hoja roja

De churras y de merinas

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De mezclar las churras con las merinas nos salió una partida de ovejas tan inútiles que ni daban lana, ni leche y que, enamoradas de los lobos, iban derechitas al altar del sacrificio tan contentas y tan ufanas. Es lo que tiene el refranero, que cuanto más sensato parece, menos caso le hacemos. Porque lo de no mezclar las churras con las merinas que siempre fue un mandamiento sagrado para los ganaderos, ha quedado derogado por la ley del disparate que impera en nuestra sociedad. Todo se mezcla, y así resultan estas extrañas aleaciones que rompen cualquier molde establecido. Sucede cuando para la entrega de medallas de Andalucía, se trae uno a un afectadísimo Antonio Banderas que por momentos recordaba al gato con botas de Shrek, y por momentos se convertía en la Aurora Bautista de Locura de Amor. Convertir un acto institucional en el club de la comedia es muy fácil, sabe usted de sobras que ya lo vienen haciendo desde hace mucho en el congreso de los diputados con gran éxito de crítica y público y con momentos estelares como el de Cospedal y su parte contratante de la primera parte. Todo es producto de confundir el atún con el betún, la velocidad con el tocino y sobre todo, de mezclar las churras con las merinas.

Proponía el presidente del Parlamento de Andalucía, Manuel Gracia, en el Pleno Institucional del pasado jueves, cuatro medidas de mayor participación de los ciudadanos en la actividad parlamentaria, avanzando que no sólo los diputados puedan enmendar los proyectos legislativos, sino que cualquiera desde su casa podrá enmendar un proyecto de ley y con suerte, si se aprueba, esa enmienda llevará el nombre del ilustre ciudadano enmendador. No, hombre, no. No volvamos a mezclar a las ovejas. Que cada oveja, dice otro refrán, vaya con su pareja. Los ciudadanos no están para hacer el trabajo de los parlamentarios, sino para velar porque estos cumplan con el cometido que les hemos otorgado en las urnas.

Y lo peor de estas mezclas es que en muchas ocasiones, la pasión ciega al conocimiento y las formas –las malas o equivocadas formas– enturbian el fondo. Ocurrió con el Carnaval Chiquito y ocurre cada año con las cofradías y esa especie de captación mediática de penitentes. De los tímidos ‘Cofrade, viste la túnica’ de hace unos años, hemos pasado a prácticas de marketing más agresivas, tipo dos por uno, trae a tu amigo y te rebajamos el cincuenta por ciento, sin límites de edad, tarifa familiar, descuentos a parados… todo un universo friki puesto en bandeja para darle de comer a esos que siempre están dispuestos a hincar el diente en la parte más podrida de la manzana. Luego se quejan las cofradías de que nadie se fija en la labor callada y constante que realizan durante todo el año y quizá tienen razón, pero entre la jerga que emplean y las colas para recoger lo que ahora les ha dado por llamar ‘papeleta de sitio’, entre esos altares de culto sacados del álbum de los tiempos y esa especie de autoridad moral que se atribuyen al hablar de los colores de los ternos y las telas de las túnicas, han llegado solitos al altar del sacrificio como ovejas que van al matadero. Mezclando las churras con las merinas.