ANÁLISIS

Rusia: El fraude y el porvenir

El presunto fraude del domingo debe ser denunciado y la revuelta social hará alguna mella… pero una alternativa en el Kremlin no cambiaría la conducta de la Federación Rusa como Estado, ni sus tics nacionalistas ni su política exterior

MADRID Actualizado: Guardar
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Vladivostok, en el lejano Oriente ruso, es una ciudad de unos 700.000 habitantes, pero el hecho de que ayer, mucho antes de que amaneciera en Moscú, se manifestaran allí 1500 ciudadanos fue una noticia en la capital y en su aparente pequeñez, mereció la vuelta al mundo: los 1500 ciudadanos protestaron contra el presunto fraude de la elección legislativa del domingo.

El gobierno ruso, por no hablar de su ministerio del Interior, están poco habituados a las demostraciones populares de la oposición y es de uso ordinario contra ellas lo que los franceses, pudorosamente, llaman la manière forte.

Pero muchísimos moscovitas se unieron el sábado bajo las siglas de todos los partidos de la oposición en el centro de la ciudad y venciendo todos los obstáculos artificialmente levantados contra la reunión. Varios miles de ciudadanos, muchos más de los esperados, pidieron, sencillamente, un recuento honrado y algo más preocupante para los inquilinos del Kremlin: un solo candidato de la oposición unida cara a las elecciones presidenciales de marzo.

Una Duma diferente

Todo esto pese al rápido reflejo de Vladimir Putin, primer ministro, presidente probable y “hombre fuerte” de la situación, quien, como es de uso, recurrió al argumento de acusar a fuerzas extranjeras, los Estados Unidos ahora, de instigar las expresiones de hostilidad ante el fraude. Las dos enérgicas declaraciones de Hillary Clinton al respecto (“la elección no fue ni libre ni justa”, dijo el miércoles) desataron la indignación del Kremlin.

Para evitar malentendidos hay que decir en seguida que los tres partidos perjudicados por el amaño electoral (comunistas, liberal-demócratas y “Rusia Justa”) son o pueden ser eventualmente tan nacionalistas como Putin. Solo el antiguo bloque “Yakoblo”, siempre luchando para obtener algún peso social digno de mención, podía considerarse liberal y occidental en la aceptación del adjetivo. Pero nunca ha tenido el respaldo suficiente, un hecho que merece atención.

Es útil recordar hoy que, con arreglo y todo, “Rusia Unida”, el partido-movimiento de Putin (que, formalmente, no está afiliado) y el ahora presidente Dimitri Medvèdev (que intercambiarán los papeles en marzo) sufrió un fuerte retroceso y pasó de 315 escaños a 238, mientras ganaban los otros tres con representación en la Duma: el PC (de 57 a 92), “Rusia Justa” (de 38 a 64) y el “Liberal-Demócrata” (de 40 a 56).

Si todos los votantes de estos tres partidos votaran a un candidato común podrían ganar la presidencial de marzo, pero eso implica la misma participación (el 60%) y un arreglo improbable entre todos. Los comunistas, con casi el 20% del voto, exigirían que su líder, el incansable Guennadi Ziuganov, fuese el candidato lo que no gustaría mucho ni a Nikolai Levichev (“Rusia Justa”, que tiene en Serguei Mironov a un buen candidato) ni, desde luego, al sulfuroso Vladimir Zhirinovski, el jefe de los injustificadamente llamados “liberal-demócratas”, famoso por sus ejemplos truculentos y sus exageraciones de un gusto dudoso.

Más al fondo está el hecho de que prácticamente todos los partidos y, destacadamente, el PC son antes que nada rusos y buscan afanosamente la bendición de la de nuevo poderosa y respetada Iglesia Ortodoxa, como hicieron con todo éxito Boris Yeltsin, quien se apresuró a bautizar a sus nietos y a gastar dinero en restaurar iglesias, y Vladimir Putin. El Patriarcado de Moscú nunca ha sido más respetado.

Ningún partido se separa de la gran tradición, de eso que se llama a menudo el alma rusa (cuando nadie habla del alma estadounidense, un país federal, asambleario y democrático desde el primer día de su revolución anti-colonial). Putin lo sabe y lleva sin dificultad alguna su doble perfil de agente de la KGB y de dilecto protector de la Iglesia. Dicho de otro modo: el presunto fraude del domingo debe ser denunciado y la revuelta social hará alguna mella… pero una alternativa en el Kremlin no cambiaría la conducta de la Federación Rusa como Estado, ni sus tics nacionalistas ni, desde luego, su política exterior.