EL RAYO VERDE

Trampas para incautos

Un hombre moreno, de pelo rizado, me mira con insistencia desde hace una temporada. A mis años es una emoción increíble. Va bien vestido y tiene unos penetrantes ojos grises que no dejan de clavarse en quien le observa desde más o menos 1475, cuando fue pintado. Yo me lo había cruzado varias veces, ya se sabe la extrema movilidad de la ruta de antológicas y temporales, primero en el Thyssen de Madrid, donde radica, pero también en el Groeninge de Brujas, cuando me hice adicta a su autor, Antonello da Messina, el más singular de su tiempo, síntesis del esplendor de los primitivos italianos y la profundidad de los maestros flamencos. Luego le vi de nuevo en su lugar habitual de Villahermosa y por último, hace poco en el Prado, de modo que cuando me encontré un cuaderno con su retrato en la cubierta, en la ampliada tienda del museo, no pude menos que traérmelo y ahora me acompaña cada día en mi escritorio, como las estampas milagreras de antaño, para recordarme que, pase lo que pase, el mundo no puede ser tan malo si tienes a mano a Antonello da Messina para saltar al rescate desde el fondo de los tiempos y poner las cosas en su sitio. El misterioso joven, que cría malvas desde hace cinco siglos y pico, que se dice pronto, sigue insólitamente vivo y a pesar de que nunca lo conociéramos su recuerdo desafía a la muerte, el gran triunfo, y misterio, del arte.

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Con esta perspectiva es más divertido contemplar el paso del tiempo sobre nuestro DNI y sobre el ajeno, lo actual, lo efímero, o los efectos colaterales de la corrección política. Así, resulta que el poder se afana en fomentar la igualdad y la renovación, que traducido resulta más mujeres en puestos de importancia y más jóvenes. Pero hecha la ley hecha la trampa: hay más chicas de treintaypocos en puestos más altos que antes, pero las cúpulas siguen en manos masculinas y se mantienen incólumes, sin que el propio discurso les salpique, como si no fuera con ellos. Véase el congreso provincial del PSOE. Los cuatro primeros puestos, el núcleo duro, sigue en manos de cuatro hombres a los que no afecta ni la paridad ni la cuota joven, porque son siempre los mismos, con muchos trienios de coche oficial, y van cumpliendo años, aunque alguno persista en usar calcetines estrambóticos. No han hecho ni siquiera el gesto de dejar la presidencia a una señora, como en Sevilla, algo que no les hubiera costado mucho porque es bien sabido que los presidentes en las organizaciones socialistas son algo menos que reinas madres. Hubo un movimiento de mujeres del partido para intentar mover esa roca, pero a lo más que han llegado es a ocupar el segundo escalón. La próxima renovación, seguramente, como la anterior, también les tocará a ellas y la paridad comenzará de la mitad para atrás. No sé como aguantan, la verdad, lúcidas y luchadoras como son, al ver que las utilizan para perpetuar el estado de cosas y corren el riesgo de ser consideradas, como decía Victoria Sendón, una especie de harén del dirigente de turno.

Pero si ser mujer y cuarentona en política es duro, no lo es menos ahora mismo ser hombre + joven + socialista. Esos sí que no tienen chance en el PSOE gaditano. No es su momento. Habrán de esperar a que se jubile el escalón anterior si bien, visto lo visto en el congreso de Granada, eso va a tardar un poco bastante.

Así las cosas, los porcentajes de edad bajarán, a costa de las mujeres, y también lo harán las tasas de representación por sexos, si no se relacionan con los niveles de poder, (diez puntos, secretario general, un punto, vocal) pero todo será apenas un paripé.

Aún hay otra cosilla. Hasta ahora no podía comprar la moto de la conciliación. Algo no me cuadraba. Me decía que era «una leyenda urbana», pero ya he visto que es más: contiene una trampa profundamente machista para dejar las cosas como están, de modo que se mantenga la familia y sus obligaciones permanentemente del lado de las mujeres, que ahora podrán ser profesionales siempre que ordenen lo doméstico. Pero no hay dos vidas que conciliar, sólo una, y con ella hay que apañarse.

El joven de los ojos grises, con sus 500 años, me mira y se ríe. ¿No se va a reir?

lgonzalez@lavozdigital.es