ESPAÑA

Un chico de derechas

El ex tesorero gozó de la confianza de todos los líderes del partido

MADRID. Actualizado: Guardar
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Los pocos que en la dirección del PP que conocen a Luis Bárcenas desde hace muchos años dicen que es «el típico chico de derechas», de aspecto y de convicciones. Si no llega a ser por el 'caso Gürtel', se hubiera jubilado sin que nadie fuera de la sede de la calle Génova conociera su nombre y mucho menos su cara. Pero sus amistades peligrosas con Francisco Correa, reconocidas por el cabecilla de la trama ante el juez, dieron al traste con su anonimato.

A pesar de que siempre apostó por la discreción, el crecimiento de su patrimonio en los últimos años era un secreto a voces y difícil de explicar con el sueldo de un gerente, 225.000 euros brutos anuales, aunque se viera incrementado desde que hace dos años, cuando ascendió a tesorero en reemplazo de Álvaro Lapuerta, su introductor en el partido. Aunque hay quien dice que fue Ángel Sanchís, el tesorero defenestrado en 1990 a resultad del 'caso Naseiro', quien fue su mentor. El caso es que de repente aparecieron pisos, acciones... y aunque no hizo ostentación, todo se sabe.

Bárcenas, de 53 años, conoce todos los entresijos de la dirección del PP, no en vano llegó a la organización hace 28 años cuando el partido era Alianza Popular. Con ninguno de sus superiores tuvo problemas, ni con Fraga ni con Hernández Mancha ni con Aznar ni con Rajoy, hasta el año pasado, cuando afloraron sus negocios con la trama Gürtel. Unos lazos que se trenzaron a mitad de los años noventa. Bárcenas preguntó a Correa si, además de los viajes, era capaz de organizar actos políticos y mítines. La respuesta es conocida.

Siempre desde la sombra, urdió, según los datos del sumario, múltiples negocios, pago de comisiones y facilitó adjudicaciones. La investigación recoge que llegó a cobrar 1,3 millones de euros por distintos 'servicios'. No era querido, sin embargo, por los hombres de 'Gürtel', que le conocían como 'Luis el Cabrón'.

El chico, ya no tan chico, de derechas mantenía, sin embargo, un amplio depósito de confianza entre la dirección del PP y de Rajoy, en especial. Juró y perjuró al líder que todo era falso, que era un tipo honrado y que las acusaciones eran una falacia. El presidente del PP le creyó y lo mantuvo en su puesto pese a que no eran pocas las voces que pedían su cabeza. Hasta ayer. La presión ya era insoportable.