Trifulca de náufragos

Estamos con el agua al cuello todos, pero nuestros aguerridos hombres públicos siguen diciendo pestes unos de otros. No nos puede extrañar que la contaminación se haya disparado en España y no se cumplan los límites legales de dióxido de nitrógeno señalados por la Unión Europea. Aquí cada uno va a su aire, que a va ser irrespirable hasta el 20 de noviembre. Quienes absorban y expelan todos los discursos y declaraciones dañarán su sistema respiratorio. Los náufragos, en vez de bogar en la misma dirección, se están dando con el remo en la cabeza.

El presidente del Banco Central Europeo, Juan-Claude Trichet, pide a los gobiernos de la Eurozona un Ministerio de Economía común mientras el Banco de España avala finiquitos millonarios. Hay que ayudar a las entidades financieras, no sea que pierdan su identidad y nadie pueda pedir dinero a una usura razonable. Desde siempre, o por lo menos desde que los babilonios o los fenicios inventaron la moneda, los auxilios a las economías débiles se trataban en reuniones secretas, pero ahora se puede llegar a un acuerdo en una gasolinera. El ministro de Fomento, don José Blanco, también conocido como Pepiño Blanco, acusado de participar en la trama gallega, insiste en su inocencia. Las enemistades políticas son furiosas y entre ellas no solo cabe la menor duda, sino la duda mayor. Descalificar al rival, sea como sea, esa es la consigna. Aunque se lleve a la tintorería no queda igual. Las salpicaduras de la llamada ‘operación Campeón’ no se quitan así como así.

Nos quedan otras distracciones más higiénicas. Blanca y radiante ha vuelto a ir la indestructible duquesa de Alba. Una mujer extraordinaria que le cae bien a todo el mundo, no solo a la mitad. Si don Francisco de Goya volviera se pondría en turno para pedir su mano. Se arrancó a bailar una rumba para demostrarnos que «hoy es siempre, todavía». Mientras se apalean los náufragos, ella nos demuestra que siempre se puede salir a flote.