Tragicomedia. Esmeralda Manzanas y Shoji Kojima, en una de las escenas de 'La Celestina'. :: ESTEBAN
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'La Celestina' del sol naciente

La magnífica interpretación de Shoji Kojima en la figura de 'La Celestina' y una puesta en escena brillante triunfaron en Villamarta

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La experiencia es un grado. Y para Shoji Kojima son dos. Desde hace años llevo escuchando que el público de Jerez es muy especial, sobre todo con los suyos. A pesar de que pocos jerezanos han ocupado las butacas del teatro, los que había no habrán tenido más remedio que rendir pleitesía a la figura de Kojima, amén de un séquito de compatriotas que inundaban gran parte de la sala. Y es que no fue para menos. Sólo percibir su figura cumpliendo el rol milimétricamente medido y estudiado de La Celestina ya inducía a pensar que algo bueno íbamos a contemplar.

Una compañía que mueve cerca de treinta artistas entre músicos y cuerpo de baile escenificó la obra de Fernando de Rojas 'La Celestina', con una visión muy 'sui géneris'. La mano siempre personal de Javier Latorre se notó sobre todo a partir de la segunda mitad de la obra.

La puesta en escena fue a todas luces fabricada con la intención de dar brillo a una tragicomedia cargada de simbolismo. El juego luminiscente aportó protagonismo a cada personaje dejando en el olvido escénico al resto de actores a la vez que jugaba con elementos visuales secundarios que adornaron la escena.

La historia de Calisto y Melibea apareció desde el principio a sabiendas de lo que iba a suceder, pero un excesivo y generoso cuerpo de baile, demasiado extenso en número y en coreografía, sólo aportó vistosidad en el comienzo, con elaboradas coreografías al compás de rumbas que no aportaron demasiado a la obra. La aparición de Kojima ataviado de túnica negra y en consonancia con el taranto fue vital para mostrar la parte trágica de la obra. El dramatismo telúrico, rozando la oscuridad de la muerte se alternaba con la alegría de poner en disposición a Calisto y Melibea para generar la pasión. Qué maravilla y qué disfrute el baile de Kojima. La energía que desprendía me hizo olvidarme de qué iba la obra. Y la historia de amor continuaba. Esmeralda Manzanas suplantando la personalidad de Melibea con guajira, monumental.

Desde los pasos a dos entre los pícaros, hasta el propio de los dos enamorados, pasando por la compaña de La Celestina. Un continuo equilibrio. Fue a partir de la segunda parte de la obra cuando la historia se centró tal y como la conocemos. Encuentro entre ambos, historia de amor, pasión. Ente tanto, las voces de Jesús Méndez, El Londro y Mónica Navarro estuvieron desaprovechadas, pues salvo el taranto con personal aportación del Londro y el martinete, las voces corearon la totalidad de la historia de amor. El resto del cuerpo musical notable y sobresaliente para Chicuelo, al que desde aquí apoyamos en estos duros momentos y al que aplaudimos la magnífica dirección musical.

En los últimos lances de la historia se resuelve casi la totalidad de la trama. Tres escenas en las que se sucumbe al amor mientras la farruca adorna el corazón de ambos. Y del amor enloquecido a la tragedia más oscura. A un paso la muerte de la Celestina, a manos de los criados. De nuevo Kojima excepcionalmente soberbio en su interpretación, mientras que la muerte les llegaba a los protagonistas en un final trágico. Sin duda, una obra en la que los tiempos bien utilizados han sido el elemento fundamental para el éxito de Shoji Kojima y la gran compañía que trajo al Teatro Villamarta.