ESPAÑA

«Nos daban patadas continuamente»

GERNIKA Actualizado: Guardar
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El infierno terminó el martes, pero los 36 marineros del Alakrana -ocho vascos, siete gallegos, doce africanos, ocho indonesios y uno de Seychelles- difícilmente podrán olvidar los 47 días de sufrimiento a manos «de una banda de desgraciados». «Hubo muchos momentos críticos, desde el primer día hasta el último. Sobre todo cuando subían a bordo los jefecillos de los piratas, porque se ponían a discutir entre ellos, a disparar al aire, nos escupían a la cara... completamente drogados a base de masticar las hojas de quat. Cuando los cabecillas, hasta cuatro, no estaban, se hacía algo más llevadero», relataba ayer a este periódico el patrón del Alakrana, Ricardo Blach.

El oficial, natural de la localidad pontevedresa de Baiona, reconoció que «llegó un punto en el que ni mirábamos al calendario. El día de la liberación me dijeron que arribaríamos a puerto el viernes y tuve que preguntar cuándo era eso», contó por teléfono.

Rumbo a las Seychelles, Blach y el capitán Iker Galbarriatu recordaban que «ha sido un auténtico calvario». «Por el día, nos tenían atados a una silla, comíamos con el plato en las rodilas; y por la noche dormíamos en el suelo. Aunque lo de dormir es un decir, porque nos molestaban constantemente dándonos patadas, insultándonos, llamándonos fucking spanish y palabras por el estilo», indicaba. «El que diga algo a favor de esa gente debería soportar las vejaciones a las que nos han sometido», aseguraba con rabia el patrón. Pero la jornada más amarga fue la del día 5, cuando los piratas se llevaron a tres tripulantes a tierra y amenazaron con matarlos. Uno de estos marineros, Manuel Antonio Pérez relataba ayer a su esposa que «los bajaron del barco a una pequeña lancha, dieron varias vueltas y después los llevaron otra vez a bordo y los encerraron en un camarote, diciéndole a la tripulación que se los habían llevado». El objetivo, engañar a los compañeros y aumentar la sensación de miedo. Hasta que los liberaron, Blach no había logrado conciliar el sueño de un tirón. «La ATS militar que llevamos a bordo ahora me dio una pastilla. Dormí como un angelito», dijo satisfecho.