NADANDO CON CHOCOS

LIBERTAD PARA MONTES

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Cuando los demás chavales andaban a verle las cachas a las mozas, Miguel Montes Neiro ya pasaba las horas entre rejas en un reformatorio de Granada. Tenía 16 años y nunca más fue libre, salvo en los días de fuga, que fueron muchos y supieron a muy poco. En la última tanda suma ya 36 años a la sombra y decenas de condenas, ninguna con sangre de por medio: fugarse del hospital por una ventana después de colgarse del cuello, romper la condicional, aquel lío de drogas y putas en casa de un confidente, largarse del velatorio de su madre... No ha sido un santo, pero de las dos manos de la justicia, a Montes siempre le ha tocado la de las guantás.

Su hermana Encarnación se deshace en explicaciones sobre la maldita hoja de las condenas, esa que ni siquiera Félix, su abogado, consigue aprender de memoria. Salió, entró, se comió tal marrón, se largó, lo cogieron... «Mi hermano ha hecho cosas malas», confesaba al calor de un café en vaso de Nocilla en la casa de Benalmádena, con la tele atronando y las macetas cuajadas de tréboles de cuatro hojas retando al destino. En ese mínimo salón fingía Montes su libertad definitiva en sus fugas y los demás fingían que la barbacoa que cocinaba Miguel se podía comer. Hasta que lo detenían.

La suerte dota a algunos hombres para cocinar los domingos, a otros para no volverse locos en la zozobra de un sistema tan fuerte con el débil y tan débil con el fuerte. Hoy lo indulta el Consejo de Ministros. Si a los 61 tacos que gasta se le restan los días en la celda, la matemática dice que merece pasar el resto de la vida en primavera. Feliz Navidad, Montes, no lo desperdicies.