Cultura

Libros que vienen de lejos

Desde El alijo de Ramón Solís, bajo la tapa dura de EP, que durante años identificó a la Editorial Planeta, a La arboleda perdida de Rafael Alberti en aquel entrañable cartón duro del geltex con acetato con que Círculo de Lectores llenó Cádiz de libros durante la transición, todavía pueden encontrarse en los anaqueles o en la web de la Librería Raimundo, todo un emporio de papel, de negro sobre blanco, de títulos descatalogados que siguen viviendo en sus almacenes gaditanos.

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Más allá de las secciones de libros de El Corte Inglés, la provincia gaditana cuenta con un promedio aceptable de librerías, aunque Algeciras, por ejemplo, sólo cuente con el pequeño reducto de El Libro Técnico desde que cerrase Praxis.

En el mapa provincial, incluso nos permitimos el lujo de establecimientos especializados como la Librería Agrícola de Jerez, tradicionales como Dos Mares en La Línea, o militantes como la Tartessos de Rota, sin descuidar imperios librescos como el de Beta, de Manolo Pimentel, que ya ha puesto una pica en el Flandes gaditano al abrir un local en Los Barrios.

En la capital gaditana, la nómina es generosa y buena parte de ella corresponde a un proyecto empresarial tan sólido como el de Quórum, que ha logrado consolidar una marca y un estilo, a través de una editorial y, hasta ahora, dos filiales, como Quetum y Q&Q, en el local donde en tiempos reinó la majestuosa libertad de La Marina. En La Plaza Mina sigue teniendo un e-mail la librería Manuel de Falla y, en esta misma ciudad, dentro y fuera de las murallas, numerosos libreros compaginan el oficio con el de la papelería y la venta de periódicos, desde la tenaz Librería Jaime, en Corneta Soto Guerrero, a María Auxiliadora y Cominero a orillas de la avenida, o estantes similares repartidos por la calle Brasil, la de San Miguel, o la de Sacramento.

La librería anticuaria de José Raimundo Gramontell Bermúdez es otra cosa. Negocio familiar, una habilidosa política de empresa le ha permitido abrir otras razones sociales e incluso patearse las ferias del libro antiguo y de ocasión en ésta y en otras provincias.

Como complemento, sin embargo, de ese éxito mercantil, a Raimundo se le atribuyen otros logros quizá más importantes: el de mantener a disposición pública un stock de títulos que llevan años desaparecidos de los fondos libreros. Y es que uno de los mayores problemas de la industria del libro en este país es precisamente el de su mayor gloria: España es una potencia editora que cada mes llena de novedades los escaparates lectores, por lo que el fondo de librería se hace cada vez más peregrino, ante la falta de espacio y su alto coste.

El fin del analfabetismo y eso que llaman industria del ocio provoca que, hoy por hoy, varias generaciones lectoras vengan a coincidir en un mismo tiempo y espacio. Y si los más jóvenes devoran a los Ruiz Zafón o Pérez Reverte de hoy, todavía quedan quienes se acuerden de Álvaro de la Iglesia y de Evaristo Acevedo, de Leon Uris y de Frank Yerby, pero también de Alfonso Grosso o de Manuel Ferrand.

Todavía queda quien extraviase, en alguna mudanza o en algún divorcio, los Almuerzos con gente importante de José María Pemán o las Cenas con gente inquietante de Manuel Vázquez Montalbán. Seguro-seguro, que entre discos de Jorge Sepúlveda o de Manolo Tena, entre los DVD de la etapa inglesa de Hitchcock, algún misterioso incunable o alguna primera edición de Adolfo de Castro, podrán encontrar aquello que buscan o aquello que ya ni siquiera recuerdan, libros que vienen de lejos, en el anaquel del fondo de la librería Raimundo.