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Renzi pelea contra todos para ofrecer a Bruselas su reforma laboral

El primer ministro italiano, enfrentado a su partido y a los sindicatos, abre la puerta al despido libre, que ha resistido 44 años

ROMA. Actualizado: Guardar
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En el habitual circo de alaridos y numeritos, el Senado italiano ultimaba anoche la primera aprobación de la reforma laboral de Matteo Renzi. Como casi todo con este Gobierno, de aquella manera. Es un texto vago que debe pasar a la Cámara de Diputados y concretarse en un decreto. Los matices son lo de menos, el objetivo era que el primer ministro llegara a la cumbre de trabajo de la UE de ayer en Milán «con la cabellera en mano», como se ha dicho en Italia, en plan apache. Y así fue, porque a media tarde ya se daba por aprobada, salvo sorpresas.

La reforma laboral -'Jobs Act' en el inglés de Renzi- es una de sus promesas y su baza para convencer a Bruselas de que hace los deberes. Se la piden a Italia desde hace años y tanto Angela Merkel como el FMI estaban ayer satisfechos.

La reforma perfila un despido prácticamente libre, un cambio histórico en Italia, y un nuevo contrato indefinido de «tutela creciente», que protege al trabajador según su antigüedad. En teoría creará 83.000 empleos en un país con un 44% de paro juvenil.

Los matices, sin embargo, dicen mucho de cómo funciona Renzi. Amparado en la emergencia y en su aura de ser la última esperanza antes del caos ha forzado la máquina. Ha tramitado la reforma de modo inusual, con un tipo de ley que da carta blanca al Gobierno para escribirla, tan sólo debe esbozar de qué va a ir. Luego pidió el voto de confianza, fórmula que elimina las enmiendas -eran 700- y da vía libre al Ejecutivo por las buenas.

Sin embargo es otra anomalía solicitarla para un delicado asunto de consenso como los derechos laborales. Y ya ha hecho lo mismo con el 75% de las leyes que ha aprobado, un récord. Por si fuera poco Renzi cambió el último día todo el texto, porque va como una moto saltando obstáculos sobre la marcha. El debate en el Senado, de hecho, empezó el martes de forma surrealista sin que nadie lo conociera: «¿Qué somos, el mago Merlín?», se preguntó un senador ante la idea de discutir de algo que no se sabe lo que es.

El gran símbolo de la reforma ha sido cargarse el famoso artículo 18 del estatuto de los trabajadores, que desde 1970 obliga a la readmisión del empleado despedido injustamente. Se quiere limitar a casos de discriminación y dejarlo en una indemnización. «Es un tótem de la izquierda», ha dicho Renzi con desdén, líder del Partido Demócrata (PD), que se supone que es el viejo partido comunista. De hecho la vieja guardia del PD es la principal oposición al Gobierno, una de esas paradojas italianas, y Renzi siempre teme «emboscadas» de los suyos en el Parlamento. Debe recordarse que el jefe del Ejecutivo no ha pasado por las urnas y esto no estaba ni de lejos en el programa del PD.

Respaldo silencioso

En cambio Renzi cuenta con el apoyo explícito de su socio de Gobierno, el Nuevo Centro Derecha (NCD) de Angelino Alfano, exdelfín de Berlusconi, y casi más y mejor con el respaldo silencioso del propio magnate, que finge estar en la oposición pero tiene un pacto secreto con Renzi. Siguen sin saberse los detalles.

Lo cierto es que la derecha jamás logró tocar el artículo 18. A Berlusconi los sindicatos le montaron una manifestación de tres millones de personas. Monti también acabó reculando. Pero Renzi pasa de los sindicatos. En 1993 una gran negociación sobre los costes laborales y los salarios llevó 40 días. Esta vez Renzi lo ventiló el martes en una hora y dejando claro que iría adelante con ellos o sin ellos. Dos centrales cedieron y otra, la principal, CGIL, saldrá sola a la calle.

El caso es que después de tanta bronca el texto de la reforma por fin se conoció ayer... y ni aparecía el artículo 18. Los detalles sólo se sabrán cuando el Gobierno apruebe el decreto, y tiene seis meses. Será ya para 2015, pero así Renzi ha podido sacar pecho ante Bruselas. Vive a golpes de efecto. Su popularidad ha caído nueve puntos en tres meses, aunque sigue al 53%, por esa sensación creciente de que abre muchos frentes y no cierra ninguno. Con la reforma laboral, de hecho, habrá que ver cómo acaba todo.