LA GLORIA. La pareja española celebra una histórica victoria por delante de los piragüistas alemanes. / EFE
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Craviotto y Perucho dan el golpe

La pareja española de K2 consigue un oro histórico tras sorprender en la final de 500 metros a los alemanes, anteriores campeones olímpicos

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Hace unos días, en el hotel de Shunyi en el que se ha hospedado durante los Juegos, Carlos Pérez - Perucho para todo el mundo-, soltó delante de sus familiares y amigos lo que parecía una bravata: «Vamos a ganar», gritó. Naturalmente, nadie le desdijo. Tampoco era cuestión de bajarle los ánimos con un comentario frío y recordarle, en ese momento de euforia, que las medallas estaban muy caras y que la pareja alemana de K2 era casi invencible. Bronce en Sydney y oro en Atenas, Ronald Rauhe y Tim Wieskotter llevaban siete años sin perder una sola carrera. Entre ambos suman 18 títulos mundiales. De modo que ayer no había otro candidato al título olímpico que ellos. No podía pensarse otra cosa, por mucho que Perucho, siempre vehemente, estuviera tan convencido de lo contrario.

En los Juegos, sin embargo, acostumbran a saltar las sorpresas. Es aquí donde los mitos nacen y mueren. De repente, los pronósticos se hacen añicos y se produce un golpe de efecto que nadie esperaba. Una hazaña, dicho de otro modo. Es lo que sucedió ayer en el canal de Shunyi, donde Saúl Craviotto y Perucho, un leridano y un pontevedrés que apenas llevan cuatro meses juntos, hicieron historia. Su agónica victoria en la prueba de velocidad de K2 fue un hito deportivo que vino a romper 28 años de sequía olímpica española en el kayak.

A nadie puede extrañar, por tanto, que la euforia se desatase al término de la prueba como sólo ocurre cuando los grandes triunfos llegan sin que nadie los espere, como un regalo caído del cielo. Las proximidades del embarcadero y de la zona mixta del canal no tardaron en poblarse de españoles que se abrazaban y lloraban de alegría. Ana y Adriana, las novias de los dos vencedores, brincaban de alegría. El técnico Miguel García deambulaba emocionado, sin saber muy bien lo que hacer. «Sabía que estaban fuertes, que sus salidas son muy buenas y hacen grandes tiempos intermedios, pero me daba miedo el final. Y han aguantado, joder. Se han portado como unos campeones».

Efectivamente, así fue. En la hora decisiva, Craviotto y Perucho dieron lo mejor de sí mismos y demostraron que forman un tándem perfecto. Por un lado, la explosividad del gallego, vecino de Cangas de Morrazo como David Cal o Teresa Portela, otro producto de primera calidad de esa estupenda cantera de piragüistas que son las Rías Baixas. Salvo Ronald Rauhe, un portento, pocos hay en el planeta tan rápidos como él en las distancias cortas. En 200 metros llegó a ser campeón mundial. Sus arranques brutales necesitaban al lado a alguien que los controlara y diera continuidad y eficacia a ese esfuerzo. Y para eso nadie mejor que el catalán Saúl Craviotto, un tipo de sereno y potente -mide 1,92 y pesa 88 kilos- que siempre había competido en K4 y sabe regularse y sincronizar las cadencias.

El bronce, objetivo

Antes de la final, cuando las parejas tomaban posiciones, el bronce parecía el objetivo más sensato. Los tiempos de la calificación así lo venían a indicar. Los alemanes serían oro por descontado y los búlgaros, muy probablemente plata. A los españoles les tocaría pelear con húngaros y daneses por el tercer escalón del podio. A poco de sonar la sirena de salida, sin embargo, las opiniones comenzaron a cambiar. Craviotto y Perucho pusieron un ritmo infernal. Era una táctica decidida de antemano. «Habíamos quedado en eso. En salir a tope. No queríamos que nos quedara dentro la cosa de que no lo habíamos dado todo», explicó Miguel García.

Sus pupilos no pudieron cumplir la consigna más a rajatabla. Antes de los 100 metros ya sacaban casi una piragua de ventaja a sus rivales. Al llegar a los 250 metros, la diferencia entre la pareja española y sus perseguidores era espectacular: 1,05 segundos a Piatrushenka y Makhneu, los búlgaros, y 1,14 a los alemanes.

La cuestión, por supuesto, estaba en soportar ese ritmo brutal de paladas. Las carreras están llenas de ejemplos de piraguistas que queman sus naves demasiado pronto y acaban pagando ese esfuerzo desmedido en los últimos metros. Perucho y Craviotto, de hecho, ya vivieron una experiencia amarga en el Europeo, cuando Ronald Rauhe y Tim Wieskotter les adelantaron a cinco metros de la meta.

¿Habrían aprendido la lección o volvería a ocurrirles lo mismo en los Juegos? Los germanos remontaban, mientras los españoles se dejaban la piel sobre sus piraguas defendiendo su primer puesto. Fue un duelo a muerte, extenuante, hasta la línea de meta. Los dos barcos entraron prácticamente juntos y fue necesario que el marcador electrónico informara del resultado. Toda la grada se giró a observarlo, expectante. Craviotto y Perucho habían ganado por nueve centésimas; nada, una minucia imperceptible, pero suficiente para alcanzar la gloria.