Víctor Manuel y sus padres posan junto al doctor Mario Velarde justo antes de recibir el alta médica
Víctor Manuel y sus padres posan junto al doctor Mario Velarde justo antes de recibir el alta médica - L. V.
Cádiz

Un ángel vestido de verde

El neurocirujano Mario Velarde se ofrece a operar gratis a un joven a punto de tirar la toalla y condenado por la interminable lista de espera

Antonio M. de la Vega
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Víctor Manuel Crespo entró hace dos semanas por la puerta de la consulta del doctor Mario Velarde como el que persigue el rayo verde. Le habían dicho que fuera a verle. «Es muy bueno, inténtalo», total, poco le quedaba que perder. Así que casi sin poder andar, con la compañía de sus padres, apoyado en sus muletas y aguantando como podía el dolor, lo intentó. Le habían dicho que a lo mejor podía operarle por la Seguridad Social, ayudarle a agilizar una intervención que ya no le daba ni miedo. Pero las cosas no se hacen así.

El doctor Velarde vio sus pruebas y coincidió en el diagnóstico previo. Una lesión de columna que había ido a más.

Lo que empezó en el mes de enero como una lumbalgia desembocó a las dos semanas en una lumbociática, y así se fue enmascarando un problema mucho mayor hasta que un fisioterapeuta, viendo que el paciente cada vez iba a peor, le recomendó que se hiciera una resonancia. Ahí fue cuando por fin se vio cómo en pocos meses la columna se había ido curvando de manera más que preocupante. Dos meses más de rehabilitación y más dolores, más preocupación, más tristeza ante una panorama desolador que se confirmaba poco después con otra resonancia que confirmaba que la lesión iba a más. Hasta cuatro discos intervertebrales pinzados, el peor entre la L4 y la L5, donde se localizaba esa hernia que no solo le hacía retorcerse de dolor, sino que le iba robando la movilidad por día que pasaba.

«En el hospital de La Línea nos trataron bien, pero es que allí faltan medios. También me vieron en Algeciras, pero llegó el momento en que ya no podían tratarme, así que me derivaron al hospital de Cádiz. El rehabilitador me puso en todos los informes que mi caso era muy preferente». Pero la cita que le dieron para pasar por la consulta del neurocirujano, solo para tener una primera toma de contacto, tenía fecha del 9 de diciembre. Nos situamos en ese momento en el mes de marzo. Le quedaban por tanto por delante aún seis meses con un dolor insoportable. Tanto es así que para paliarlo ha estado tomando morfina hasta llegar a la máxima dosis permitida, y ni siquiera así sentía alivio. «Llevo dos meses metido en la cama. Ya hace algunas semanas que me resigné a ir en silla de ruedas», cuenta Víctor.

Y eso es lo de menos. El mayor deterioro estaba siendo psíquico, social, familiar. Completamente aislado de todo lo que hacía antes de ese fatídico inicio de año, del equipo de fútbol al que entrenaba, de la vida social con su mujer y lo que más le dolía, de los juegos y las salidas con su hijo de nueve años.

El primer contacto

Así que cuando una conocida que colabora con la Asociación Vive de La Línea les habla del doctor Velarde no lo duda. Pero la respuesta termina de hundirle. La intervención se puede adelantar sí, pero no se puede saltar la lista de espera del SAS. La opción es una operación en una clínica privada, con un coste que gira en torno a los 9.000 euros.

Explica la madre de Víctor, que le acompaña en todo momento, que lo único que tenía en la cabeza entonces era que nunca había jugado a la Lotería. Siempre había pensado que lo que le tuviera que tocar lo podría aprovechar alguien al que le hiciera más falta. Al fin y al cabo, ya ella y los suyos tenían salud. Pero cuando esta falla y uno siente que no puede comprarla con dinero trata de buscar algo a lo que echarle la culpa.

Víctor cuenta que salió de la consulta impotente, más que nunca, porque acaban de esfumarse las pocas esperanzas que tenía. «Yo ya en lo que pensaba era en pegarle al siguiente médico que me viera. Sentía que se estaban cachondeando de mí. Lo veía todo tan negro que ya se me ocurrían solo locuras». Bueno, por lo menos esperaban que el doctor Velarde pudiera mover algunos hilos para adelantarle la consulta en el Puerta del Mar.

A la mañana siguiente les volvió a llamar. Pero lo que les dijo no era lo que esperaban oír. Era mucho más que eso. Ya antes de que Víctor entrara casi sin poder caminar a su consulta, Mario Velarde conocía su caso. Un sindicalista conocido le había hablado de este chico de 30 años. Lo conocía como trabajador de una empresa siderúrgica del Campo de Gibraltar y sabía de su grave lesión y de la respuesta que le había dado la mutua, que no quería reconocer que todo se derivaba de los sobre esfuerzos que venía realizando desde hace tiempo en su actividad diaria. Lo peor es que, después de seis meses de baja, con unas perspectivas poco halagüeñas en cuanto a su recuperación y con unas listas de espera que amenazaban con alargar el proceso aún durante muchos meses, hacía unos días que su jefe «había empezado a mover papeles para ver cómo podía echarlo».

El doctor había decidido operar gratuitamente al joven linense. Estuvo un rato dándole vueltas al caso y lo decidió, así sin más. «Te pones a pensar y por 30 minutos míos no voy a consentir que a este chico lo echen del trabajo. Eso es muy duro», afirma.

No es la primera vez que lo hace. «Opero gratis con cierta frecuencia», explica. Se trata de casos especialmente delicados. Y no teme que hacerlo público provoque un efecto llamada que colapse su consulta. Al contrario, le quita importancia y dice que su labor «es algo que la gente entiende. Saben que es algo puntual».

La familia de Víctor no podía creerlo. A los pocos días ya estaban citados en el Clínica San Rafael. El lunes pasado el paciente se sometió al preoperatorio. El martes entró en quirófano y el miércoles recibió el alta médica. Al joven se le ilumina la cara cuando ve aparecer por la puerta al doctor Velarde. «¿Qué haces sentado hombre? Si ya te he dicho que camines, que hagas vida normal». Víctor se levanta, todavía con el gesto contraído, más por el recuerdo del dolor que por el que siente. Efectivamente, se levanta y se relaja. Ocupa aún una habitación por la que ha tenido que pagar poco más de 900 euros, incluyendo el uso del quirófano.

El personal que se hizo cargo de la intervención, todos del equipo de Mario Velarde, tampoco le ha supuesto ningún gasto. Explica el doctor que no le costó nada convencer a sus compañeros (ingeniero, DUE y neurocirujano) para realizar la operación. Ya están acostumbrados a estos arranques del jefe.

Víctor y su familia no tienen más que palabras de agradecimiento para el equipo que les ha atendido. «Lo que ha hecho el doctor no lo hace nadie. Ha sido el único que me ha ayudado», explica. Lo cierto es que reconocen que en el Hospital de La Línea también hicieron lo que pudieron. Fuentes oficiales del Servicio Andaluz de Salud aseguran que había constancia de este caso y que se le estaba intentando dar un trato preferente. Tras la mediación del hospital de La Línea, en el Puerta del Mar se le estaba intentando buscar un hueco antes de diciembre, aunque la vía privada se les ha adelantado. Argumentan que el tipo de consulta que precisaba está fuera de los protocolos que marcan los tiempos máximos de atención a los pacientes, de ahí la larga lista de espera.

Listas de espera

Lo cierto es que era demasiado larga y que este caso no será el único. Dice Mario Velarde que se encuentra con muchos casos de este tipo, y se pone a hacer cuentas sobre el gasto público que genera tener a una persona con al menos dos años de baja laboral. «Las listas de espera destruyen empleo», dice, pero lo peor de todo es el desgaste psicológico al que se somete a los que no tienen dinero o un ángel de la guarda para poder acortar los plazos.

A Víctor, a sus 30 años, se le abre ahora un nuevo horizonte. La previsión del doctor es que pueda reincorporarse al trabajo en «tres o cuatro semanas», con una tratamiento previo de rehabilitación de la espalda y, sobre todo, un proceso de desintoxicación de la morfina. Fue tal el nivel que llegó a consumir para mitigar sus dolores, que incluso le provocó inflamación en los brazos, vómitos, mareos e infección de orina. Eso sin contar que la falta de movimiento le ha hecho engordar trece kilos.

Pero nada de eso le importa ya. Solo piensa en recuperar su vida, su familia, su trabajo. El fútbol no, dice que va a tardar en darle una patada a un balón, que le ha cogido miedo al deporte. Y cuando acaba de contar todo esto se emociona y reconoce que «con el tiempo que llevo de pie desde que hemos empezado a hablar, hace tres días hubiera estado ya tirado en el suelo».

El compromiso del doctor Velarde con este paciente no acaba con su vuelta a casa. Seguirá su evolución con visitas periódicas que tampoco le cobrará. Y más aún, hasta la faja especial que necesita Víctor para empezar a hacer su vida normal en las próximas semanas se la ha regalado. Y seguramente después de Víctor llegará otra persona que lo necesite, porque ya antes aparecieron otros.

Es cuestión de justicia. En eso coinciden los dos protagonistas de esta historia. El médico -que no es religioso, aunque se lleva bien con la Iglesia; que es comunista, aunque sabe que no es una buena forma de gobierno-, la tiene como uno de los valores que marcan su vida. Y el paciente cree que es de justicia que otros sepan de su historia. Es justo que se sepa lo que es capaz de hacer una persona solidaria y es justo que se entere el mayor número de personas del abandono que ha sentido por parte del sistema público. «Esto lo contamos por justicia y agradecimiento», apostilla su madre.

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