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Pesca en corrales

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No fueron los catorce grados bajo cero los que acoquinaron a Raúl Gómez, mexicanito altivo, sino el hecho de toparnos con un osazo, una montaña peluda, en la esquina de nuestro hotel en Saint John, en New Brunswick, hurgando en los cubos de basura, que nos disuadió, con elocuentes gruñidos, de todo intento de competir por su condumio urbano. Con el clima primaveral patriótico de México D.F. bruñido en el alma, costaba trabajo entender que alguien pudiera vivir, pese a las hermosuras naturales de Canadá, en aquel medio gélido. Pero en aquellos pagos de concordia bilingüe en los que se entabla conversación con educada mesura y prontitud con gentes de todas las razas, de todas las confesiones, de todos los colores y tendencias ideológicas, hasta un montaraz animalote puede llegar a parecer un modelo de civilidad. Ciertamente, en los medios gélidos pierde el ser humano grandes dosis de capacidad reflexiva, si bien y no por ello debe asegurarse, que la capacidad de reflexión mayúscula, sustantiva, es atribuible al habitante de los medios cálidos en exclusiva. Pero lo cierto es que Raúl entabló inmediatamente una larga y calurosa conversación con el personal del hotel, casi todos indios de confesión sij, a los que les explicaba con ahínco que él era también indio si bien de la variedad amerindia.

A Raúl le extrañaba que en New Brunswick se capturasen las alachas en corral. Esta especie, la ‘Sardinella aurita’, sucedáneo de nuestra sardina, se encierra en empalizadas en la bahía de Saint John y se cobra por salabardeo. Acostumbrados nosotros a la pesca de cerco en México, más bizarra y de riesgo, considerábamos aquel medio de captura una faena pecuaria, sin la menor objetividad, esto es; discutiendo cerrilmente y con bravatas. En mi caso, comportaba delito el censurar este manejo de cardúmenes, siendo de la tierra de los corrales de Chipiona y Sanlúcar, las almadrabas de Barbate o los esteros salineros, espacios todos de pesca por acorralamiento. Pero así es la vida del pescador, orgullosa y repleta de nobles trifulcas y secretas mañas.

En estos momentos de desidia heroica todos queremos pescar en corral. Queremos que la marea nos aporte la captura de forma gratuita, sin brega ni barrunto, para cómodamente recuperarla con un golpe de esparavel. La vida es liza, es riesgo sin mesura, es compromiso apasionado y vehemencia cegadora. No se vive del aburrido pastoreo, ni de ejercicios amanerados adecuados para mansurrear a las emociones de la vivificación. Hay que embarcarse y aproar la mala mar con gesto de roda y determinación de arpón. No podemos vivir acobardados, escudados en el hermetismo de una única lógica onanista. Hemos de discurrir por las vías apasionadas de la inquietud polifacética, eludiendo la comodidad de consumir bazofias sin lúdica como el oso urbano de Saint John.