REVUELTAS EN EL MUNDO ÁRABE | LIBIA

«Hace mucho pensé en ser reina»

Ana María Quiñones, esposa de Idris Al-Senussi, pretendiente al trono libio, nació en León y vive en Roma, donde nos recibe

ROMA Actualizado: Guardar
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Esta es la historia de cómo una chica de buena familia de León llega a la primera plana de la actualidad internacional. Su marido desde hace casi 25 años podría ser una pieza clave del engranaje que decida el futuro de Libia en la era post Gadafi. La vida de Ana María Quiñones (no Quiñones de León) es una de esas biografías insospechadas que sorprenden en los libros de historia, un cuento de príncipes y princesas que entró desde hace un mes en el ajedrez sociopolítico del mundo árabe.

Comienza a finales de los años cincuenta (guarda con celo la fecha de su nacimiento), en una familia de Castilla de toda la vida, con un padre oficial de aviación. Termina la historia con Su Alteza Real la princesa Ana María Al-Senussi, esposa del príncipe Idris Al-Senussi, pretendiente al trono de Libia y sobrino del rey Idris I, al que Gadafi derrocó en 1969 aprovechando que estaba en Turquía para operarse de un ojo. Desde su lujoso apartamento de Roma, con el arte renacentista del Palazzo Farnese a los pies del ventanal, Ana María habla de su vida en exclusiva para V. Allí recibe con naturalidad y educación –que no afectación– y rescata los recuerdos que la transportan muy lejos de la tormenta libia. Viaja hasta León, al seno de una familia católica con cinco niñas. La pequeña Ana María se educó en un colegio de monjas hasta que con 14 años marchó a Madrid para, pocos años después, salir al mundo con un trabajo en la compañía de vuelos chárter Air Spain, en Palma de Mallorca. "Luego conocí a mi primer marido, el marqués Kustermann de Konski, de origen polaco, y me casé en Roma con 21 años".

Aquello terminó en divorcio, y Ana María se quedó en la capital italiana. Solo un año después, su vida dio otro vuelco con la llegada del príncipe Idris.

¿Cómo se conocieron? Como todas las parejas. "Yo me enamoré a primera vista en una fiesta en Roma", cuenta él, que hoy tiene 54 años. Se acercó, le pidió el teléfono y Ana María se lo dio. En 1987 se casaron en la capital italiana. El matrimonio tiene un hijo, Khaled, de 23 años, que estudia en la Libanese American University en Beirut, una de las más prestigiosas escuelas de negocios en el mundo árabe. "La hija del anterior matrimonio del príncipe, Alia, de 28 años, trabaja en el campo del arte contemporáneo. Es como mi hija".

–¿Cómo se lo tomaron sus padres cuando se casó con Idris?

–¡Muy mal! Mi padre era militar de una familia antigua, muy católica. Imagínate una hija tan joven que se casa con un musulmán, divorciado y exiliado... Me decían que yo era la oveja negra de la familia. Mi marido es oscuro y ahora se piensa distinto pero entonces... Luego le han querido mucho, porque se dieron cuenta de que es un hombre bueno, cariñoso, serio y muy humano.

Ana María e Idris nunca dejaron de ser una pareja exótica. Cuando se casaron en la mezquita de Roma, ella prometió que criaría a sus hijos en el islam, pero sigue siendo católica. La mezcla se digiere con normalidad y frecuentes banquetes. "En casa se celebran las fiestas musulmanas y las católicas. El Ramadán y la Pascua, la Navidad... Mi marido incluso me acompaña cada año a la Misa del Gallo. Sabe que la iglesia es un lugar para rezar, cada uno al que crea el dios verdadero. Él respeta mucho mi religión y yo la suya". Con los idiomas también eligieron un terreno neutro. Se entienden en italiano, pues en esa lengua se conocieron, aunque Ana María hable siempre con su hijo en castellano. "Sería una vergüenza que Khaled no hubiera aprendido el español. Lo habla muy bien. Cuando estamos en España, nadie le pregunta de dónde es".

–¿Cómo están viviendo la crisis de Libia?

–Mi marido siempre ha estado pendiente de lo que ocurre en el país. Ahora está muy triste al ver a la gente morir y a los niños y las mujeres sufriendo. Durante los primeros días estábamos en Washington y él no se despegaba de la televisión. Hemos pasado muchas noches sin dormir.

–¿Se ha visto alguna vez como reina de Libia?

Al principio, cuando los bombardeos de Estados Unidos [1986], sí que pensé en ser reina. Luego la cosa se diluyó mucho. Mi marido se dedicó más a los negocios que a la política, pues tenía que ocuparse de toda la familia Al-Senussi y ayudar a mucha gente.

–¿Y ahora?

–Reinar no es ahora el objetivo de mi marido el príncipe, pero nunca se sabe. Todo depende del pueblo libio, de lo que decida. Sí es justo que cuando se vayan a tomar las decisiones sobre el país, él esté en la mesa, por supuesto.

Las pretensiones al trono de Libia tienen sus raíces en las polémicas de una familia. Los Al-Senussi están divididos entre Muhammad, que vive en Londres y que según la genealogía debería heredar el trono de Idris, e Idris, que argumenta que el rey ¡ le encargó a Abdallah, el Príncipe Negro, su padre, legitimar de nuevo la monarquía. "Él no dice ser el heredero, sí un pretendiente al trono, aunque ahora mismo eso no es lo importante".

Al margen de las tensiones "que puede haber en cualquier familia", y de la preocupación que se vive en su casa desde que comenzara la revuelta en Libia, la princesa de León vive sus pasiones. Con su primer marido, pasó algunos años en el Puerto de Andratx (Mallorca), un lugar privilegiado desde el que pudo practicar la navegación a vela. Otra de sus devociones han sido los caballos, con los que ha participado en numerosas ocasiones en la caza del zorro en Reino Unido y en la caza de ciervos en los bosques de Francia. En los últimos años, un problema de espalda la ha apartado de los equinos y se ha dedicado a viajar.

Gimnasta y nadadora

Ana María ha visitado las playas de medio mundo (Mauricio, Seychelles, Costa Azul, etc.) y las mejores estaciones de esquí en las que sobre todo disfrutan sus hijos: Courchevel, en Francia y Gstaad, en Suiza. Esta gimnasta y nadadora también ha vivido en los ambientes de la 'jet seT', en fiestas de alto copete, cuando visitaba Saint Tropez, con el príncipe Michael de Kent y Simeón de Bulgaria e incluso en el Palacio de La Zarzuela, durante las veladas con los Reyes de España, que "siempre se han portado muy bien". Recientemente, han visitado Washington y allí acudieron a una recepción con el embajador marroquí en Estados Unidos, con quien les une "una estupenda relación".

Ahora se encuentran en Roma, donde están recibiendo una avalancha de llamadas de toda la prensa internacional y donde residen en un confortable piso muy luminoso, decorado sin estridencias, y de cuyas paredes cuelgan numerosas obras de arte contemporáneo.

La vida de Ana María Quiñones pivota entre dos tierras a las que pertenece y en las que no vive. Una de ellas, España, que visita cada año en León, Madrid y Puerto Banús durante sus frecuentes encuentros con sus hermanas y su madre. Y otra patria lejana que nunca ha conocido. Porque de Libia salió su marido con 13 años, después de que Gadafi expulsara del trono al rey Idris hace ya 42 años.

De ese país, hoy en llamas, ha oído hablar durante años. "Es un tema constante en todas las conversaciones. Hablamos lo que está ocurriendo, de los problemas de la gente, de los recuerdos...". En los festejos en su casa romana de la Piazza Farnese impera una vieja tradición compartida por los que suspiran por los paraísos perdidos. Desde hace 42 años, a cada brindis desean que el siguiente chinchín suene en Libia. "Ahora, cada vez lo vemos más cerca. Ojalá –suspira–, no tenga que morir más gente".