cultura

No creas que no vas a pagar por esto

Recuerdo ahora ese verano. Mientras espero el bus, en una parada aparentemente tranquila. Al fondo hay cuatro chavales de unos 13 años como lo éramos entonces nosotros.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Recuerdo ahora ese verano. Mientras espero el bus, en una parada aparentemente tranquila. Al fondo hay cuatro chavales de unos 13 años como lo éramos entonces nosotros.

En los suburbios aprendes a ir en bici antes incluso que a andar o tocar una teta.

– Una carrera entre tú y yo. – Era uno de los retos de Paco Pellicer. Él y su hermano Ximo vivían a la otra parte de las vías. Junto a ellos iba el Rata. De mi barrio éramos Sento, regordete, Jesús, una mente dotada para las matemáticas (nunca supe porqué venía con nosotros) y Eva, la chica-chico de la clase.

Casi llegando al campo de fútbol, Paco giró su manillar para asustarme y consiguió que perdiera el control de la bici.

– Eso es trampa tío. – le espetó Eva.

– Tú te callas. – dijo Paco mientras la mirada de Jesús se enrabietaba, algo que pasaba cuando se metían con Eva.

– En el próximo básquet tú juegas con nosotros. – sentenció Paco, y me señaló como si fuera una mercancía.

– ¿Y si no quiero?

– ¿Y si te parto la cara? Esta tarde en mi portal a las seis. No me hagas esperar.

A menos cuarto todos estaban en la pasarela para verme cruzar.

– Si necesitas algo, voy contigo. – dijo Jesús envalentonado.

– Tío, pero si no tienes ni media hostia.

– Ya.

Y me fui camino a casa de los Pellicer.

– Mi padre conoce a tu padre.

– Ya lo sé. – Su padre era guardia primera en el cuartel de Patraix. Mi padre era uno de sus superiores. Papá no hablaba mucho del trabajo, pero si algo sabía por él es que Pellicer no era ‘trigo limpio’. Paco me chistó para que le siguiera y entramos en el cuarto de sus padres. Sacó una pistola y me apuntó.

– A que da miedo, ¿eh? Es tope guapa.

– Yo me tengo que ir.

– Vale, mañana a las siete en la cancha de básquet. Díselo a tus mierdas.

En el campo se me notaba tenso.

– ¡Eh, falta! – insistió Jesús tras el empujón que el Rata le dio a Eva.

– Si se lo ha buscado ella, solo hace que acercarse. Está colada por mí. – Jesús apartó al Rata y yo intenté separarlos, pero fue Ximo el que la cogió de su bolsa de deportes.

– Tú, gilipollas, vuelve a tocar a mi amigo y te mató. – le apuntó con la pistola.

– Tete, quieto ya.

– Ni quietos ni hostias que este tío me tiene comida la moral. ¡Mira que moratón! – Al levantarse la camiseta, me tocó con la mano que llevaba la pistola y yo la aparté. El Rata creyó que era una agresión y de un ostión me tiró al suelo. Lo que luego recuerdo permanece borroso: un tiro, una caída y ver el cuerpo de Jesús tumbado, sangrando.

En el trayecto en el bus repaso mis citas: llamar a Eva, una reunión en el periódico y la eco de María, mi mujer. Levanto la mirada y él me está observando. Seguramente lleva mirándome desde que ha subido. Aparto la mirada y bajo en esa parada. En la calle me doy cuenta que estoy a tres paradas del lugar donde voy, pero que la mirada de Paco Pellicer me ha asfixiado.

2Al mes del primer encuentro con Paco Pellicer he dejado de pensar en ello. Pero ayer, mientras escuchaba a Ryuichi Sakamoto, Paco volvió a subir al bus. Lo vi desde que entró y me hice el despistado. Noté como se acercaba poco a poco. Como no quería levantar sospechas, decidí bajar en el mismo sitio de la otra vez...

– Hola, ¿te acuerdas de mi?

– No. Si me disculpas.

– Gabi. – y el silencio se hizo, para mi, un eco – Lo siento.

Consigo mirarle a los ojos. Él guiñó su ojo derecho al mirarme.

– ¿Recuperaste la... vista?

– No del todo.

– Podemos hablar.

– ...tengo trabajo y...

– Lo entiendo. ¿Otro día?

Pero no quiero alargar más la idea de saber qué querrá.

– Un café rápido, ¿vale?

– Sabes, siempre quise ser de tu barrio. – Después del gran sorbo que ha dado Paco se hace cercano. – Tal vez te parezca una tontería, pero allí parecíais contentos.

– No te creas.

– Quería... mira, la culpa no fue de Ximo, fue mía.

– No hace falta que...

– Quiero que lo sepas. La pistola la llevé yo al partido solo para fardar, nunca se me habría ocurrido..., mi hermano siempre ha sido muy impulsivo. Pero cuando disparó..., yo intenté evitarlo y... desvié su tiro. Él no iba a disparar a Jesús. – Durante un segundo, Paco ha resbalado unas lágrimas de sus ojos y se frota rápidamente. – Se podría haber evitado. Cuando te vi el otro día, pensé que lo mejor era que, ya sabes, te pidiera perdón. No debe ser fácil vivir con un amigo mu..., y eso. _– Y señaló mi ojo izquierdo.

Lo miré sin rencor.

– Lo importante es la aceptación, y que tú te hayas perdonado. Yo ya lo he hecho.

Cuando salí a la calle cogí el teléfono para llamar a María, pero no lo hice, pensé en mirar hacia atrás, pero tampoco lo hice. Y desde entonces, ya no lo volví a ver nunca más.