Kichi ya luce el bastón de mando del Ayuntamiento de Cádiz
Kichi ya luce el bastón de mando del Ayuntamiento de Cádiz - f. jiménez
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Cádiz estrena historia. La ciudad estrena alcalde

José María González recibe el bastón del concejal de mayor edad, cierra 20 años de poder absoluto de Teófila Martínez y abre una nueva etapa de minorías, ilusiones e incertidumbres

j. landi
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Cuando Kichi despertó, el primer día que fue al colegio, José Blas Fernández ya estaba allí.

El nuevo alcalde de Cádiz, el segundo más joven de su historia con 39 años, agarró el bastón de mando con un gesto contenido pero lleno de una emoción eléctrica y contagiosa, como la que se usa para levantar los trofeos deportivos ante las multitudes. Un sueño para unos, una pesadilla para otros.

La ceremonia comenzaba con puntualidad germánica. La benjamina María Romay acompaña al veterano. La de Podemos aprovecha el juramento para hacer una primera proclama «por los jóvenes, los parados y los que han tenido que emigrar».

Kichi, en el salón de plenos. FOTO: F. Jiménez
Kichi, en el salón de plenos. FOTO: F. Jiménez

Sobre los escaños de Podemos cuelgan camisetas que recuerdan a Delphi, Valcárcel o la bandera arcoiris.

Prometen, que no juran. Está el crucifijo para el que quiera. Otros creen que no pinta nada. Uno a uno, pasan a por la medalla. Tras la menor y el mayor, empieza Teófila. Gran ovación, larga, repetida, se levanta sonriente a saludar. Aguanta. Su marido, Santiago Cobo, infrecuente presencia, entre los invitados. Como Antonio Sanz y Teresa Rodríguez.

Kichi promete acatar las leyes «hasta que nos dotemos de otras y obedeciendo la voz del pueblo». Sus compañeros también aceptan la Constitución «hasta cambiarla por una que no defienda a los bancos, por obligación. Los socialistas acatan sin matices. Los de Ciudadanos se acuerdan del Rey.

Empieza la votación. Recuento breve. El bastón es para Kichi con 15 apoyos. Los previstos. Teófila, 10 y Pérez Dorao, 2 votos.

José María González Santos es, desde las 11.34 minutos de esta mañana, el nuevo alcalde de Cádiz. La reglamentación dice que la ceremonia debe presidirla el concejal de mayor edad. En este caso, José Blas Fernández, con 68 años (en invierno le cae la siguiente castaña). Pero además de ser el abuelo del Pleno, es el decano y, también, un símbolo. Son 32 años seguidos como edil. Desde 1983 sin pausa, en la oposición, en el gobierno y vuelta a la oposición. La vida giratoria.

Kichi ya es excelentísimo señor y se sienta a presidir por primera vez. Su estética, acorde a la ética. Ni corbata ni traje. Camisa blanca, España, de la esperanza de algunos.

Kichi, junto a su pareja, Teresa Rodríguez
Kichi, junto a su pareja, Teresa Rodríguez

Pérez Dorao es el primero que le pide la venia. Agradecimientos y honores. Pero un reproche, el inaugural, hacia el alcalde a estrenar: «No quiso usted hablar con Ciudadanos tras la jornada electoral por un prejuicio y una etiqueta, espero y deseo que renuncie a esa actitud».

Martín Vila le sigue en el orden de intervenciones. Asegura que será un «aliado» absoluto del nuevo regidor y que su «contrato» es con los gaditanos que les han votado. Añade el discurso previsible sobre los desfavorecidos, contra los recortes y una nueva forma de hacer política pese a que su partido siempre ha participado en la antigua. Hay que creer en las segundas oportunidades. De ahí, a Fran González, el hombre decisivo. Viene a reforzar lo que dijo en la víspera cuando confirmó que inclinaba la balanza hacia Kichi. Que su compromiso es «con los gaditanos», que no tiene ningún «pacto» con nadie nada más que con los intereses de los vecinos, que sus prioridades son el empleo y el aprovechamiento de unos «recursos infrautilizados en la ciudad». Advierte que estarán vigilantes pero llega a prometer lealtad. Menciona la Universidad (reagruparla en Cádiz es una de sus obsesiones) y la apertura del puerto a la ciudad como prioridades además del empleo (la especialidad de la casa). Remata con un giro poético, una versión del carpe diem versión caletera: «Esta corporación es efímera pero la ciudad es eterna».

El tono de la sesión, in crescendo. Ahora le toca a Teófila. Ha visto la ceremonia emocionada pero sin caer en las lágrimas, con una sonrisa grande, casi tanto como la que gasta el alcalde nuevo pero que hoy se ha helado por la trascendencia del momento. Ella tiene la vista perdida con la melancólica grandeza de los imperios perdidos, de las damas destronadas. Sentada en un lugar extraordinario, insólito, por primera vez tiene que mirar hacia arriba para ver a un alcalde. Han sido 20 años en lo alto del salón, arriba de la colina, mirando a cada edil hacia abajo. Un pequeño traslado para una mujer, del sillón de la Alcaldía a un banco de concejal común, pero un gran trayecto para la ciudadanía.

Por primera vez en su vida, le toca hablar como oposición. Agradece y reconoce, felicita y es cortés pero luego llega al meollo. Recuerda que su partido ha sido el más votado pero admite los pactos porque se declara «demócrata de condición». Oferta lealtad, suelta tiritos, reniega del sectarismo, de los que se creen «los únicos gaditanos», pide al alcalde que gobierne para todos e incluso ofrece su experiencia pero luego se reivindica. Tira de orgullo para reclamar el reconocimiento de lo que ha hecho: «Dejamos una ciudad mejorada, transformada, que ya no está dividida. Una ciudad que tiene equipamientos e infraestructuras que algunos ni habrían soñado. Dejamos un ayuntamiento que no ha impagado ni una nómina, que no ha hecho ni un despido, ni un ERE». Ahí queda eso, viene a ser el resumen de su intervención. Como los bailarines de claqué, esos de que repente se quedaban parados y tendían la mano hacia su rival como diciendo «ahora te toca bailar a ti».

Llega el turno de José María González Santos, nuevo alcalde, allí arriba, tan joven, tan solo y tan acompañado. Tan formal e informal. Suelta un discurso de 25 minutos que acaba por hacerse largo. Resume las medidas que quiere tomar en los cien primeros días pero acaba por meter todo el programa electoral. Se hace largo, el reto y el relato.

Entona bien, tiene un agradable punto musical, enfatiza, tiene algo poético que todos esperan. Habla de transparencia, de cajones de cristal, de auditorías, de eliminación de gastos superfluos y revisión de cada una de las funciones, fundaciones y fundiciones del Ayuntamiento. Afirma que se opondrá a cada desahucio. «Seremos carteros que transmitan lo que la gente quiere». El pueblo, la gente, los gaditanos, siempre en la boca como si fueran uno, como si fueran fáciles. Pronostica que pedirá disculpas y rectificará cada vez que se equivoque, «así cometamos cien errores» y dice muchas de las cosas que todos esperaban. «Nos reuniremos inmediatamente con los directores de los colegios para que ningún niño pase necesidades», apertura de comedores, lo primero es lo primero, vamos a lo urgente, a ver si va a coincidir con lo importante. Habla de fomentar el arte y la cultura, la participación vecinal, los plenillos, hacer pública cada actividad de cada concejal en una web, transparencia cristalina. Porcentualmente, ofrece para los primeros cien días más de lo que Dios hizo en siete.

Faltó algún apóstol que le dijera: «Calma, excelentísimo señor».

Tras la oratoria, empieza bien. Deja que los medios le acompañen a la salida del Pleno, entre abrazos y besos. Todo en abierto, todos mezclados, no hay limitaciones. Deja que le escuchen quedar para comer con Teresa Rodríguez y el resto del equipo. Nada que ocultar.

Llega al balcón y siente, como todos los que le acompañaban, el vértigo sísmico de lo que debe ser un ascenso futbolístico, un gol ganador. Ante su presencia, al segundo, el suelo tiembla y los oídos se tapan con una ensordecedora exclamación a coro. «Qué bonito, qué bonito, qué bonito está mi Cádiz, qué bonita es mi ciudad, que se llena de alegría cuando la Teo se va», cantan los cientos de concentrados, extasiados. El alcalde, contenido, ofrece el bastón y llega a saltar.

Pero hay que volver al trabajo. De vuelta, le da el bastón de mando a un ujier para que se lo guarde. Teófila, diplomática, le espera en el despacho. Se lo enseña, le da detalles, le presenta a colaboradores. Los funcionarios ya se reparten en atender a los dos. Se sientan a firmar papeles. Kichi, con un secretario y la ya excalcaldesa como testigos, va poniendo su rúbrica a papeles que le convierten en presidente de la fundación municipal de esto y de lo otro.

Rematado el trabajo inminente, los populares se hacen una última foto en el patio más cercano a la Alcaldía y salen del Ayuntamiento. Espera una masa de gente. Los más exaltados de uno y otro lado intercambian algún insulto, algún desafío, toda una exhibición de lo que conviene desterrar desde hoy. Crispación, gritos, vaciladas, menciones hortofrutícolas y genitales indeseadas. Los ediles populares se marchan en un pasillo que la Policía Local hace hacia la calle Pelota y en el que algún funcionario debe protegerles de dos descerebrados (dos entre más de 2.000 personas).

Y se acabó. Hasta aquí la historia de la mañana para la historia.

Cuando José Blas Fernández, el encargado de darle hoy las imaginarias llaves del fuerte a los legítimos conquistadores, se sentó por primera vez en un Pleno del Ayuntamiento de Cádiz como concejal, allá por 1983, cuando el 12-1 a Malta, el flamante alcalde tenía siete años de edad. Iniciaba su formación básica y hacía tres que había llegado de Rotterdam, donde sus padres tuvieron que ir a buscarse el pan para untarlo con manteca Flandes.

Que ese icono viviente y contante del «régimen del 78» le entregase el símbolo del poder de la tribu gaditana al joven presuntamente radical y radicalmente nuevo forma una fotografía que lo explica todo sin necesidad de palabras. Por seguir con los años, por uno sólo, no se dio la irónica, incluso cruel, escena de que fuera Teófila Martínez Saiz la que entregara su cetro al heredero. Habría sido otro detalle histórico de la histórica mañana de un sábado histórico.

Se les rompieron de tanto usarlas, las palabras, a los medios y a los representantes políticos. Si los juntas en un Pleno de Constitución del Ayuntamiento de Cádiz, a periodistas y concejales, el desgaste se eleva al cuadrado. Pero por más manido que suene, es un acontecimiento histórico. De los que cualquiera encontrará luego en reseñas, enciclopedias y wikiengendros. Pequeño, el acontecimiento, pequeña, la historia, local, lo que quiera cada uno pero nadie olvidará dónde estaba esta mañana.

Nadie perdonará el relato de su versión, de cómo vio el ocaso de 20 años de gobiernos conservadores, con mayorías absolutas y una alcaldesa célebre y reconocida por todos, con las que los turistas se hacían fotos y los lugareños han crecido o vivido durante dos décadas.

El día del cambio (otra palabra gastada hasta las fatigas) pero de veras. Un antes y un después. Como todas las emociones estaban en el extremo, como parece buen momento para exagerar hasta el ridículo, para el diminuto planeta Cádiz fue como el día que Armstrong pisó la luna y el narrador dijo aquello de «un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad».

Aquí no hubo zancada ni grande ni chica. El momento decisivo lo pusieron 15 concejales que, con unos diez pasos, como a cámara lenta porque los actos memorables siempre parecen ir más despacio, llevaron su papeleta a la pequeña urna de madera labrada.

Sólo 15 papelitos o papeletas para pasar una página que cierra 20 tomos como 20 años. Abren un libro en blanco lleno de incógnitas, dudas y temores. También de ilusión y esperanza. Sin aquellas proporciones planetarias, a escala aldeana, es un acontecimiento. Esas 15 personas, que no se llaman Neil porque sonaría rarísimo pero sí Ana, María, Eva, Martín, Manuel o Francisco. «Un pequeño gesto para los gaditanos y un gran movimiento para Cádiz» podría haber remedado Jesús Hermida si la mítica voz del onubense siguiera viva para decirlo.

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Esos 15 concejales convirtieron los 30.000 votos sumados de sus tres formaciones (18.000 para Podemos) en una Alcaldía. Los casi 26.000 que lograron el PP(la lista más votada con 22.000) y Ciudadanos se quedaron sin más premio que la oposición.

Empieza otra historia que muchos esperan con espanto y, los demás, con expectativas.

Votantes de Podemos en la Plaza de San Juan de Dios
Votantes de Podemos en la Plaza de San Juan de Dios

Queda saber qué hacen, todos. Cuánto duran, unos y otros, cada uno en su papel nuevo. Si la expectación que ha llenado las conversaciones de cada corro gaditano durante tres semanas se convierte en decepción o en confirmación.

Salvo José Blas Fernández que sigue allí, nada será igual.

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