Guardiola brinda durante el Oktoberfest 2013. / AFP
Fútbol

Pep, el bávaro

A Guardiola le adoran en Múnich, donde bate récords y le comparan con Einstein. Vive en un lujoso ático, ha visitado un campo de concentración y le gusta comer en un italiano. El técnico controla la vida privada de los jugadores y hasta ha puesto cámaras en los campos de entrenamiento

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«Gruss gott, meine damen und herren». Qué lejos resuenan aquellas primeras palabras de Pep Guardiola (Buenos días, señoras y señores), el inicio de su presentación ante la prensa en su estreno en Múnich. Un discurso en un alemán precario, pero suficiente para tocar la fibra de los teutones. «Desde el día que se presentó en alemán, la gente lo adora. Aquí lo tienen como un dios», explica José Manuel, un gallego de Ourense que lleva Los Faroles, un restaurante español de Múnich, la ciudad que ha conquistado el entrenador catalán en poco más de medio año. Nadie ganó la Bundesliga tan rápido. Solo ha necesitado 27 jornadas, recién abierta la primavera, para proclamarse campeón.

Pep Guardiola (Santpedor, 1971) ha caído de pie en Baviera. Aquel discurso en alemán y su participación en la 'Oktoberfest', vestidos de bávaros él y su mujer, fueron definitivos para ganarse el aprecio de la afición del Bayern, un equipo que ya estaba en la cumbre después de que Jupp Heynckes lo hiciera campeón de Liga, Copa y Champions. Su reto era y es mantener ese estatus. Casi nada. Pero si hay alguien capaz de emular esa hazaña es Guardiola, el técnico que se marchó de Barcelona con 17 títulos y una huella imborrable gracias a su fútbol de fantasía.

Matthias Sammer, el director deportivo del club, describe como nadie su capacidad de trabajo. «Guardiola es un loco del fútbol. A veces le digo: 'Hey, Pep, poco a poco; piensa en ti, en tu familia'». Sammer, entrevistado por 'Club Perarnau' para un especial sobre el técnico, está abrumado. «¡Es tan ambicioso! Si se mantiene sano, tendrá éxito allá donde esté».

Fútbol, fútbol y fútbol. Tuvieron que pasar varias semanas hasta que Guardiola, que se tira 12 horas en la ciudad deportiva, levantase la vista del tapiz verde para fijarse en los encantos de Múnich, una ciudad con casi millón y medio de habitantes y una oferta cultural a la altura de su familia. Pep, su mujer (Cristina Serra) y sus tres hijos (Marius, Maria y Valentina) han encajado bien en Alemania.

Hasta el invierno, sin temperaturas extremas esta vez, les ha respetado. Y eso ayuda. Los niños están cómodos en el colegio y con su casa en el cogollo de Múnich, entre Königsplatz y la estación, un ático con una terraza de 300 metros cuadrados que convenció a Cristina después de semanas y más semanas rastreando el centro. Allí pueden bajarse del coche en el garaje y subir en un ascensor que les lleva directos a casa sin cruzarse con un vecino.

Tienen a tiro de piedra todo lo que puedan necesitar. Incluso un parque gigantesco, el Jardín Inglés (Englischer Garten), donde pasean como lo hacían en Central Park. Durante su estancia en Manhattan vivieron en el Upper West Side, en un apartamento que terminó siendo un suplicio desde que un periódico publicó la dirección exacta y lo convirtió en un punto más de las rutas turísticas (incluidas descaradas llamadas al interfono pidiéndole que bajara a hacerse unas fotos).

Pep está encantado en Múnich. Allí puede respirar por dos motivos. La gente es más respetuosa y tampoco siente una presión deportiva desmedida. En Baviera no hay diarios deportivos ni encendidas tertulias en radio y televisión, y en las ruedas de prensa ha sabido reprimir las preguntas que más le inoportunan, sobre todo aquellas que le devuelven a Barcelona, a su tormentosa relación con Sandro Rosell, el expresidente culé.

Los jefazos del Bayern son mucho más cariñosos. Confían en él plenamente y le han dejado hacer y deshacer. Solo ha sonado una voz discordante, la de Franz Beckenbauer, presidente honorífico del campeón de Europa, quien criticó abiertamente el estilo de Guardiola. «Con tanto pase, el Bayern acabará aburriendo como el Barcelona». Pep, que es más listo que el hambre, contestó a aquella ofensa del 'Kaiser' con un halago elegante: «Beckenbauer no es una leyenda, es la leyenda».

El poderoso 'Bild Zeitung' es el único que le ha hecho cosquillas, como cuando insistió con un supuesto 'topo' que le filtraba las alineaciones del Bayern. El rotativo alemán también retrató el carácter obsesivo de Guardiola contando que ha colocado cámaras en los campos de entrenamiento y que intenta controlar la vida privada de sus jugadores. Pues hasta el periódico se ha rendido y ha acabado comparándolo con Albert Einstein. Pero el catalán también tiene su corazoncito. Un día se encontró sollozando al danés Pierre-Emile Höjbjerg porque su padre tenía cáncer y él se sentía, con 18 años, muy solo en Múnich. El entrenador y el club se encargaron de que lo trasladaran a Alemania para que fuera tratado allí, cerca de su hijo.

Los mandatarios del Bayern le han cedido la vara de mando para que obre a su antojo. Y él la usa a menudo. Por eso ha chocado con algún jugador -a veces se reúne con el que tiene que reprender en su despacho-; con el médico y los fisioterapeutas -cuando hizo jugar a Schweinsteiger a pesar de que los responsables de su salud se oponían- y hasta con el conductor del autobús -por culpa de sus largas charlas en el hotel, nunca las da en el vestuario, han llegado tarde en más de una ocasión-. Arriba nadie rechista. Karl-Heinz Rummenigge, jefe de la directiva muniquesa, asegura que nunca había visto un técnico así. «Tiene un don increíble para preparar un equipo hasta el más mínimo detalle», declaró una vez, como para justificar los 17 millones de euros que le pagan por temporada. «Guardiola podría ganar mucho más en la Premier», añadió.

Y a la espera de saber si logrará el pleno que alcanzó Heynckes, Rummenigge añade un valor más del catalán. «Tenemos un nivel de popularidad que el Bayern no tuvo nunca». Guardiola es un imán. Tiene carisma, es educado y elegante. Pero, además, no se deja ver ni concede entrevistas. Y eso multiplica el morbo. El día que acudió con Cristina -su «compañera», como a él le gusta presentarla- a la entrega de los premios Bambi en Potsdamer Platz, en medio de la erupción arquitectónica del nuevo Berlín, la audiencia en televisión se acercó a los cinco millones de espectadores, un 17% más que el año anterior.

Con su amigo Estiarte

Sus apariciones públicas, pese a todo, son contadas. Guardiola adora pasar desapercibido, acercarse hasta el aeropuerto Johann Strauss, coger un avión y escaparse a Barcelona. Ya sea a ver cómo se encuentra Tito Vilanova o para pasar las Navidades. Y que nadie se entere, como cuando visita las tres principales pinacotecas de Múnich o el campo de concentración de Dachau, en las afueras de la ciudad.

Pero si alguien quiere encontrar a Pep, lo más seguro es visitar Sabener Strasse, la fastuosa ciudad deportiva del Bayern, un complejo de 80.000 metros cuadrados donde Guardiola vive con su otra familia: su amigo Manel Estiarte, el preparador físico Lorenzo Buenaventura y sus ayudantes Domènec Torrent y Carles Planchart.

En Sabener desayunan juntos, preparan cada sesión de entrenamiento, ven DVDs del rival y pulen cada detalle. Allí mandaron comprar una enorme lona para bajar el telón y acabar con el espectáculo. Pep entrena a puerta cerrada. Muy cerca se encuentra un restaurante muy visitado por los jugadores y trabajadores del Bayern. Es La Locanda, un italiano donde Rocco y Paolo contentan a sus ricos clientes. El 'Bild Sport' llegó a publicar que permiten que Pep se cuele por una puerta trasera para evitar a los curiosos. Pero aún le falta para que le pongan su nombre a un plato, como hicieron con los rigatoni alla Trapattoni -un tipo de pasta con gambas y curry- en honor al técnico italiano.

Pep está más cómodo. El martes, tras conquistar la Bundesliga en el campo del Hertha, animó al grupo a celebrar el título. Él se marchó a las cuatro y dejó un par de horas más a los jugadores en un céntrico local berlinés. Eso sí, antes no permitió que le dieran un baño de cerveza como es tradición. Será que no es tan bávaro...