EL COMENTARIO

Bala de plata

Hoy, en las décimas Jornadas de Prensa, que se celebran en el Palacio Euskalduna de Bilbao -las cuales dirige con su habitual bonhomía mi amigo José Luis Peñalva-, se tributa merecido homenaje a un caballero que forma parte del club de la bala de plata, logia discreta y civilizada que no tiene nada que ver con fantásticos cazadores de hombres lobo. Aunque tampoco estaría mal traído, porque Alcántara le ha metido una certera bala de papel entre ceja y ceja a más de un licántropo carroñero.

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Manuel Alcántara utiliza su columna diaria de prensa para apoyarse, rascarse la espalda en ella como un veterano y sabio oso, encender cerillas de intensa llama y escribir mensajes en tinta deleble que persisten en la memoria. A diferencia de Simón el Estilita, aquel bueno abominable y masoquista desenfrenado a quien se adjudica la invención del cilicio, Alcántara no mira el mundo con suficiencia, soberbia y amargura desde lo alto de su columna; prefiere la posición a ras de tierra que otorga colocarse a su pie, desde donde uno puede ver bien los ojos de las personas y reflejarse en ellos para transmitir siempre una mirada de piedad cargada de inteligente sentido del humor y crítica ironía, nunca de amargado nihilismo.

A esta altura, no ya de la columna, sino de la vida, Manuel Alcántara está de vuelta de todo, pero se nota que todavía le ilusiona saber que eso simplemente equivale a encontrarse en otra fase del camino de ida, que es lo que demarca la juventud del alma y la inagotable sed de vida y conocimiento del curioso.

Y en cuanto a la otra sed, es por donde Alcántara entra bajo el arco de honor de Baco -que aunque anterior a los destilados, nos sirve como dios- en el club de la bala de plata. Al brillante columnista no podía corresponderle, como bebedor sibarita y de fuste, otro trago que un 'dry martini', la bala de plata. El cóctel que la luz enciende y traspasa, que es transparente como la honestidad y revela por su apetencia que Manuel Alcántara es un dandi cosmopolita tanto en el bar del Palace como en una tasca de pueblo. La copa cónica helada y brillante cuya esencia cristalina sólo altera la aceituna al fondo, la que simboliza con su color verde el sentido hedonista de la vida y al mismo tiempo austero, el ligero pero a la vez completo equipaje de mano que es necesario para saber escribir cada día una columna buena, lúcida, seca, aromática, luminosa, con cuerpo y llena de sugerencias como un excelente dry martini.