Griezmann (iz) intenta detener a Malbranque. / Yoan Valat (Efe)
Fútbol | Liga de Campeones

La Real vuelve a la élite

Los donostiarras repiten triunfo ante el Lyon y disfrutan de otra fiesta grande tras una actuación magistral de Xabi Prieto y Carlos Vela que les conduce a la 'Champions'

MADRID Actualizado: Guardar
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Gracias a la Real, que vuelve a la máxima competición continental después de diez años en los que conoció el infierno de la Segunda División y un concurso de acreedores, San Sebastián disfruta de otra fiesta grande. Mérito enorme de un bloque joven, repleto de canteranos y con un entrenador, Jagoba Arrasate, que trabajó con Montanier y se conoce al dedillo a su plantilla pero hace solo seis años entrenaba en Preferente al Berriatuko, el equipo de su pueblo. La indiscutible eliminación del Lyon y el pase, con todos los honores, al gran escaparate de la 'Champions', representan el triunfo de la humildad, del trabajo bien hecho desde la base. Xabi Prieto puso el orden, la calma y el toque cuando sus compañeros parecían nerviosos, Griezmann la velocidad, Seferovic los remates y Carlitos Vela esos golazos que cercenaron las esperanzas de los lioneses.

Había optimismo pero cierta desconfianza en Donostia a pesar de ese 0-2 de Gerland que en buena lógica resultaba definitivo. La inexperiencia de los locales y la jerarquía de un rival venido a menos pero con historial y orgullo, eran claves a tener muy en cuenta en finales de este tipo. Y el recuerdo del sufrimiento de los Xabi Alonso, Karpin, Kovacevic o Nihat ante un Lyon que les pasó por encima en la 'Champions' 2003-04, aún pesaba. Avisó Arrasate en la víspera de que el objetivo era no especular, ni pensar en el resultado de la ida. Y añadieron históricos como Jesús Mari Zamora que se antojaba fundamental que los guipuzcoanos jugasen alegres, sin complejos, como lo vienen haciendo en los últimos tiempos. Si sentían presión, la responsabilidad de afrontar una cita de tanta magnitud, podrían jugar agarrotados y no ser ellos mismos. Ciertamente, la tensión era palpable en los primeros minutos.

Temor inicial

Los del Ródano salieron apretando arriba y los locales apenas veían el balón. Es cierto que Bravo apenas tuvo que intervenir pero la noche no tenía buena pinta.

Cambió el panorama cuando Griezmann se internó e intentó una 'cuchara' sobre la tímida salida del portugués Lopes. Le adivinó la intención el guardameta pero fue una jugada definida con descaro que animó la fiesta. A partir de ahí, Xabi Prieto comenzó a dictar su magisterio. Tocó bien, supo templar y mandar, y la Real vivió ya sin sobresaltos hasta el descanso. Solo un lanzamiento de falta ejecutado por Grenier por fuera de la barrera generó cierta inquietud. Pero se marchó fuera ante la mirada, que no estirada, del chileno Bravo. Las mejores opciones fueron de los vascos. Sobre todo, un cabezazo de Seferovic que salvó con el muslo Umtiti, ya sin portero. Hubo un acción que pudo resultar definitiva si el mexicano no se hubiera lanzado a la piscina buscando el penalti. O se marchaba solo, o le arrollaban. Pero, quizá por miedo, se tiró antes de tiempo y se ganó la amarilla. Su carita de pillo le delataba.

Tras la visita a los vestuarios para recuperar fuelle y ordenar las ideas, la Real salió mucho mejor en el segundo acto. Se empleó como un grupo cohesionado, capaz de neutralizar a un Lyon cada vez más desanimado, y de salir con rapidez y profundidad al contragolpe. Solo faltaba un gol para, definitivamente, cerrar la eliminatoria. Seferovic se sacó un disparo seco que golpeó en el poste. Después, otra galopada de Griezmann acabó con un gran pase del francés al suizo, que falló en situación inmejorable. Y más tarde, el propio Seferovic se la tuvo que jugar, ya con poco ángulo, porque no encontró colaboración por detrás. Por fin llegó esa ansiada diana, merced a un cabezazo enorme del pequeño Vela. Cuando Xabi Prieto, ya exhausto, fue reemplazado, recibió una ovación inolvidable. Era el único superviviente de la última experiencia realista en la gran Europa, aunque entonces no llegó a jugar. Faltaba aún la galopada de Vela y su toque sutil. Una maravilla.