Caca
Sostenía Sigmund Freud que la sexualidad humana atraviesa, en sus periodos más tempranos, por una fase anal. Decía el vienés que esto pasa en torno a los dos años de edad y una vez resuelto el conflicto con los propios esfínteres se pasa a la siguiente fase. La teoría me parece abracadabrante, pero viene muy bien para tratar de entender algunas cosas incomprensibles que de vez en cuando presencia uno en la pantalla. La otra noche, en Fama, a bailar, un reality de Cuatro, apareció un apuesto joven de lacias melenas y porte coreográfico lanzando admoniciones sobre tres chicas concursantes. Se trataba de eliminar a una de las tres. Y así habló el mozo: «Sólo dos no van a hacer cagadas, sino cosas que te cagas, que es diferente». Ciertamente lo es: no es lo mismo que se cague el prójimo a que te cagues tú, y no hacen falta muchos estudios para descubrir la crucial diferencia.
Actualizado: GuardarAl apuesto juez, Rafa Méndez, le faltó no obstante alguna explicación más concreta: ¿por qué habría de ser preferible cagarse uno a que el prójimo la cague? La flexibilidad del excremento en el lenguaje tiene esas cosas. También es sabido, que en el mundo de la escena, la caca tiende a actuar como talismán: si dices «mucha suerte» se considera de mal fario, por lo que se aconseja desear «mucha mierda». Sería interesante examinar este tipo de cosas desde el punto de vista freudiano. El viejo charlatán decía también que los excrementos están relacionados con el éxito, y sobre ese patrón hay que interpretar los sueños con caca. En esta interpretación lineal, la introducción de las heces en las valoraciones de un jurado pueden tomarse como metáforas directas del éxito artístico: si la cagas, está mal; si te cagas, está bien. Yo sospecho que en esto de Méndez hay algo más. Llegado el momento de dar consejos a las dos clasificadas, expelió: «te falta un poquito de aingh, más cacá, ¿me entiendes?». La chica contestó que sí; será porque ahora los chavales estudian muchos idiomas. Yo todavía no he entendido que es «faltar cacá», y respecto al «aingh», sólo veo alguien en cuclillas, ganado el rostro por un accidental rubor. Que todo este universo coprosófico unte un brillante espectáculo de variedades no deja de sorprender.