opinión

El cinturón

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Las dudas sobre la recuperación española han desatado la alarma, pero antes han desatado los cinturones de los españoles, a lo que ya no les caben en su horizonte enrollado más agujeros. Por mucha cintura que tengamos hay más boquetes. La crisis griega y el frenazo económico han hecho caer las bolsas, pero antes se nos han caído los pantalones y nos hemos quedado en calzoncillos. Se acabaron los mendigos dignamente vestidos que pululaban por los atrios de las iglesias o exhibían por las calles más transitadas unos carteles donde podía resumirse la desdichada peripecia de su vida. Ahora la deidad a la que se implora no es la Virgen, por cierto muy caritativa, sino a la señora Merkel.

Nos hemos convertido en un país de pedigüeños, pero ya se sabe que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar ni la hora y en esta hora de España, tan desnortada, nadie da nada. El caos del rescate griego ha hundido nuestras bolsas y disparado la prima de riesgo, que tiene muchos parientes. El telegrama de todos los países en apuros es unánime en su texto: «remitan fondos». Nuestra vicepresidenta económica, Elena Salgado, que podía ser buenísima si las cosas no fueran tan mal, también pide ayuda a los bancos españoles, incluso a los que les falta una pata.

Lo peor del llamado ajuste, que evidentemente es necesario, es que nadie lo considera justo. La Justicia, que según Aristóteles es «la más excelente de las virtudes», es para Antonis Samaras, líder de la oposición griega, la más urgente. Los dos son paisanos, aunque disten mucho de ser contemporáneos. El primero descifró la vida y el segundo hizo un máster en Harvard. Los dos están consiguiendo que nuestro meridiano pase por Atenas. Aristóteles, que en rigor no era griego, sino un macedonio, dividió las ciencias en teóricas, prácticas y poéticas. Y el llamado Samaras está poniendo en peligro al euro. La cintura evoluciona con el tiempo.