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Los fantasmas de Nueva Orleans

Cientos de cadáveres esperan aún funeral en la morgue de San Gabriel y cerca de 4.000 personas se dan por desaparecidas cuatro meses después del 'Katrina'

MERCEDES GALLEGO/ENVIADA ESPECIAL. NUEVA ORLEANS
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Durante cuatro meses el fantasma de su madre ha perseguido sin descanso a Robert Green, que ha peregrinado por las oficinas del Gobierno para que recogiesen el cuerpo de la anciana de 72 años que él y su hermano tuvieron que abandonar en el tejado cuando los rescataron. El jueves pasado, su atormentada búsqueda ante una impenetrable montaña de escombros le llevó por fin hasta el manojo de huesos que le ha permitido empezar el año en paz.

«La reconocí por la ropa», recuerda. «Mi madre tenía Parkinson agudo, yo mismo tenía que vestirla». El funeral tardará aún dos semanas, tiempo que emplearán los forenses en comprobar la identidad de uno de los pocos casos fáciles que tienen. «Mi madre tuvo suerte, porque cuando visitó a mi hermano en Nashville se hizo pruebas y radiografías.

La mayoría de la gente no tiene nada porque las consultas médicas también fueron destruidas. «Yo se lo entregué todo a los forenses en septiembre, para encontrar las respuestas que no podía hallar aquí», dice mirando la desoladora pira de seis metros de altura que abarca toda la manzana. En ella se retuercen, en un amasijo informe, al menos seis casas y diez coches. Perros entrenados han recorrido estos cementerios de destrucción, pero el tamaño y la densidad los escombros frustra hasta los olfatos más finos.

Green insiste en que una vez que las autoridades le autorizaron la semana pasada el acceso a la zona le ha resultado muy fácil encontrarla, lo que le hace dudar de los esfuerzos empleados por la compañía Kenya, contratada por el Estado para la búsqueda y recuperación de cadáveres, que dio por terminada la operación el 1 de octubre con 1096 cuerpos sólo en Louisiana.

Almas en pena

En su día, el alcalde Ray Nagin había estimado unos 10.000. Cuatro meses después, la lista de desaparecidos sigue en cerca de 4.000 personas, pero las esperanzas de la ansiada sepultura se extinguen por minuto. El día que entren las excavadoras serán almas en pena para siempre.

«Se han desintegrado», le explica Errol Joseph a su esposa, que se niega a entender por qué no se hace más para encontrar a los muertos. La imagen que atormenta a la vecina de Green es la de Shenae, de 3 años, que se perdió en la riada de la mano de su bisabuela. «La llamábamos Muphin (bollito), por los mofletes que tenía. ¿Se la habrán comido los caimanes?».

Su cuerpo ha aparecido entre la avalancha de cadáveres que inundaron en septiembre la morgue de San Gabriel. Allí Frank Minyard, jefe forense de la ciudad, que toca la trompeta en sus ratos libres, ha pasado cuatro meses analizando los restos de sus vecinos, impotente ante la falta de medios y lo titánico de la misión. «Ni siquiera podíamos traer gente para ayudarnos porque no teníamos donde alojarlos», se lamenta. «Una noche, cuando me dieron una roulotte, intenté tocar la trompeta, y no pude porque me eché a llorar». Los miembros de su banda están en paradero desconocido desde la diáspora del 29 de agosto. Por eso, aunque no han faltado muertos carismáticos, no se ha celebrado un sólo funeral de jazz desde entonces. El primero ocurrirá el día 14, cuando los músicos le abran camino hacia el otro mundo a Arthur Baptiste con ese preciado ritual que no se puede contratar con dinero, sino que se reserva para quienes han demostrado en vida sus méritos.

Prueba del delito

Eso no quiere decir que no falte actividad en la ciudad donde los cementerios eran una atracción turística, y el oscuro mundo del vudú se anuncia en carteles luminosos. El padre Tony Ricard terminó el pasado sábado el año con un funeral y lo empezó ayer con otro.

Es ahora cuando las autoridades empiezan a entregar los cadáveres a las familias, pero como cerca de 200 no tienen quien se haga cargo de ellos, el sacerdote espera a la temporada alta de febrero. Otros 23 se quedarán en las cámaras como prueba del delito, ya que todo indica que murieron asesinados en la ola de violencia que acompañó a la tragedia. Por ultimo, los 174 que se han resistido a las pruebas para ponerles nombre, pasarán a manos de la Comisión Internacional de Desaparecidos, con sede en Sarajevo, que se creó para identificar los cuerpos de las fosas comunes de los Balcanes.

Con ese balance final, el trompetista forense ha vuelto a su casa del Barrio Francés, a buscar consuelo entre los lamentos del jazz y del blues, que acompañan en los bares a los más fieles de una población que ahora dobla la tasa nacional de suicidios y experimenta un rampante crecimiento de alcoholismo y violencia doméstica. Otros le han perdido el miedo a la muerte, y los más se enfrentan a un año en el que necesitarán toda la energía de que dispongan para sobrevivir a la vida.