de ahí al 12 Cuerpo del Ejército. Empujado por el avance de las tropas sublevadas, participa en la Batalla del Ebro. «Fue en el último lugar que estuve de España. De ahí crucé la frontera por la Junquera», puntualiza él mismo mientras agarra con fuerza su bastón.

Es ahí, o quizás antes, cuando hace de la supervivencia su leitmotiv. Una fuerza de superación que le lleva a escapar del campo de internamiento de Perpignan rumbo a Orán, enrolado en el segundo Regimiento de la Legión Extranjera.

De ahí pasaría a la Noruega invadida por Hitler para tomar el puerto de Narvik para las fuerzas aliadas. Es allí donde la muerte casi le gana su batalla por la libertad. «Herido por cinco tiros, cayó en un lugar en el que la nieve le cubría. Sobrevivió gracias a su compañero». Acierta a chapurrear con soltura su hijo Miguel.

Todavía no había llegado su hora final, ni la de su descanso. Trasladado a Inglaterra para recuperarse, rápidamente se alista al Ejército Británico de la Reina. El 6103116 sería el número que lo llevaría a participar en la preparación del desembarco de Normandía, allá por 1944.

A los dos años, pudo descansar al ser desmovilizado. Llegó el momento de fundar una familia. Se casó con la vizcaína Ascensión Belón. Un ejemplo vivo del horror sufrido por los niños en la Guerra Civil. En 1937 es trasladada a un centro de acogida de niños vascos en Cambridge.

Inglaterra se convertiría en su hogar y después el de su marido Miguel. Tuvieron dos hijos: Miguel y José. Los mismos que ayer le acompañaban más henchidos de orgullos que su propio padre. El homenaje al que acudieron ayer no es el primero. Ya en 1975, el Gobierno de la República Española en el exilio le nombró Caballero de la Orden de la Lealtad a la República.

Un reconocimiento oficioso pero que habla mucho de Miguel Ramírez Fajardo. Una vida dedicada a la defensa de unos ideales grabados a fuegos cruzados en su mente. Una vida sencilla y que ayer su hijo Miguel reconocía haber escuchado al completo por primera vez. «Había escuchado historias sueltas pero nunca todas unidas. No le gusta hablar de la guerra». Pero ayer no era día para eso. Atendió a periodistas curiosos y medios gaditanos desde las 10 de la mañana. Habló claro, directo y sincero con su acento serrano salpicado por palabras inglesas. Ayer, Miguel dio una lección de historia viva para dejar una idea muy clara: «La libertad no se gana en el baile o en la playa. La libertad se gana luchando. Porque siempre habrá alguien que la quiera destrozar».