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Rapado, palizas, aceite de ricino y confesión ante el párroco

CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Investigadores como Fernando Sigler, Fernando Romero o José Luis Gutiérrez Molina han documentado ampliamente los casos de violencia y vejaciones a mujeres en la provincia, sobre todo durante la fase inicial de la represión franquista. «En algunas ocasiones la crueldad con la que actuaron los sublevados fue tal que incluso se les llegó a juzgar luego por un tribunal militar, para ser masivamente indultados, claro», explica Joaquín Ramón, alcalde de Benamahoma. Fernando Sigler cuenta la historia de Pepa 'La Manca', de Espera, «que se ofreció a tomar dos raciones de aceite de ricino para que su hermana, embarazada, se librara». Gutiérrez Molina refiere la terrible peripecia de Ana Castejón, de Paterna. Viuda de Miguel Barroso, un destacado cenetista, fue acusada de vivir «en estado de amancebamiento», aunque a la vez se le reprochó «su fidelidad». Después de raparla y hacerla desfilar por las calles del pueblo en actitud militar, «la llevaron hasta la iglesia, para que el cura la confesara y la exorcizara». Fernando Romero, en su libro 'Socialistas de Torre Alháquime, de la ilusión republicana a la tragedia de la Guerra Civil 1931-1946' trata también con detalle el caso de Ana Ortega, compañera del fusilado José Zamudio, que fue pelada y torturada con la ingesta de purgante. «Las asesinadas fueron, al menos, cuatro mujeres. Pero la lista de las que sufrieron vejaciones es inmensa».

Los historiadores han encontrado en los núcleos rurales los casos más espeluznantes. El motivo principal, como apunta Romero, es que «en las poblaciones aisladas la sensación de impunidad era mayor. Hubo quien aprovechó la coyuntura para ajustar viejas cuentas, pero esa violencia desatada también fue una forma de imponerse simbólica y fácticamente ante los vencidos: una fórmula más de asentar el nuevo poder».

«A veces -explica Joaquín Ramón-, la cuestión era mucho más sencilla: el falangista se encaprichaba de la chica. Y se acabó».