Opinion

Glorias militares

A un soldado lo pillan abusando del patrimonio público y lo castigan sin postre

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Los militares implicados en el caso del traslado en helicóptero de los invitados a una boda tienen ya su merecido: penas que van de los 7 a los 15 días de arresto. Una condena escalofriante, aunque más llevadera que la que sufrió el conde de Montecristo. A un soldado lo pillan abusando, en fin, del patrimonio público y poco menos que lo castigan sin postre.

Este asunto me ha traído recuerdos entrañables de mi servicio militar, allá en 1987. Recuerdos de aquel comandante que administraba la cantina y que, mientras nosotros barríamos el local, contaba con dedos avaros la recaudación. Recuerdos de aquel brigada que gestionaba una pescadería, circunstancia venturosa que nos permitió a los soldados comernos todas las colitas de merluza del mundo, colitas que, gracias a esa fantasía literaria que suele aplicarse a los menús, se anunciaban como «Medallones de merluza rebozada con guarnición». Ay. Me acuerdo también de aquel capitán cuya mujer era titular de una panadería que era a su vez, por una carambola extraña, la empresa encargada de proveer de pan a nuestra tropa, y lo mismo te tocaba una pieza recién horneada que una pieza dura, y aquello tenía la emoción de un juego de azar. Me acuerdo también, cómo no, de aquel subteniente que era propietario de una tienda de comestibles y que nos surtía de yogures que caducaban siempre al día siguiente, y nos sentíamos afortunados por aquella chamba: un solo día más y nos pondríamos verdosos como extraterrestres si los ingiriésemos con la avidez propia de los defensores pasivos -aunque alertas- de la patria.

Me acuerdo con ternura de aquellos momentos culminantes en que algún oficial o suboficial, mientras la tropa estaba formada, nos hacía una pregunta de gran calado ontológico: «¿Hay aquí algún pintor?» Y quien levantaba la mano era trasladado, con la urgencia que requiere todo asunto logístico, al domicilio particular del oficial o del suboficial, y el cumplimiento de aquella misión le reportaba un permiso de una semana. (Si la misión castrense, en cambio, afectaba al ámbito de la fontanería -un grifo goteante en casa del teniente o la instalación de un termo de gas en casa del comandante- la recompensa era menor: dos días de permiso. Y así.) Todo aquello no trascendía el nivel de las corrupciones menores, del abuso prudente y triste de autoridad. La picaresca, digamos, de unos héroes de salón, condecorados no por sus méritos en batalla, por suerte para todos, sino por la matemática inerte de los trienios, y que vivían con la ilusión de medirse con los marroquíes, que eran sus enemigos naturales. («Si estáis en la garita de guardia y os atacan los moros.», nos instruían en las clases teóricas.) Ahora la cosa está mucho mejor: ya van por los helicópteros. A este paso, el día menos pensado montan una 'mascletá' con los misiles.