Sociedad

Bravura de Fuerte Ymbro

Vibrante espectáculo, con las esencias más genuinas de la fiesta, en el que destacaron imponentes toros

PAMPLONA. Actualizado: Guardar
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De todas las corridas de Fuente Ymbro jugadas en Pamplona -cinco desde el año 5- ésta fue la más armada. Hasta los dientes. Finas las astas desde la misma cepa y hasta el pitón, impecablemente afilado.

Además de la más armada de este lustro recién cumplido, fue probablemente la de más engrasado motor y, si se llama fondo a la continuidad y la resistencia, la que más duró. El motor tuvo su chispa de temperamento en el caso del quinto toro, que salió crudo de dos varas piadosas y echó casi humo por las orejas; pero del mismo motor salió el temple propio de la casta decantada en el caso del cuarto, que fue -un Tramposo de 675 kilos bien repartidos- toro de notable calidad. Notables el ritmo y la nobleza, la manera de darse.

Era corrida de dos pintas: tres negros por delante y tres rubios, castaños o retintos después. La pelea a los puntos la ganaron los blancos. Como en tantas películas. Lidia y castigo de varas fueron muy desiguales. Un puyazo trasero insolentó al primero de los negros, que derrotó protestando después de banderillas; el segundo, cinqueño y tal vez lastimado en la carrera del encierro, fue el único del envío que perdió las manos o claudicó, o las dos cosas, y el menos propicio; el tercero fue el más noble de los tres de su pinta, y galopó en los tres tercios.

El cuarto, picado al relance, cobró tres varas, derribó en la primera, se empleó en banderillas con la prontitud que delata bravura y tomó la muleta por arriba y por abajo sin una sola renuncia. Por entero pasó factura el quinto, que se habría templado si hubiera llegado a sangrar. La sorpresa fue el son del sexto, que hizo salida escopetada, peleó en el caballo pero sin romperse y acabó descolgando en la muleta. De modo que fue una estupenda corrida de toros . Muy de Pamplona. Con todos sus atributos. Y muy variada. Este cuarto, como todo cuarto de Pamplona, fue el toro de la merienda, y hasta los músicos de estaban zampando.

Ferrera, además, estuvo espléndido con las banderillas -seis pares sin errores ni falseta-, lidió con criterio de torero experto y hasta tuvo el gran detalle de quitar del caballo en su turno a tercero y sexto de corrida, que es el quite puro. Todo corazón para matar Ferrera al cuarto de estocada trasera. No se podía ir sin las orejas el toro al desolladero. El primero, tan brusco por culpa del lanzazo, no le hizo sufrir. Pero Ferrera, fino con la izquierda, no pasó con la espada.

Oliva Soto dejó claro su buen corte de torero. De los que parecen toreros, que es casi casi lo primero. Era su debut en Pamplona, apenas la décima corrida de toros en sus tres años de matador. Pero se echó para adelante sin esconderse, sino descarándose. Dispuesto a torear en pureza: vertical, relajado, sueltos los brazos y los engaños. La actitud fue hermosa. Pero el quinto de corrida atacó mucho y más de lo que se esperaba el joven torero de Camas y costó gobernarlo o ganarle por .la mano. La faena del segundo, como todas las apariciones con el capote, tuvo torería, pese a que el toro pegó gañafones cuando se resistió a pelear.

Rubén Pinar anduvo tan capaz, entero, templado y sobrado como suele. El mérito fue que esa versión tan calcada de sí mismo se vio delante de dos toros imponentes por el cuajo y por el fondo. A los dos los tuvo domados en la muleta al tercer viaje: tapados, traídos, llevados, sometidos. Más cargada la suerte en los remates que en el grano mismo del encaje. Compuesta la figura sin esfuerzo, el torero de Tobarra pudo hasta con comodidad, llegó a torear por péndulos al playero sexto, que le sacaba cuatro palmas de envergadura. No lo vio claro con la espada en el primer turno; enterró desprendida una estocada luego. Rendidos los dos toros en el terreno que convino: faenas matemáticas, torero competente.

Triunfo en Pamplona. Casi redondo.