Instante en el que Michael Jordan finta con el cuerpo hacia la derecha mientras cambia el balón hacia la mano derecha. / Vídeo: YouTube
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Disección de un instante

Michael Jordan entró un poco más en la historia con una jugada que apenas duró un momento y que dio el sexto anillo a sus Bulls

MADRID Actualizado: Guardar
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15 de junio de1998. Sexto partido de la serie final de la NBA entre los Jazz y los Bulls. Michael Jordan roba el balón a Karl Malone bajo el aro propio y cruza el campo. Y el 23 congela el tiempo. Todo se para en el parqué del Delta Center de Utah entre los abucheos y gritos de los enfervorecidos seguidores locales. El hombre que llevó a Larry Bird a decir que Dios se había disfrazado de jugador baloncesto, tras lograr 63 puntos ante sus Celtics, decide callarlos a todos para que escuchen su sintonía. De repente, todo pasa y, sin apenas tiempo de saber qué ha ocurrido, el escolta de Chicago se levanta en suspensión y anota el tiro ganador, mientras un derrotado Bryon Russell, su defensor, le observa rendido en la cancha y solo es capaz de levantarse para ver cómo el balón entra con total limpieza por el aro y cómo su nombre queda ligado a ese momento para siempre. Es el lanzamiento que da a los Bulls su sexto anillo en ocho años y cierra el segundo 'three-peat' de su historia. 'His Royal Airness' se queda impasible tras una suspensión eterna, con el brazo derecho levantado, la muñeca flexionada y su dedo índice apuntando a la canasta. 'The Last Shot'. Un lanzamiento perfecto, de manual.

Fiesta, abrazos y saltos de felicidad en el séquito de 'Air' Jordan y el maestro zen. Manos en la cabeza, lamentos y lágrimas entre los soldados del comandante Sloan.

Quizás sea el gran momento de la historia de la NBA. La jugada mas recordada y revisada de los últimos 25 años en la mejor liga del mundo. Un instante que aglutina el tiro más decisivo y estético y una simple finta acompañada de un básico cambio de dirección. Un gesto técnico aparentemente sin dificultad, sin esfuerzo. Sin embargo, uno de los detalles más puros que se han podido ver sobre una cancha de baloncesto. Un envite en el que el toro más bravo derrota al torero y le hace doblar la rodilla ante la bestia. Unas décimas para ver mil veces a cámara lenta. Un amago con el cuerpo volcado a la derecha, mientras esa mano lanza el balon hacia la izquierda en un bote que apenas se levanta un palmo del suelo. Cuando la siniestra recibe la pelota, la rodilla roza el suelo en un escorzo que quebraría la articulación a cualquier mortal. El tiro es la gloria, pero la excelencia se ha alcanzado unas décimas de segundo antes. La canasta era el fin, pero es el medio el que hace un poco más grande a Jordan y un poco más pequeño a Russell.

Hay cosas que no tienen precio porque su valor va más alla de lo material, instantes que quedan perennes en nuestra mente, imborrables pese al implacable paso del tiempo, y a los que la distancia no hace más que aumentar su significado. 13 años después, la canasta de Michael Jordan, es un icono destacado dentro de la vitrina de los recuerdos de la NBA. 13 años después, Russell sigue resbalando cada vez que MJ activa de nuevo el reloj y se levanta para entrar un poquito más en la historia.