el maestro liendre

¿Y si ésta fuera la Tercera Guerra Mundial?

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La ciencia-ficción, el cine, los opinadores y los más sesudos ensayos se han devanado durante más de 20 años en teorías más o menos rocambolescas sobre cuál sería el desencadenante de la próxima guerra mundial. Una vez caído el muro que mantenía en terrorífico equilibrio dos bloques antagonistas, una vez que la democracia ha sido distribuida por medio mundo a través de jeringuillas infectadas, había que buscar otra causa. La ideología, la lucha de clases o las ambiciones territoriales están descartadas. Solo la religión parecía una coartada consistente para el crimen masivo. Pero, finalmente, tampoco.

La usura que viaja oculta en el envoltorio de la libertad derrite voluntades, paraliza conciencias, diluye discrepancias, desigualdades y fronteras. Incluso amortigua los golpes que dan las creencias y la fe. Los que más o mejor piensan lo vieron pronto, ya no habrá banderitas por las que morir, así que intuyeron que la siguiente batalla masiva, internacional, ésa que enfrente a países enteros contra otros en similar número, sería diferente. Esta profecía no incluye la masacre cotidiana fuera del foco del Norte y el Occidente, cascarón del mismo huevo venenoso.

En el listado de teorías abundaba la sensatez. Nos mataríamos por el agua, por vivir en las menguantes zonas del planeta que no serán desierto, por la energía y el petróleo, por alguna sustancia como aquella llamada soma de la novela profética. Pero la realidad siempre supera a la mejor prosa, siempre la deja pequeña. Resulta que esa nueva batalla que costará millones de vidas no será por nada de eso, o será por todo a la vez. Lo que vienen a demostrar las noticias es que esa tragedia tendrá una motivación especulativa, económica, y que ha empezado ya. No hay fuego, ni ataques, explosiones o uniformes, por lo que cuesta asociarlo todo a una guerra. Pero es un ataque premeditado, provocado por la ambición de unas pocas personas que planean destruir a varios millones con tal de defender su propósito. Así son las guerras desde Alejandro Magno hasta la de los Balcanes.

Como toda guerra, empieza a tener caídos, mártires y héroes cuya sangre inflama la de los demás. La carta de Dimitris Christulas, el farmacéutico jubilado de 77 años que se pegó un tiro en la cabeza ante el parlamento griego (técnicamente padre de todos los parlamentos) contenía un lenguaje bélico que, aunque choque, aunque sea políticamente incorrecto, cada vez compartimos más ciudadanos. Si cada paso que vamos a dar es el que intuimos, igual hay que acabar a bofetadas (por usar una palabra blanda). Ese pensionista, al que ya no le alcanzaba para comer y pagar el alquiler a la vez, decidió pagar la mensualidad del piso para completar su exhibición de dignidad, minutos después se fue en metro hasta la plaza Sintagma, se acercó a un árbol y se voló la tapa de los sesos. Dejó una carta que se ha convertido en testamento histórico, en declaración de la guerra inconfesable.

En ella acusa de traidores a los que han llevado, por pura avaricia, a miles de ciudadanos a esta situación («no quiero rebuscar comida en la basura») y anima a los jóvenes a empuñar armas «para colgarlos como a Mussolini». «Si un griego cogiera un fusil, yo sería el segundo en hacerlo», venía a decir, casi textualmente. Quedan pocas dudas sobre el matiz bélico que alcanza esta situación. Los que dicen que España seguirá cada paso de Grecia hacia el abismo con sólo unos meses de retraso se cargan de razón cada semana, si muchos de nuestros padres e hijos van a pasar hambre igual hay que levantar el puño y llegar a la conclusión, como el viejo Dimitris, que vale más morir bien que vivir tan mal.

El presidente de la FAO, la Agencia para la Alimentación de la ONU, José Graziano Da Silva, que presuntamente no es un papafrita, acaba de declarar que «si la crisis en España se hace más profunda e incluso desmantela las redes de protección social, podría aparecer un problema de acceso a los alimentos». Llena de ira pensar que su principal origen es la usura, que ese dinero que ya le falta a los mayores griegos para comer se destina a pagar los gigantescos intereses que unos bancos le piden a los gobiernos, a todos, a cambio de los préstamos que insistieron e insisten en concederles para hacer un fabuloso negocio. Ése es el principio y el fin del asunto. Todo por ese repugnante motivo.