Apoteosis rojiblanca

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Los gladiadores del Cholo Simeone, ideólogo del partido a partido, minuto a minuto, final a final y gota de sudor a gota de sudor, disfrutaron este domingo de una jornada de júbilo, frenesí y exaltación atlética que alcanzaría el clímax cuando Gabi, el gran capitán, coronaba la fuente de Neptuno, colgaba una bandera rojiblanca en el tridente y anudaba una bufanda en la cabeza del dios que gobierna las aguas y los mares.

Miles de hinchas colchoneros, de familias enteras que conocen, sufren y disfrutan con esa manera de «sentir, y subir y bajar de las nubes» que tan bien explica la letra del himno del centenario compuesto por Joaquín Sabina, enloquecieron con sus ídolos a lo largo del recorrido organizado entre el estadio Vicente Calderón y la plaza próxima al Congreso de los Diputados transformada en santuario atlético.

Ya no está Jesús Gil, paradigma de la ostentación en su época, pero la décima Liga del Atlético, primera en 18 años, se celebró tan a lo grande como el doblete de 1996, donde Simeone ya fue protagonista por ser jugador clave en el proyecto de Radomir Antic y autor de un gol decisivo ante el Albacete. La final de la Champions de Lisboa ante el eterno rival se disputa en el horizonte de menos de una semana, pero era imposible que el Simeone entrenador pudiese aislar a los suyos tras la conquista del título en el Camp Nou.

Pudo quedar visto para sentencia el campeonato en el Ciutat de València y finiquitado ante el Málaga a orillas del Manzanares, donde acampan los ‘indios’ atléticos, pero los rojiblancos fueron fieles a su tradición y lo consiguieron con más angustia, en feudo del rival directo, tras comenzar perdiendo y con Diego Costa y Arda Turan llorando por sus lesiones. Cuanta más agonía, más felicidad, más gratitud al Cholo y a sus valientes guerreros por rebelarse y hacer realidad una utopía. Por luchar con orgullo, levantarse siempre y derrotar desde la humildad y el esfuerzo grupal al poder financiero y a las individualidades del Real Madrid y el Barcelona.

Los gritos unánimes del «¡Ole, ole, ole, Cholo Simeone!» estallaron por algunas de las principales arterias de la capital. Una continuidad de lo acontecido desde que Mateu Lahoz pitó el final en feudo culé. Despedida a lo grande de la elegante afición azulgrana en el mismo estadio, júbilo en el Aeropuerto del Prat, locura tras aterrizar en Barajas y gentío agolpado junto al restaurante en el que los jugadores y el cuerpo técnico festejaron el éxito con una cena en familia. Acudieron los aficionados a millares a la llamada de Neptuno desde el primer momento, el sábado por la noche sin sus ídolos y un día después con las estrellas en el escenario y Luis Aragonés en la mente de todos.

Recuerdos a los vecinos

Los campeones se subieron a un autobús descapotable azul decorado para la ocasión, ataviados con bufandas rojiblancas y unas camisetas azules que mostraban un gran corazón rojiblanco y el lema de que «la historia se escribe latido a latido».

Cuando la proa de la nave Atlética puso rumbo a Neptuno, la hinchada entonó el himno a capela. Gritos desgarradores de ¡Courtois, quédate! y de «¡¡¡uruguayo, uruguayo!!!» en honor a Godín, el cacique que marcó el gol decisivo y que dicen está en la órbita del Bayern de Guardiola. Y desafíos permanentes al vecino rico con ese cántico que se hizo famoso tras la consecución de la Copa del Rey, el año pasado en el Bernabéu,: «¡que se enteren los vikingos, quién manda en la capital!».

Carlos Jean, el DJ oficial de las celebraciones atléticas, nada menos que seis en los últimos cinco años, hizo las delicias de la concurrencia y fue nombrando uno a uno a los triunfadores, aunque no necesitaban presentación. Arda y Costa bailaban y ya ni cojeaban. Simeone parecía uno más. A sus 44 años, está para jugar. «No es sólo una Liga, es mucho más, muchachos y mujeres.

Si se cree y se trabaja, se puede. Arriba todos», declaró el Cholo en su breve alocución. Gabi, el gran capitán, fue más allá y apuntó al poder del dinero y la final de Lisboa: «Esto es un premio al trabajo, al sacrificio y al amor a unos colores que no se compran. Esto acaba de empezar. Lo mejor está por venir». Y Villa, acostumbrado a los festejos, alucinó con sus tres pequeños vestidos con la rojiblanca mientras retumbaba el ‘We are the champions’ de Queen. Quedaba ya sólo engalanar a Neptuno.