Obama en el Concierto por la Esperanza, último acto de los homenajes. / Efe
Diez años del 11-S

Estados Unidos cierra una década que cambió el mundo

Tras visitar el monumento en el que figuran los nombres de las víctimas, han abrazado a algunos familiares de los fallecidos

NUEVA YORK Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El día empezó como había terminado hace diez años, con helicópteros de la Policía sobrevolando Manhattan y muchos neoyorquinos aterrados en la oscuridad, preguntándose si alguno de estos se estrellaría contra otro rascacielos. «Han pasado diez años desde que el azul perfecto se transformó en el negro de la noche», recordó el alcalde Michael Bloomberg al abrir la ceremonia de aniversario en la Zona Cero, «y desde entonces hemos vivido entre luces y sombras. Nunca dejaremos de ver lo que ocurrió aquí».

No eran solo las televisiones las que repetían una y otra vez las devastadores imágenes de los atentados. Miles de ciudadanos revivían el dolor junto al solar de las Torres Gemelas por donde hace diez años pasaban 50.000 personas diarias. Los familiares de las víctimas se habían levantado de noche para estar a las 7 de la mañana al pie del enorme camposanto en que todavía descansan los restos convertidos en polvo. Para los más de mil que no han encontrado ni un hueso que enterrar, es lo más cerca a una tumba que pueden tener.

Ayer muchos se empeñaban en no ser los únicos que les recuerden.Con las fotos tatuadas en pancartas y camisetas, los rostros de las víctimas recuperaron la vida a ojos de aquellos extraños para los que solo son un nombre más de los 2.893 que se leen cada año. Debra Ann DiMartino sonríe en bañador desde la playa. Mayra Valdes lo hace en traje de novia. Stuart Todd Melzer abraza a sus dos hijos.

Catherine Lisa Loguidice se aferra al enorme muñeco de peluche que tanto quería. Todos están muertos, pero ayer eran como fantasmas incapaces de aceptar su abrupta partida. O tal vez eran sus familiares los que no les dejaban marchar. «Nunca te fuiste, sigues con nosotros», decía una pancarta. «Siempre serás joven», prometía otra. Era el momento de contar sus vidas a los cientos de periodistas encerrados por la policía que les entrevistaban a través de la barrera. Para llegar frente al escenario donde se protegía al presidente Barack Obama a través de un cristal antibalas la prensa había sido obligada a bordear el perímetro de seguridad y caminar casi dos kilómetros, pero todas esas medidas extraordinarias hacían aguas entre los miles de familiares a los que se quiso facilitar el duelo.

Entre medio de ellos daba vueltas desorientado un mexicano de baja estatura que no hablaba inglés, al que le habían prendido un lazo azul de la solapa como a todos los que venían a honrar a una víctima. El hombre, sin embargo, no tenía a nadie a quien llorar, solo buscaba desesperadamente la estación del metro y sin saber cómo se vio arrastrado hasta el centro del memorial. Su rostro confuso, mientras pedía indicaciones a la policía y a los periodistas para salir de allí, era una prueba más de cómo las extraordinarias medidas de seguridad implantadas a lo largo de esta década suelen acarrear más molestias para los ciudadanos comunes que obstáculos para quien realmente quiera burlarlas.

Llamamiento a la unidad

El presidente de EEUU, Barack Obama, termino el día haciendo un llamamiento a la unidad. "Nada puede torcer la voluntad de unos EEUU verdaderamente unidos", en su único discurso de conmemoración de los atentados del 11 de septiembre del 2011 (11-S). Al comienzo del "Concierto para la Esperanza" con el que concluyó la conmemoración de los atentados, Obama indicó que los acontecimientos de los últimos 10 años "subrayan los lazos entre todos los estadounidenses. No hemos sucumbido a la sospecha y la desconfianza".

"Los debates, sobre la guerra y la paz, sobre seguridad y las libertades civiles, a menudo han sido encendidos. Pero es precisamente el rigor de esos debates, y nuestra capacidad de resolverlos de manera que honra nuestros valores, lo que representa una medida de nuestra fuerza", concluyó el presidente.

Horas antes, el presidente y la primera dama viajaron también a Shanksville (Pensilvania) para rendir homenaje a las 40 víctimas del vuelo 93 que se estrelló en los campos de este pueblo en el marco de los actos en recuerdo del décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre. Barack y Michelle Obama depostiaron una corona de flores ante el monumento erigido en recuerdo de los pasajeros, que se rebelaron contra los terroristas que habían secuestrado el avión y les arrebataron el control del aparato.

Un monumento inaugurado este mismo sábado en un acto al que asistieron el vicepresidente Joe Biden y los expresidentes George W. Bush y Bill Clinton. El nuevo memorial sustituye al monumento improvisado levantado espontáneamente tras los atentados. Posteriormente, los Obama regresaron a Washington para asistir al acto en recuerdo de los fallecidos en el Pentágono, la sede del Departamento de Defensa. Allí murieron 184 personas a cuyas familias ha podido saludar Obama en emotivo acto.

Por encima de la amenaza

La alerta terrorista declarada el jueves por la noche ante la sospecha de que Al-Qaida planeaba su propia conmemoración de sangre y muerte había amedrentado a muchas familias, pero no a Magali Lemagne. «Nada que dijeran iba a impedir que viniese. En la vida, lo que tenga que pasar, pasa, porque todo tiene una razón de ser.Hasta la muerte de mi hermano». David, de 27 años, era un paramédico recién metido a policía que ese 11-S suplicó a sus jefes que le dejaran acercarse al World Trade Center porque tenía formación para ayudar a las víctimas. Dos años después de su muerte una fotógrafa rusa localizó a su familia para compartir con ellos una última foto que le había tomado antes de que se desmoronasen sobre él las Torres Gemelas.

«Para nosotros fue un gran consuelo», explica Magali. «Le vimos firme, concentrado en su trabajo, ayudando a una señora. A mi madre le había atormentado la idea de que le hubiera podido el miedo frente a la sombra de la muerte sin que ella no pudiera reconfortarlo, pero cuando vio esa foto entendió que estaba en control de la situación, haciendo lo que más le gustaba. Mi hermano murió ayudando a otra gente, por eso estaba allí, es lo que da sentido a su muerte».

Muchas familias contaban ayer historias similares sobre alguno de los 403 bomberos, policías y personal sanitario que quedó enterrado bajo los escombros, pero algunas no necesitaban historias románticas para encumbrarlos después de muertos. «Mi héroe es un carpintero, David Ruddle», decía la camiseta que llevaba ayer su hermana.Para algunos el tiempo ha suavizado el dolor, otros no han podido con él. Como el padre de Catherine Lisa Loguidice, que no estaba en casa cuando ella lo llamó desde la planta 105 de la Torre Norte, contándole lo asustada que estaba ante el inminente final.

Ese mensaje grabado en el contestador le dio vueltas en la cabeza durante años. Hace cinco, en el quinto aniversario, cuando la campana de los bomberos en la Zona Cero anunció la caída de la Torre Norte, el corazón se le paró de golpe frente al televisor.«Dicen que murió de un ataque al corazón pero nosotros sabemos que fue de un corazón partido», contó ayer su nuera al pie de la ceremonia a la que no falta cada año.

Cobertura abrumadora

La cobertura mediática de este décimo aniversario ha sido, incluso para las familias que se empeñan en no olvidar, «abrumadora», decía Magali Lemagne, pero lo que más temen estas familias es que después llegue el olvido. El propio alcalde Michael Bloomberg ha anunciado que este año podría ser el últimoen el que se lean los 2.893 nombres de las víctimas, un acto sobrio pero extremadamente emotivo que pone la piel de gallina en la Zona Cero y arrastra muchas lágrimas. La airada reacción que siguió a las palabras del alcalde ha convencido al Ayuntamiento de que antes que convertir a las víctimas en un número colectivo habrá que sondear minuciosamente el sentir general. «Habrán pasado diez años pero para mí es como si fuera ayer», asegura Magali.

Fuera del perímetro de seguridad que ayer rodeaba la Zona Cero, la calle Broadway se había convertido en una Meca de peregrinos y turistas que cruzaban intereses. Los últimos se tomaban fotos sonrientes frente a los murales en los que los familiares de las víctimas dejaban los últimos 'Te quiero'. Los otros pedían una nueva investigación que demuestre lo que creen a pies juntillas, que los atentados fueron obra del gobierno de Bush, que paradójicamente recibió un sonoro aplauso de las familias. Y algunos más anunciaban el fin del mundo: «Sed prudentes y arrepentiros», decía el hombre de la barba gris vestido en una larga túnica blanca.

Los que pregonaban contra el racismo intercambiaban miradas severas con los que portaban pancartas contra el Centro Cultural Park51, que ellos llaman la mezquita de la Zona Cero. Dentro, sobre el escenario, encontraron un insospechado aliado en el gobernador demócrata Andrew Cuomo, que hablaba por primera vez en la ceremonia del 11-S. Obama, Bush y el exalcalde Rudy Giuliani eligieron poemas y citas bíblicas para su intervención, pero Cuomo prefirió parafrasear al incuestionable Franklyn Delano Roosevelt, en su definición de los cuatro principios sobre los que descansa el sueño americano, para enviar así un mensaje de tolerancia al país que de vez en cuando parece haberlos olvidado.

«El primero es la libertad de expresión, en cualquier parte del mundo. El segundo, la libertad de cada uno para adorar a Dios a su manera, en cualquier prte del mundo. La tercera es la libertad que da estar libre de carencias económicas, en cualquier parte del mundo. Y la cuarta, estar libre del miedo, en cualquier parte del mundo».

Y ahora sí, «ya puedes cerrar los ojos», cantó a la guitarra acústica el premiado compositor James Taylor, autor de la famosa canción 'You got a friend' que popularizase Carole King. «No puedo cantar más al dolor», decía la lírica elegida, «vamos a pasarlo bien, que nadie podrá arrebatarnos eso».