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La 'princesa africana' se confiesa

La mujer fuerte del Gobierno Bush se sintió ninguneada por Rumsfeld y Cheney y pensó más de una vez en dimitir

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Dicen que tenía uno de los cerebros más privilegiados de la Casa Blanca, pero Condoleezza Rice fue más conocida por el color de su piel, sus esbeltas piernas con zapatos de tacón y su talento al piano. La biografía de la 'princesa africana' que obsesionó a Muamar Gadafi llegará el martes a las librerías estadounidenses con el título de 'No hay mayor honor: Memorias de mis años en Washington'. Aparece después de la del presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney y hasta el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld, con quien mantuvo las relaciones más tormentosas, pero la obra de Rice no por ser la última tendrá menos jugo u oportunidad histórica.

'Condi', como la llamaba el presidente, resulta ser una de las almas más cándidas de aquel Gabinete a la hora de sincerarse por escrito e incluso flagelarse por los errores cometidos, como el de su lentitud a la hora de entender la dimensión del huracán 'Katrina', que devastó Nueva Orleans. Eso no impide que siga aferrada a algunas de las ideas más controvertidas del Gobierno de Bush, como la guerra de Irak. A estas alturas los altos cargos de aquel Ejecutivo apenas han reconocido haber encontrado "embarazosa" la ausencia de armas de destrucción masiva, sin cuestionar por ello la decisión de invadir el país que ha costado incontables vidas y una terrible sangría de dinero.

La guerra contra Irak era aceptada "por consenso" desde un año antes de que empezara, "tan temprano como los primeros meses de 2002", escribe, "pero sin embargo había feroces diferencias sobre qué aspecto tendría el Irak postSadam y qué papel debería jugar EE UU". Según su propia narrativa, Rice coincidía con el entonces secretario de Estado, Colin Powell, en cuestionar el número de efectivos e insistió en que no serían suficientes para asegurar el control de Irak una vez que se desmontase el Gobierno de Sadam Hussein.

Sus dudas cayeron en oídos sordos ante el Pentágono. La única vez que consiguió que el presidente las plantease, a principios de febrero de 2003, poco más de un mes antes de la invasión, Bush "comenzó la reunión de una forma que destruía cualquier posibilidad de obtener respuestas", recuerda la autora desolada. "Esto es algo de lo que 'Condi' quería hablar", dijo Bush. "Pude ver inmediatamente que los generales ya no pensaban que era una pregunta seria. Es la debilidad que tiene el cargo de asesor de Seguridad Nacional. La autoridad viene del presidente y si a él no le interesaba el tema, ¿por qué les iba a importar a los demás?", lamenta ahora.

Tras aquella "desastrosa reunión" su segundo le dijo que él habría dimitido al ver cómo el presidente restaba peso a sus preocupaciones, algo que ella se planteó numerosas veces, pero resolvió perseverar y finalmente consiguió un cargo con peso propio, el de secretaria de Estado, que heredó de Powell a finales de enero de 2005.

Rechinante relación con Rumsfeld

Puede que esto le diese más influencia en el Gobierno, pero no sirvió para allanar la rechinante relación con Rumsfeld, que a menudo les hizo enzarzarse en públicos desencuentros. Después de uno de ellos, Rice se enfrentó directamente a su antiguo mentor en busca de una explicación a sus malas relaciones. Rumsfeld no supo darle ninguna, "siempre nos llevamos bien, obviamente eres lista y comprometida, pero simplemente no funciona (entre nosotros)", le dijo. A ella lo de "lista" le llegó al alma. "¿Lista?, pensé para mis adentros. Eso es parte del problema. Don se había sentido más cómodo en los viejos tiempos, cuando él era un hombre de Estado promoviendo mi carrera. Una relación entre iguales le costaba más".

Rumsfeld le tiró la pelota del fracaso de Irak al Departamento de Estado que ella comandaba, al mantener que la seguridad mejoraría cuando también lo hiciera la parte política. "Yo era escéptica hasta el día en que Bob Gates se convirtió en secretario de Defensa", confiesa ella. "Por supuesto", añade la revista 'Newsweek', que ha adelantado los extractos del libro, "ese fue el día en que Rumsfeld se fue".

Entre los encuentros y desencuentros que marcaron sus ocho años en el Gobierno de Bush, Rice recuerda con nostalgia su afinidad con el presidente francés Nicolas Sarkozy. "Lo veíamos todo con los mismo ojos. No pude evitar pensar qué diferentes habrían sido las cosas si cuando nos enfrentamos por el problema de Sadam Hussein hubiera estado Sarkozy en el Elíseo en lugar de Chirac, y Angela Merkel en lugar de Gerhard Schroeder en Berlín".

La sintonía con otros jefes de Estado alcanzó un nivel de "inquietante fascinación" en Gadafi, que preguntaba a otros diplomáticos internacionales por qué no lo visitaba su "princesa africana". Cuando al fin ella aceptó la invitación, Rice se negó a acompañarle en su famosa jaima pero consintió en cenar con él a solas en la cocina, pese a las protestas de su equipo de seguridad.

Perturbador anfitrión

Al principio le pareció que Gadafi no estaba tan loco como se decía, pero pronto constató sus bruscos cambios de humor y sus insólitas propuestas políticas, como la de resolver el conflicto de Oriente Próximo con la creación de un solo estado llamado "Israeltine".

Lo más perturbador debió de ser cuando al final de la cena su anfitrión la agasajó con un vídeo que había montado con imágenes de ella junto a diferentes jefes de Estado, con una banda sonora creada especialmente para Rice por un compositor libio que la tituló 'Una flor negra en la Casa Blanca'.

Cuando los rebeldes libios encontraron hace poco en una de las mansiones del exdictador un álbum con fotos de Condoleezza, Rice debió de recordar el escalofrío. "Estoy muy, pero que muy contenta de que le apartáramos de sus más peligrosas armas de destrucción masiva. Allí, en su búnker, en su última batalla, estoy segura de que las habría usado. Volví trastornada pensando cuánto vivía ese hombre en su cabeza, como en una realidad alternativa".