CICLISMO

«Merezco un castigo, pero no la pena de muerte»

Más humano a la hora de narrar el impacto del escándalo de dopaje en su familia, Armstrong sigue sin desvelar la identidad de sus cómplices en el final de la entrevista

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Lance Armstrong creció sin padre. Solo con su apurada y joven madre soltera. Una infancia salvaje, marginal, en la América profunda. Cuando la vida le sonrió, fundó su propia familia.Y tuvo a su primer hijo, Luke. Lo paseó por el podio del Tour y juró en su nombre que competía limpio. “Si me dopara, no podría mirarle a los ojos”, declaró tras una de sus siete victorias en el Tour. Esta madrugada, en la segunda entrega de la entrevista televisada con Oprah Winfrey, Armstrong ha vuelto a citar a Luke. Y ahí se ha emocionado. Su mirada de hielo se ha vuelto agua, templada. “¿Qué le ha dicho de todo esto a su hijo?”, le ha preguntado Winfrey. Armstrong ha tragado saliva, arrogancia y años de mentiras, para parecer algo más humano: “Luke escuchaba cosas en la escuela. Una vez le vi defenderme ante unos compañeros. Supe ahí que tenía que contárselo. Le pedí que no me defendiera más. Me apoyó, me dijo que yo siempre sería su padre”. A Armstrong le abandonó su padre, pero no le ha dejado su hijo. Ni siquiera ahora que se siente ante una pena de muerte.

“Quiero volver a competir. Lo necesito. A los otros que han confesado les han sancionado durante seis meses. A mí, de por vida. Es como una pena de muerte”. No busca un retorno al Tour, sino un licencia para correr maratones o pruebas de triatlón. Para eso, antes tendrá que testificar ante un tribunal, ante la Agencia estadounidense antidopaje (Usada) o la Unión Ciclista Internacional (UCI), y dar todos los datos de su trama de dopaje. “Merezco el castigo que me ha caído, pero no la pena de muerte”, ha insistido. “Sueño con una revisión de la pena”. Jura estar “arrepentido” y tener “remordimientos”. Lo dice, eso sí, con su inseparable tono altivo. Mirando por encima del hombro.

Le duele también haberse visto obligado a salir de Livestrong, la fundación contra el cáncer que creó en 1997, la máquina de hacer dinero en la lucha contra la enfermedad, la bandera del mito creado con su nombre. “Cuando se supo todo esto me pidieron que dimitiera. Resultó muy duro. Para mí, la fundación es como otro hijo”. Tuvo que abandonarlo. Millones de personas llevan las pulseras amarillas de Livestrong. “Sé que les he traicionado”.

Sabe, además, que tiene casi todas las puertas cerradas. Hasta ahora, Armstrong era un manantial de ingresos económicos. A partir de este momento, todo serán demandas e indemnizaciones millonarias. Perderá parte de su fortuna y se esfumarán sus ingresos. “El día que se supo todo perdí 75 millones de dólares”, ha comentado como ejemplo. Su imperio se ha derrumbado. “No es el peor momento de mi vida, pero está cerca. Llegué a pensar que quizá me quedaban seis meses o un año de vida”, ha dicho cara a cara con Oprah Winfrey en la segunda parte de la entrevista, más humana pero igual de hermética sobre los secretos de la trama de dopaje más sofisticada, según la Usada, de la historia del deporte.

No ha dado ni nombres de sus colaboradores ni de sus impulsores. Él asume la culpa, la suya. Reniega a su manera del Armstrong que fue: “No me gusta ese tipo. Era arrogante. Se creía invencible. Y sé que ese personaje aún sigue dentro de mí. Ahora me toca pedir disculpas a toda la gente a la que traicioné”. Quiere que le levanten la pena de muerte deportiva: “Soy tremendamente competitivo, pero perdí el rumbo”. Para lograr ese perdón tendrá que contar todo lo que no ha contado en esta larga entrevista.