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:: TEXTO: PÍO GARCÍA :: FOTOGRAFÍA: ELISABETH RUIZ/EFE
Sociedad

El jardín de la diosa Ixchel

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Eternamente tumbada, rodeada de tiestos vacíos, posada sobre un hermoso jardín submarino, la joven juguetea con sus piernas, cierra los ojos, apoya la cabeza en sus manos y sonríe con levedad: nada le importa ya. Al fondo, casi borrado por la bruma acuática, un buzo la observa. Respira con fuerza, suelta gruesas burbujas y avanza cauteloso, como si temiera romper el hechizo que mantiene postrada a la joven soñadora. Cuando el buceador regrese a la superficie y consulte sus mapas, sabrá que ha estado caminando por el museo subacuático de Isla Mujeres, un pedazo de tierra que un día se escapó de la península del Yucatán (México) y que el conquistador Francisco Hernández de Córdoba encontró y bautizó en el año 1517. Hasta que los españoles llegaron, con su ruido de caballos, crucifijos y espadas, el lugar estaba consagrado a Ixchel, diosa maya de la luna, el amor y la fertilidad. Los primitivos habitantes de la zona solían acudir a sus playas con fervor para depositar sobre la arena distintas ofrendas con formas femeninas. Quinientos años después, la Oficina de Visitantes y Convenciones de Cancún, municipio vecino de la isla, ha decidido recuperar la tradición y sembrar de esculturas los fondos marinos. Las autoridades ya no buscan agradar a la diosa Ixchel, definitivamente olvidada por la modernidad, sino atraer más turistas y conseguir más dinero. Pero, a la joven que reposa eternamente tumbada y rodeada de tiestos vacíos, eso le da igual: ella por fin ha alcanzado la serenidad.