CONAN DOYLE. LLegó a participar en casos como él de Jack el destripador.
Cultura

Los casos de sir Arthur

Peter Costello analiza en un libro la importante y en su época reconocida labor como detective de Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes

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Con su bigote de húsar y su mirada acerada, sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, era una mezcla entre un gentleman inglés de finales del XIX y un paladín medieval: un tipo recto y enérgico que entendía la vida en términos de desafío, esfuerzo, honor y victoria. Era intuitivo y contundente, directo y altivo. Odiaba la injusticia y su código de comportamiento le impedía negarse a ayudar a quien se lo solicitase. Cierta bravuconería de índole casi atlética le hacía dudar de que hubiese un asunto sobre el que su inteligencia no pudiese arrojar algo de luz.

Tras la publicación de los primeros libros de Sherlock Holmes, Conan Doyle se convirtió en el escritor más famoso de Inglaterra. Su mérito residía en haber creado un personaje inmortal, un arquetipo: el detective moderno, científico, al tiempo cerebral, implacable y complicado. Como suele ocurrir, muchos lectores confundieron al personaje con su autor y muy pronto Conan Doyle comenzó a ser requerido para colaborar en la resolución de casos criminales. Al fin y al cabo, él era el inventor del infalible método detectivesco de Holmes: todo un sistema deductivo que, al menos sobre el papel, servía para desentrañar los misterios más complejos que se pudieran imaginar.

Gracias a Arthur & George, la espléndida novela de Julian Barnes, muchos hemos tenido noticia de este otro Conan Doyle, el detective aficionado que investigaba por su cuenta asuntos que ocupaban las páginas de sucesos de su época. En el libro de Barnes se detallaba el increíble caso de George Edalji, un timorato abogado de origen hindú que fue acusado de una serie de misteriosas mutilaciones a animales que se dieron en 1903 en el pequeño pueblo de Great Wyrley. Edalji solicitó por carta la ayuda del escritor y este no dudo en entrar en escena con la sutileza de un huracán. «A medida que iba leyendo», escribió años después Conan Doyle recordando el momento en que recibió la petición del abogado, «el inconfundible aroma de la verdad me llamó poderosamente la atención y caí en la cuenta de las dimensiones de aquella espantosa tragedia y de que tenía que hacer cuanto estuviera en mi mano para poner las cosas en su sitio».

Conclusión definitiva

Conan Doyle se citó con Edalji en un hotel de Charing Cross. El escritor llegó tarde y, nada más entrar, reconoció al pequeño hombre de tez oscura. Edalji estaba leyendo un periódico y se lo acercaba demasiado a los ojos. Ocurrió como en una novela de Holmes, Conan Doyle saludó al abogado y le preguntó si padecía astigmatismo. En realidad Edalji tenía una vista muy deficiente y ninguna de las lentes de la época podían corregir su visión. Era evidente que aquel hombre no podía mutilar a un animal en la oscuridad: no veía lo suficiente. En un minuto Conan Doyle llegó a una conclusión en la que el abogado de Edalji no había reparado.

Si Holmes era un maestro del razonamiento lógico, Conan Doyle era un buen aficionado. Quienes quieran conocer más sobre esa otra vida del escritor inglés pueden acercarse a Conan Doyle, detective un trabajo del irlandés Peter Costello que Alba publica en su estupenda colección Alba oscura destinada a la investigación y la divulgación de temas relacionados con la Criminología.

A lo largo de su vida, el escritor sintió verdadera pasión por el mundo del crimen y llegó a participar en investigaciones destinadas a aclarar casos como los de Jack el Destripador, Sacco y Vanzeti o la misteriosa desaparición de Agatha Christie en 1926.

Conan Doyle llegó al estudio de los crímenes a través de la literatura y a la vez su propia literatura se vio influida por los casos que estudiaba. Peter Costello trata de establecer qué hechos reales terminaron filtrándose a la obra del autor de Sherlock Holmes, e incluso vuelve sobre un tema clásico: la posibilidad de que el detective más famoso del mundo estuviese inspirado en una persona real, concretamente en el doctor Joseph Bell, un profesor de Universidad al que el escritor conoció en Edimburgo.

No era difícil encontrar a Conan Doyle en el Black Museum de Scotland Yard, el museo donde la Policía británica expone objetos utilizados por asesinos y siniestras reliquias criminales. Una de las fotos que allí se exponían llamaba especialmente la atención del escritor: el cadáver de Mary Nelly, la última víctima de Jack el Destripador. También una carta escrita con tinta roja por el asesino de Whitechapel. Sin duda, ese fue el gran caso que el enérgico y ambicioso Conan Doyle dejó sin resolver. Una historia que, en cierto modo, parecía escrita por él mismo.

«Si se hubiera dedicado sólo a investigar crímenes en vez de escribir, sir Arthur Conan Doyle habría llegado a ser un extraordinario detective. En Doyle había mucho de Holmes». Lo escribió Basil Thompson, subdirector del Comisionado de Scotland Yard. Desde luego, la lucha contra el crimen y la injusticia fue en el vigoroso Conan Doyle una pasión muy intensa.

Peter Costello cuenta que, poco antes de morir, cuando ya estaba muy enfermo, el escritor empleó sus últimas fuerzas en tratar de ayudar a una joven que había sido acusada de pagar con cheques falsos. Murió antes de aclarar el caso, pero seis meses después apareció otra mujer que confesó ser la autora de los hechos. Conan Doyle estaba en lo cierto. El olfato, querido Watson.