Milu, en el andamio en el que se tiró tres días de agosto para pintar el retrato de la musa de Don Quijote. / RC
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No son gigantes, es Dulcinea

El mayor retrato del mundo de la musa de Don Quijote ‘colorea’ el edificio más decadente de un pueblo vecino de El Toboso

MADRID Actualizado: Guardar
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Quintanar de la Orden es ese lugar de la Mancha de cuyo nombre es más fácil acordarse desde el 11 de agosto cuando este pueblo toledano completó su mayor obra de arte, la Dulcinea más grande del mundo, un enorme mural que ha transformado un decadente edificio de siete plantas (una puñalada en el casco histórico) en un original lienzo urbano de 35 metros de altura.

Las manos de Milu Correch, una artista argentina de 22 años especializada en grafitis XXL, han devuelto el color y la vida a un insulso bloque de pisos, un mazacote de cemento levantado en los años 70 bajo el incomprensible afán de competir en altura con el imponente campanario de la iglesia medieval de Quintanar. La herida urbanística ya sangra menos gracias a esa Dulcinea vanguardista colgada del cielo que resplandece a kilómetros de distancia.

Desde allí arriba, la enigmática musa de Alonso Quijano parece velar por Quintanar igual que su señor veló sus armas de caballero andante en la legendaria venta que aún existe a solo media legua. Los vecinos andan entusiasmados con el colosal fresco de su Dulcinea y lo muestran orgullosos a los visitantes. La reacción es de admiración y asombro. Sorprende la revolucionaria apuesta de street art (arte urbano) lanzada desde este apacible esquina de la provincia de Toledo, al lado de El Toboso, patria chica de la dama imaginaria del de la triste figura.

Así como en la novela cervantina, ella es el motor que impulsa las aventuras y desventuras de su enamorado, también la Dulcinea de Milu Correch ha conquistado el corazón de las trece mil almas de Quintanar. No han pasado ni tres meses desde que la joven se bajara del andamio y diera por concluida su creación, y el monumental grafiti ya se ha ganado el derecho a formar parte del ADN de un pueblo por cuyas venas corren litros del pujante vino manchego (cuentan con la mayor cooperativa vitivinícola de Toledo), de chocolate (llegó a tener cinco fábricas) y de anís ‘La Asturiana’, que a pesar del nombre es quintanareño cien por cien.

Para reforzar la vinculación del retrato con El Quijote y La Mancha, Milu estampó tres molinos de viento sobre uno de los hombros de su Dulcinea, sin olvidarse del ingenioso hidalgo y su inseparable Sancho que cabalgan en sus monturas tatuados sobre el otro.

A Milu la propuesta de recuperar ese ruinoso paño de pared con uno de sus murales gigantes se la hizo un lugareño, Santiago Villajos, a través de un correo electrónico que recibió en su hogar de Buenos Aires. Ella no había estado antes en Quintanar, aunque conocía Toledo como turista y le sonaba el nombre del cercano pueblo de El Toboso (a unos siete kilómetros) porque había leído El Quijote. Con el permiso de los vecinos del bloque, se puso manos a la obra subida en un andamio y armada con sus pinceles, sus brochas y sus rodillos. La muralista argentina empleó tres días de agosto (casi mejor hablar de tres atardeceres porque el calor mañanero en La Mancha es para no salir de casa). De la experiencia recuerda la buena acogida vecinal y la incondicional ayuda brindada por los ciudadanos de Quintanar, a veces echándole una mano con las pinturas y las herramientas, otras manejando la grúa o llevándole bocadillos y agua para que se refrescara. Lo cierto es que la plaza se llenaba todos los días de niños, jóvenes y mayores. Unos pendientes de que a Milu no le faltara nada. Y todos disfrutando mientras contemplaban la evolución de la pintura. "Ahora tengo una nueva familia en Quintanar. Aquellos días tuve una hermosa compañía", cuenta desde Buenos Aires.

- ¿Y por qué Dulcinea y no otro personaje?

- Pinté a Dulcinea con Quijote y Sancho en sus hombros, porque al fin y al cabo, Dulcinea es la causa de la locura y de las aventuras del Quijote. Es quien sostiene el relato desde su ausencia inalcanzable.

Milu no se inspiró en nadie en particular (le gusta decir que "en una mujer equis"). Pero por muy indefinido que resulte, el rostro de su Dulcinea desprende sensualidad, dignidad y fortaleza. Normal que a ella se encomendara el caballero andante… y quizás ahora Quintanar pueda encomendarse también a su particular Dulcinea para abrir una nueva página histórica cargada de futuro.

La artista, hija de un pintor aficionado y de una profesora de literatura, ha recorrido Europa (Lisboa, Belgrado, Perpiñán…) interviniendo en diferentes espacios urbanos con sus obras de ‘street art’. Reside en Buenos Aires, donde sigue creando murales callejeros. También lee, anda en bici y está aprendiendo a tatuar. Ahora aguarda la ocasión de regresar a Quintanar para ver, de nuevo, a sus amigos y "por qué no, pintar otra vez".