opinión

Desahuciados

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Es terrible el verdadero drama por el que están pasando cientos de familias en España. Antes era algo aislado, de lo que casi no se hablaba, que sólo sucedía en los suburbios y, por tanto, pasaba desapercibido en la tranquila vida de la clase media de nuestro país. Ahora es una realidad descarnada que estrangula sin piedad a cualquiera que caiga en sus fauces, a cualquiera que sea víctima de esta crisis de mierda, a cualquiera que no haya podido atender en tiempo y forma un préstamo personal o una hipoteca.

Nadie está libre ya de algo así. Las cifras son reveladoras: cada día se llevan a cabo casi 180 desahucios en España. Así las cosas, hay muchas posibilidades de que alguno de ellos nos sorprenda a la vuelta de la esquina o quién sabe si en la puerta de al lado. El movimiento ‘Stop Desahucios’, vinculado al 15M, y el eco de los medios de comunicación se me antojan vitales para que nadie sea ajeno a esta cruda y dura problemática que cuando asoma por la puerta de una casa es para dejar marcada a esa familia de por vida. Y así sucedió el pasado viernes. En Caulina, un tranquilo núcleo rural cercano a Jerez. Uno de esos lugares donde la vida pasa lentamente, entre gente sencilla y trabajadora, donde el sol calienta los campos y arruga la piel. Sinceramente, no sé si la detención de un terrorista internacional habría movilizado a tantos policías.

No sé si la captura de un asesino habría requerido de una violencia tan inusitada. Dudo que una operación contra una banda de narcotraficantes hubiera desatado la brutalidad policial que vimos en Caulina el viernes. Sólo se trataba de una familia humilde, que no se resignaba a regalarse su casa al banco, y de un puñado de gente indignada a la que, por supuesto, les dieron muchos más motivos para estar así de por vida. Llegada la hora de ejecutar la sentencia del desahucio llegaron a Caulina unos 40 agentes los antidisturbios, al parecer llegados desde Sevilla. Cargaron contra estas personas como si de los criminales más sádicos del planeta se tratase. Allí sólo valía dar hostias. Y cuanto más fuerte mejor. Sentí nauseas, asco, vergüenza, indignación. Apreté los dientes cuando vi las imágenes del desalojo y posterior apertura de la casa, a golpe de machota.

Era el triunfo irracional y despiadado del sistema y los mercados sobre la gente humilde y desarmada. Y me vino a la cabeza el bróker que tan famoso se ha hecho diciendo lo que otros no se atreven, que con nuestras miserias se están haciendo ricos unos cuantos hijos de puta. Y me pregunté cómo es posible que por el impago de una deuda de 24.000 euros te quiten por la cara una casa y un terreno que están valorados en 300.000. Y pensé que alguien está haciendo un gran negocio con todo esto. Y, sobre todo, pensé en esa pobre gente, una familia cuyo padre lleva unos días en el hospital por un amago de infarto provocado por toda esta inmundicia. Ellos dicen que estaban dispuestos a pagar, a alcanzar algún acuerdo para salvar su vivienda.

Es cierto que se deben tomar medidas contra aquellos que, por las circunstancias que sean, no cumplen sus compromisos con una entidad financiera. Pero ¿no hay otras herramientas? ¿Hay que movilizar a un regimiento de policías y maltratar a la gente de ese modo? El Gobierno que salga de las elecciones del 20N debe poner bien arriba en su agenda la aprobación de una ley que, como se viene solicitando por gran parte de la sociedad desde hace tiempo, permita la dación en pago. El problema es que las presiones del mundo de las finanzas, que todo lo controla, me hacen dudar mucho de que algún partido político tenga los bemoles suficientes de hacer algo así. Que exista la posibilidad, al menos, de que si el banco te quita la vivienda, quede saldada tu deuda con ellos.

Porque el drama es aún mayor si pensamos que esta familia, que ha perdido su casa de toda la vida, a la que le han quitado a porrazos la dignidad; esta familia seguirá recibiendo las letras del préstamo que un día pidieron. No sé a qué dirección les enviarán los recibos. No sé si duele más esto o la somanta de palos que el viernes repartió la Policía en un lugar que era tranquilo y se llama Caulina.