Uno de los múltiples objetos que han surgido con motivo de la boda en Mónaco. / Reuters
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No la llames Charlene, llámala alteza

La exnadadora sudafricana se desprenderá de su apellido tras su boda con Alberto de Mónaco para adoptar el del pequeño Principado

MADRID Actualizado: Guardar
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Es la última de una larga lista de plebeyas que, como en los cuentos de hadas, pronuncian un "sí" y les cambia la vida. Para bien, se entiende. Charlene disfruta de sus últimos días de soltera. También del Wittstock que la acompañó desde que vio la luz en enero de 1978 en la localidad sudafricana de Bulawayo. Perderá su apellido y adoptará el del pequeño Principado que la convertirá en princesa, en alteza serenísima, en primera dama de Mónaco. Se acabó con el "sí, quiero" rendir pleitesía a las hermanas de Alberto de Mónaco. Las reverencias, ahora, serán en sentido contrario. Lo marca el protocolo. Carolina y Estefanía le cederán el paso; en el caso de la hija mayor de Raniero y Grace, también el testigo de representar al pequeño estado de glamour y lujo bañado por el Mediterráneo, papel que desempeñó desde la muerte de su madre.

Desde que Charlene inició su noviazgo con el príncipe monegasco, el empeño por compararla con la actriz de Hollywood que cambió guiones por joyas cartier ha sido continuo. En cuanto a parecido físico, puede; en cuanto a realidad social, poco o nada. Para empezar, un detalle, el anillo de pedida de la futura princesa no lleva la firma de la casa francesa, sino de la italiana Repossi. Y, para continuar, a Charlene no le harán desplante las casas reales europeas, como ocurrió décadas atrás en la boda principesca de Mónaco. Entonces los príncipes estaban llamados a casarse con príncesas, duquesas o hijas de la rancia aristrocracia. Si no eras uno de ellos, no existías. Ahora de aquello queda... nada.

A Charlene le han abierto camino las hoy princesas de Holanda, Noruega, Dinamarca, España... A nadie sorprende ya que una mujer (o un hombre, ojo, porque ahí está el caso de Suecia) de la noche a la mañana, por obra y gracia de la divinidad y la costumbre hecha ley, deje de ser un simple mortal para hacerse llamar alteza real (alteza serenísima en el caso de Mónaco), ostentar ducados y recibir honores. Son los cuentos de hadas de nuestro tiempo en los que muchos siguen creyendo. Como Charlene, que ya sabe que el apellido de las princesas es el del país al que representan. El Wittstock muy pronto será historia. Y comenzará entonces a escribirse su Historia.