Familiares de presos políticos asisten a la audiencia donde se dio a conocer el fallo por la masacre de Trelew. / Efe
Guerra sucia en Argentina

Justicia cuarenta años después

Un tribunal condena a cadena perpetua a tres exmilitares que perpetraron la matanza de Trelew, prólogo de los 'años de plomo'

MADRID Actualizado: Guardar
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La pasada semana, el 15 de octubre, un tribunal civil de la provincia de Chubut, en la Patagonia, condenó a cadena perpetua a los excapitanes de fragata Emilio del Real y Luis Sosa, y al cabo Carlos Marandino como "coautores responsables del homicidio con alevosía" de 16 presos políticos en la llamada 'masacre de Trelew'. Quedaron absueltos dos acusados: el excapitán de navío Rubén Paccagnini, entonces jefe de la base militar donde se produjeron los hechos, y el juez instructor Jorge Bautista, acusado de encubrir los asesinatos.

Los sucesos se remontan a agosto de 1972 con Argentina bajo la dictadura del general Alejandro Lanusse. El Ejército había recluido en la cárcel de máxima seguridad de Rawson, población cercana a la ciudad de Trelew, en la Patagonia y a 1.436 kilómetros al sur de Buenos Aires, a más de cien miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y de los Montoneros. Los militares querían tener la certeza de que, incluso en caso de fuga, no habría ninguna posibilidad de escape, ni opción de que algún comando tratara de asaltar la prisión. Un fuerte dispositivo militar de la Marina y las grandes distancias parecían neutralizar cualquier intento por tierra o por mar. No se les ocurrió que la escapada se pudiera producir por vía aérea.

El 15 de agosto de 1972 dos guerrilleros secuestraron el avión que cubría la ruta Comodoro Rivadavia-Buenos Aires con el objetivo de recoger en su escala del aeropuerto de Trelew, a los presos fugados de la cárcel de Rawson. En la prisión todo se desarrolló a la perfección y sin apenas disparos, excepto por la muerte de un militar. Los presos tomaron el control del recinto. Sin embargo un error aparentemente absurdo hizo que el plan fracasara. Dos camiones, una camioneta y un Ford falcón debían aguardar a los fugitivos a la puerta del penal. Se había establecido un sistema de señales para comunicar si todo había salido bien y continuaba el plan o si se había fracasado y había que abortar la acción. En caso positivo los encarcelados debían colgar sabanas por las ventanas y en caso contrario mantas. La cuestión fue que los chóferes de los camiones vieron mantas en vez de sabanas y suspendieron la operación. Ciento veinticinco presos esperaban en el patio, listos para huir. Tras hacer nuevas señales apareció el Ford falcón que solo pudo recoger a seis de los fugados y alcanzar in extremis el aeropuerto de Trelew. Los que se quedaron en la cárcel solo se les ocurrió llamar por teléfono a tres taxis en los que se metieron 19 guerrilleros, pero cuando llegaron ya era tarde. Aunque el avión esperó todavía diez minutos por si llegaba algún rezagado, finalmente había despegado rumbo al Chile de Allende.

La alarma ya se había extendido y los guerrilleros, sin escapatoria alguna, decidieron retener a los pasajeros hasta que llegaran jueces y periodistas que les garantizaran la vida antes de rendirse. En vista de anteriores experiencias de torturas, exigieron también al jefe de los sitiadores, el capital de fragata Luis Sosa que los examinase un médico. Finalmente se entregaron y ante las cámaras de televisión subieron a un autobús que los trasladó a la base Almirante Zar, a donde llegaron el 15 de agosto. Una semana después y tras diversas torturas y simulacros de ejecución, los 19 guerrilleros fueron sacados al patio y ametrallados. La humillación de la Marina y del Ejército debía de tener un castigo ejemplar, como les habían prometido antes de abatirlos. Solo seis sobrevivieron al fusilamiento de las tres y media de la mañana. Más allá del amanecer y pasadas las nueve de la mañana, los servicios médicos recogían a seis guerrilleros agonizantes. Tres sobrevivirían milagrosamente para contar lo sucedido.

El periodista y escritor argentino, Tomas Eloy Martínez, narró en un libro magnífico, 'La Pasión según Telew', la masacre y la rebelión del pueblo de Trelew frente a la macabra operación de escarmiento que lanzó el Ejército contra sus pobladores a los que se consideró simpatizantes de los guerrilleros. Con la distancia de los hechos y en un nuevo prólogo a su obra, Eloy Martínez escribió en 1997: "Las inútiles muertes de Trelew se convirtieron en una semilla de odio. En los dos años que siguieron, no pasó semana alguna sin que alguien sucumbiera por haber sido ejecutor, juez, abogado, sobreviviente o defensor de la matanza. La destrucción de la Argentina empezó entonces, en aquella madrugada aciaga de 1972, y fue sucia, sorda, canallesca, como una pesadilla del fin del mundo".