EL RAYO VERDE

La felicidad, ja

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Investigadores de la Universidad de California en San Diego y de la Escuela de Medicina de Harvard han publicado un estudio según el cual la felicidad se propaga de unas personas a otras como una infección. Lo he leído en La Vanguardia y me ha parecido un temazo, que decimos en el argot de mi oficio, en medio de los otros muchos asuntos que nos ocupan y nos preocupan, que no dejan de ser episodios cíclicos y/o abrumadores, y que, perdonen el desahogo, ya me tienen harta. Como a ustedes, me consta. Todos, en cambio, siempre buscamos a la felicidad y en su nombre se cometen tropelías, o se perpetran estupideces. Nunca se sabe si las reflexiones al respecto son pamplinas o hallazgos, pero el ansia, la aspiración general, de conseguirla es más fuerte que las reticencias. De modo que expongo aquí el informe, que no tiene malos créditos, porque se trata de instituciones académicas respetadas, aunque vaya usted a saber. Yo lo cuento y que cada cual opine.

Pues resulta que se ha demostrado que tener familiares, amigos y vecinos contentos aumenta las posibilidades de que una misma lo esté también. Pero es que además este «efecto contagio» se produce incluso entre personas que no se conocen entre sí. Se transmite hasta tres relaciones más allá. Es decir, que si tú eres feliz puede que tu halo alcance a un amigo de un amigo tuyo. Aún más, influye la proximidad física: si el amigo feliz vive a menos de 800 metros es un 42% más probable que te contagie su optimismo.

No crean, que los resultados se han publicado en el British Medical Journal, donde han trazado como un «mapa de epidemia», con zonas coloreadas de más o menos intensidad y se dice que «los cambios en la felicidad individual de cada persona pueden propagarse a través de redes sociales y generan una estructura a gran escala en la red, creando núcleos de personas felices y tristes».-

El informe se basa en una muestra de 4.739 ciudadanos, analizados a lo largo de 20 años, a partir del Estudio Framingham, nombre de la ciudad norteamericana analizada. Lo avala todo un premio Nobel, Daniel Kahneman, psicólogo, de la Universidad de Princeton, que lo ha calificado de «extremadamente importante e interesante» en el New York Times

Dice también que cuanto mayor es el vínculo menor es el contagio, es decir que un hermano contento proporciona un 14% de felicidad, pero un vecino el 34%. La transmisión de la felicidad es mayor entre personas del mismo sexo, lo que hace que el contagio de optimismo en la pareja (sólo se han estudiado matrimonios heterosexuales) sea de un triste 8%. Vaya. Otro dato muy curioso: los estados de ánimo positivos se contagian entre familiares, amigos y vecinos, pero no entre compañeros de trabajo.

Ahí lo dejo. No voy a hacer comentarios, a pesar de que la tentación de decir maldades diversas sea tan fuerte. Sólo hay un argumento de fondo que me parece imprescindible, aunque suene a tópico buenista. Yo soy una convencida del valor del optimismo, y eso que muchas veces hay que hacer patéticos esfuerzos para mantenerlo, sobre todo porque de lo que estoy segura es de que se pega el pesimismo, el mal rollo y el derrotismo. No hace falta que me lo digan los de Framingham. Así que, por favor, absténganse cenizos, malajes, aguafiestas y otros especímenes similares en general.

lgonzalez@lavozdigital.es