Un Miliciano prorruso. / REUTERS

El este de Ucrania, un paraíso para los secuestros

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El viernes se informó por primera vez de que entre los ocho observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) secuestrados a finales de mayo en el este de Ucrania hay un español. Las autoridades ucranianas calculan en más de un centenar los rehenes que las milicias separatistas prorrusas mantienen en su poder y exigen su inmediata liberación en el marco del plan de paz que el presidente del país, Piotr Poroshenko, acaba de poner en marcha.

Entre lo cautivos, además de los especialistas de la OSCE, hay políticos y activistas contrarios a la desintegración de Ucrania, militares heridos que fueron sacados de los hospitales a punta de pistola, periodistas críticos con los separatistas, empresarios que se negaron a financiar la sublevación y hasta los niños de un orfanato. Miembros de la Cruz Roja también pasaron por las mazmorras improvisadas de los rebeldes.

Con estas acciones pretenden, no tanto obtener rescates, aunque algunos grupos de insurgentes parecen haberlos exigido, sino ahuyentar a cualquier posible testigo de las tropelías que cometen. Los prisioneros, a los que suelen acusar de espionaje a favor de Kiev, sirven también de moneda de cambio para conseguir la liberación de sus compañeros capturados por el Ejército ucraniano o el SBU, los servicios de seguridad.

Poco después de comenzar la insurrección separatista, a comienzos de abril, se produjeron los primeros secuestros. El concejal del Ayuntamiento de Gorlovka (región de Donetsk), Vladímir Ribak, militante del partido Batkívshina, cuya líder es la ex primera ministra, Julia Timoshenko, participó el 17 de abril en una manifestación en apoyo de la unidad de Ucrania.

Por la tarde, unos enmascarados le interceptaron en una calle del centro de Gorlovka y le metieron a la fuerza en un vehículo. Su cadáver y el de otro activista aparecieron dos días después flotando en un río cerca de Slaviansk. Ambos cuerpos presentaban signos de tortura.

Al día de hoy, siguen en manos de los insurgentes los miembros de la Comisión Electoral de Konstantinovka y militantes del partido nacionalista Svoboda (Libertad), Yaroslav Malanchuk y Artiom Popik, la periodista ucraniana, Irma Krat, el conocido y laureado director teatral, Pável Yúrov y el pintor Denís Grishuk.

Yúrov y Grishuk, nacidos ambos en el este de Ucrania, acudieron el 25 de abril a Slaviansk para, según sus familiares, ver de primera mano lo que allí sucedía. Ese mismo día fueron capturados. La semana pasada fue secuestrado un autobús entero, en el que viajaban 16 huérfanos de un orfanato de Dnepropetrovsk. Según Konstantín Batozhski, consejero del gobernador de Donetsk, Poroshenko ha tomado personalmente cartas en el asunto.

Más suerte tuvieron los periodistas Simon Ostrovski, estadounidense, los italianos Paul Gogo y Cosimo Attanasio, y el bielorruso Dmitri Galko. Todos ellos fueron puestos en libertad pocos días después de ser secuestrados en Slaviansk. También allí fueron apresados siete observadores militares de la OSCE el pasado 25 de abril. La presión internacional obligó a mediar al Kremlin, que envió para negociar con los rebeldes a su emisario, Vladímir Lukin. Las conversaciones dieron resultado porque a los observadores se les permitió regresar a sus respectivos países el 3 de mayo.

También pudieron recuperar la libertad los nueve empleados de la Cruz Roja detenidos el 9 de mayo en Donetsk. Se les dejó marchar al día siguiente tras una llamada desde Moscú. Uno de ellos, no obstante, fue golpeado, aseguró Irina Tsariuk, una representante de la Cruz Roja.

La directora asociada de programas de Human Rights Watch (HRW) declaró el mes pasado que las personas liberadas solían “estar heridas o magulladas” por el mal trato que les dispensaron sus captores. HRW ha hecho un llamamiento a los autoproclamados dirigentes de Donetsk y Lugansk para que pongan fin a la práctica de los secuestros y controlen de forma más estrecha a las personas armadas bajo su mando.