Miguel Carcaño, escoltado por agentes de la policía, llega a la Audiencia. / Archivo
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En la mente de Carcaño

Egocéntrico. Manipulador. Líder del negro triángulo que cierran 'El Cuco' y Samuel. Así actuó en el juicio el asesino de Marta del Castillo

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Miguel Carcaño ya demostró de qué pasta está hecho un árido día de San Valentín. Corría el 14 de febrero de 2009, una fecha que no olvidarán los experimentados agentes de Homicidios de Sevilla. Veinticuatro horas después de ser detenido por el asesinato de Marta del Castillo, dejó boquiabiertos a los policías. 'El Pede' (de pederasta, como apodaron en el colegio Arias Montano a aquel "chaval obediente" por su querencia a liarse con niñas) aguantó tres interrogatorios de siete horas casi sin inmutarse. Con respuestas rápidas y secas como el picotazo de una víbora. Sin rogar ni siquiera un vaso de agua. Sin pedir permiso para ir al cuarto de baño. "En treinta años de carrera no he visto nada igual", dijo un alto mando de la Jefatura de Andalucía. Hacía mucho tiempo que Miguel Carcaño había dejado de ser el 'niño bueno' que cuidaba de su madre en silla de ruedas.

Han pasado dos años y ocho mareantes versiones de por medio sobre cómo murió Marta y dónde está su cuerpo; interminables ruegos de la familia, de la justicia y de toda la sociedad, que reclama una pista sobre el paradero de su cadáver que ponga fin a la "tortura infinita" de Antonio del Castillo y Eva Casanueva. Ni enterrar a su niña de 17 años han podido... Nada ha rebajado la gelidez de Carcaño. Ni de los otros dos divos de esta crónica negra a los que acusa de deshacerse del cuerpo: Samuel Benítez y Javier García Marín, 'El Cuco' (absuelto del crimen pero condenado por encubrimiento). Para los investigadores, "perritos falderos" del líder: Miguel Carcaño, un manipulador nato, además de egocéntrico, celoso e inestable, según dictan informes psicológicos y el análisis de su caligrafía. La Audiencia de Sevilla, donde se ha celebrado el juicio, ha sido otro lugar de 'lucimiento' para él y sus supuestos compinches. Recordando la muerte de Marta con el mismo tono con el que alguien rememoraría cualquier 'batallita' del pasado. Subiendo al estrado de los acusados con andares soberbios y seguros. Atreviéndose hasta a hacer chistes de Forrest Gump en el careo con Samuel. Pero incapaz de aguantar la punzante mirada que Antonio del Castillo le lanzó en nombre de toda España tras declarar en el proceso. Solo entonces agachó Carcaño la cabeza...

Ocultar el cadáver

"Estas actitudes revelan una dureza de ánimo fuera de lo habitual. En todo el proceso de ocultar el cadáver y 'jugar' con la justicia hay rasgos psicopáticos. Está claro que comprendieron desde el principio que la ocultación del cuerpo les suponía grandes ventajas procesales, y eso prevaleció sobre la compasión hacia Marta y su familia", juzga Vicente Garrido, psicólogo y profesor de Criminología de la Universidad de Valencia.

El que quiera hacer de abogado del diablo del asesino tiene que remontarse a su infancia. Dura y desgarrada. Hasta los 9 años no conoció a su padre. José Carcaño lo abandonó con 12 meses. Se entregó a los brazos del alcohol y dejó a Miguel en los de su madre, Felisa Delgado, vendedora de cupones, que crió a su hijo con gritos y más de algún golpe. "El niño ha cambiado tanto que para mí está muerto", ha sido el último gesto 'cariñoso' de su progenitor. Francisco José, su hermanastro y acusado de encubrir el crimen, también se desentendió de la familia. "Somos hermanos porque lo pone en un papel", le ha dicho Miguel en una carta desde la cárcel. Él solo tuvo que cuidar a su madre. A los 17 años se quedó huérfano. Dejó los estudios para trabajar, fue detenido por robar un coche, empezó a labrarse un camino descarriado... Pero el pasado no hace al desalmado. "Hay muchas personas adultas perfectamente integradas que superaron una niñez muy adversa, y ha habido asesinos con muy buenas infancias", subraya Garrido.

Ni Carcaño, ni Samuel, ni 'El Cuco' han dejado asomar compasión o sufrimiento en el juicio. Como si hubieran asimilado sus 'mentiras' como verdades. "Es más, están arrogantes, atentos a las cámaras, a su propia imagen", es el dictamen del psicólogo de la Fiscalía de Menores de Madrid Javier Urra. Samuel Benítez ha ido cada día como un dandi a la Audiencia a responder de sus cargos: deshacerse del cuerpo de Marta. Ropa pija. Gafas de sol de marca. Andares presuntuosos. Le halaga que le digan que se parece a Cristiano Ronaldo. Y alardea de gigoló. "Me escriben un montón de niñas y me invitan a sus casas", ha llegado a escucharse en el juicio. Pero sus gestos lo delatan. En el careo con Carcaño resoplaba. Acabó santiguándose. Y tras desaparecer Marta, en una entrevista en televisión habló con algo más que palabras... "A ver si tenemos suerte y la encontramos". Y Samuel no cesaba de desviar la mirada. Siempre arriba y a la izquierda. Lo que los expertos llaman "usar la memoria constructiva". No sirve para recordar. Sirve para construir. Para fabular. Para mentir.

En 'El Cuco' no queda nada de aquel niño delgado, enclenque, de pelo corto y moreno de 2009. Ha cambiado camaleónicamente. Alto, musculado y con una larga melena rubia de bardo. Ni rastro ahora del testimonio sincero que obtuvo la policía al detenerlo. "Es prepotente, demasiado maduro para su edad", opina José Casanueva, abuelo de Marta. Al final, los 'perritos falderos' mordieron al líder. Hasta el frío Carcaño lo aceptó en el careo con Samuel. "En aquella época eras más listo que yo. Por eso estoy en la cárcel y tú en la calle".